domingo, 17 de abril de 2011

Charles Maurras: camino intelectual hacia la monarquía

 En Francia la república fue un poder disolvente. No solamente no conservaba nada sino que malgastaba, dilapidaba sin ningún cuidado ni respeto la larga herencia física y espiritual del país. Maurras, por un momento entusiasmado con el boulangisme no pudo soportar mucho tiempo el ente demagógico que salía de esa confusa amalgama de jacobinismo, bonapartismo y chauvinismo de escarapela tricolor.

No, indudablemente, la sola dictadura no era bastante. Carecía de continuidad y uno de los peores males atribuibles al sufragio y a los golpes de estado es que cada gobierno deshace lo que el otro hizo, convirtiendo la administración de la sociedad civil en una sucesión de actos convulsivos de donde desaparece la obra de los siglos. La monarquía hereditaria y legítima, conforme a la ley de sucesión establecida definitivamente por las costumbres francesas, le pareció a Maurras que era el único régimen que podía garantizar la continuidad de Francia (…)

El Rey era lo único que podía salvar a Francia de esta sumisión al poder apátrida del dinero. Por supuesto que Maurras no pensaba en una cándida personalidad milagrosamente sustraída a la presión de los sobornos, pensaba en una magistratura a la que no podía alcanzar, por su situación y su carácter hereditario, el asedio de la publicidad. Constituía parte de la naturaleza de la monarquía defenderse de los otros poderes sociales y muy especialmente de la agresión de las finanzas so pena de desaparecer miserablemente fagocitada por ellos. Maurras confiaba en que el Rey podría actuar sobre estos grupos, como lo confirmaban repetidos hechos de la historia. Una política sometida a las fuerzas internacionales del dinero ha dejado de ser francesa. Más, ha dejado de ser política, en el sentido restaurador y medical al que se refería Maurras en seguimiento de Aristóteles. El interés fundamental de las potestades financieras es destruir todo lo que no pueden comprar y aquello que no se puede comprar es todo cuanto hace a la nobleza, la perfección y la santidad de la vida. Lo que distingue, lo que califica, lo que hace del hombre genérico un francés, un inglés, un español, un italiano, etc. Todo cuando se inscribe en un proceso de perfección cultural debe desaparecer en beneficio de una masa homogénea, reiterable y sumisa a las consignas publicitarias propaladas por los medios de comunicación (…)

La influencia destructora que puede tener el dinero sobre la inteligencia se hace más constante a partir de la Revolución Francesa en que algunos centenares de familias se han adueñado de la banca (…) El oro es, sin duda, una representación de la fuerza, pero desprovisto de la firma del fuerte. Se puede asesinar al poderoso que abusa. El oro escapa a la designación y a la venganza (…)

La monarquía parecía imponerse en primer lugar como una restitución de la fuerza del poder ejecutivo que la permanente digresión de los parlamentos convertía en una potestad ilusoria y sin ninguna influencia eficaz para contener la decadencia de la nación sometida a una plutocracia meteca (…)

El dinero no podía ser un jefe de Estado, puesto que era el nacimiento y no la opinión quien le creaba. Cualquiera fueran las influencias financieras, hete aquí un círculo clauso y fuerte donde no podían entrar. Este círculo tiene su ley propia, irreductible a la fuerza del dinero, inaccesible a los movimientos de la opinión: la ley natural de la sangre. La diferencia de origen es radical, los poderes así nacidos funcionan paralelamente a los poderes del dinero, pueden tratar y componer con ellos, pero también pueden resistirle (…)

Tratemos de observar con un poco de agudeza los ingredientes políticos que Maurras pensaba oponer a la influencia demoledora del dinero. En primer lugar el monarca hereditario, en quien reconocía un interés particular, definitivamente adscrito a su magistratura, para defenderse del influjo financiero. Pero junto a esta magistratura, componiendo con ella una unidad que la tradición francesa hacía inevitable, estaba la Iglesia Católica Romana. Es ella la que instala su potestad en el fuero íntimo de cada creyente y, a partir de ahí, influye en las instituciones, se impone en el sistema valorativo tanto de los pobres como de los ricos y determina desde allí una relación con los bienes materiales inmunes a la corrupción financiera (…)

Francia, enferma de revolución y democratismo progresista, guardaba en su seno el recuerdo de la monarquía que a través de los siglos la había hecho lo que era y le había dado, políticamente hablando, el siglo de oro de su hegemonía europea. Para Maurras el trabajo principal de una política restauradora consistía en sacar a la luz este recuerdo y proyectarlo sobre la inteligencia y la voluntad de los mejores franceses, para que retomaran la tradición perdida (…) La prueba de que la monarquía era el mejor régimen que se podían dar los franceses estaba en su historia. Hacer política sin tomar en consideración la lección del pasado era una imbecilidad casi absoluta y que sólo los padres de la Revolución Francesa, inspirados por el miserable Rousseau, pudieron aceptar: “nosotros concebimos la monarquía como el régimen del orden y concebimos ese orden de acuerdo con la naturaleza de la nación francesa y con las reglas de la razón universal”

Pero el Rey es el soberano político, el punto culminante de una pirámide social constituida por una serie escalonada de asociaciones intermedias y no por individuos atomizados y desprovistos de todas sus solidaridades orgánicas. Maurras, con la atención puesta en el sistema familiar de la vieja Francia, consideraba que la base fundamental de semejante sistema reposaba sobre el derecho sucesorio.

Quien curara los dos plagas políticas que nos destruyen desde hace cien años: anarquía administrativa, anarquía estatal, Estado sin autoridad y administración dueña de todo, curará también el principio de nuestras miserias. Somos monárquicos porque consideramos que la monarquía es la única capaz de operar una y otra medicación” (Charles Maurras)