viernes, 20 de marzo de 2009

Un bachillerato serio

El Gobierno demuestra un grado semejante de incompetencia educativa y jurídica.

Algunos nos conformamos con poco: sólo un Bachillerato serio. Pero el Gobierno tiene otros objetivos. Entre ellos, un Bachillerato efímero y suave como un bálsamo. El TS acaba de asestar un varapalo jurídico-educativo al Gobierno. Por lo demás, merecido. Pero no nos hagamos demasiadas ilusiones, pues el varapalo es mucho más jurídico que educativo. El apartado segundo del artículo 14 del Real Decreto de Enseñanzas Mínimas de Bachillerato permitía pasar a segundo curso de Bachillerato, incluso con cuatro asignaturas pendientes de primero. Una forma farisaica de enmascarar el fracaso escolar y un homenaje al estudio débil.

No son pocos los argumentos educativos que cabe esgrimir contra esta medida. Pero el Ministerio de Educación ha tropezado con un “detalle” legal. La Ley Orgánica de Educación establece que los alumnos pasarán de Primero a Segundo Curso de Bachillerato cuando hayan superado las asignaturas cursadas o tengan evaluación negativa en dos asignaturas como máximo. Y un Real Decreto no puede vulnerar lo establecido por una Ley Orgánica. El Derecho socorre en este caso a la razón pedagógica (valga la expresión). La Fere recurrió, con estas buenas razones, a la Justicia. Y la Justicia, le ha dado, justamente, la razón. El TS ha resuelto que los alumnos de Bachillerato deberán repetir si tienen más de dos suspensos. Como establece la Ley Orgánica.

El Gobierno demuestra un grado semejante de incompetencia educativa y jurídica: fines erróneos servidos por medios equivocados El episodio legal es muy revelador. El Gobierno demuestra un grado semejante de incompetencia educativa y jurídica: fines erróneos servidos por medios equivocados. Torpeza sobre torpeza. Resulta poco comprensible que un Gobierno, con los medios jurídicos de que dispone, cometa un error legal tan grave: modificar una Ley Orgánica mediante un Real Decreto. No es improbable que haya estudiantes de Derecho que sepan que esto no es posible, que una norma inferior no puede modificar ni contradecir a una superior. Pero quien está pagado de la falsa idea de la omnipotencia de la mayoría no conoce límites a su voluntad. Además, para añadir más sonrojo, el Consejo de Estado había advertido, sin éxito, al Ejecutivo, de la ilegalidad de su proceder. No debía de saber con quién estaba hablando. Pero el episodio también resulta revelador por otro motivo. La norma no cae por su indigencia pedagógica, sino por la incuria jurídica del Gobierno. Por lo tanto, no es imposible que éste persista en su extravío y corrija el error jurídico para consumar el desmán educativo. Porque lo decisivo no es tanto la aberración jurídica como la insistencia en promocionar la desidia y recompensar el fracaso. Pues un fracaso recompensado deja de ser, nominalmente, un fracaso. Y si todos terminan por aprobar, nadie fracasa. Entonces, la manera óptima de acabar con el fracaso escolar es la supresión del suspenso.

Un ministro de Educación de (con perdón) Mussolini (ni las democracias aciertan siempre, ni las dictaduras se equivocan siempre) replicaba con estas palabras a quienes le reprochaban los muchos años de latín para alumnos que iban a seguir carreras técnicas: “No sólo interesa saber qué harán los muchachos con el latín, sino saber qué hará el latín con los muchachos”. No nos importa tanto qué harán los alumnos con los suspensos, sino qué harán los suspensos con los alumnos. Algunos pedimos poco, y aún eso poco que pedimos nos es negado: tan sólo un Bachillerato serio.

Ignacio Sánchez Cámara|La Gaceta de los Negocios

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