Como es sabido, y siguiendo el ejemplo de España, existe un proyecto de ley que pretende eliminar todo castigo físico a los hijos por parte de sus padres, incluso sancionándolos legalmente. Así, podrían ser denunciados por un tirón de orejas o un simple coscacho.
Como siempre, se trata de una nueva e inaceptable intromisión del Estado en las familias, pues aun cuando se diga que lo que se pretende es disminuir las tasas de maltrato intrafamiliar tanto físico como psicológico, como siempre, se va demasiado lejos.
No se trata de abusar físicamente de los menores, ni de crearles secuelas psicológicas; tampoco que los padres se desquiten con ellos por sus problemas. Pero parece absurdo pretender eliminar toda forma de corrección física, pues en realidad, se está partiendo de una premisa falsa: creer que el menor es un ser maduro, plenamente razonable y en el fondo, un interlocutor al mismo nivel de sus padres, lo que es totalmente falso.
Por eso, aunque para muchos no sea políticamente correcto, en ocasiones, un castigo físico moderado es necesario, porque además de utilizarse cuando los otros mecanismos de persuasión no han funcionado, permite marcar límites al menor y defender la autoridad paterna, tremendamente necesaria en su educación. Incluso en algunos casos es imposible razonar con él. Piénsese por ejemplo en la vacunación de un niño de dos años. ¿O es que sujetarlo por la fuerza para inyectarlo es una violencia injustificada?
Además, ¿puede decirse que la eliminación completa del castigo físico moderado haya dado buenos resultados? La verdad es que no. Es cosa de mirar los índices de comportamiento escolar para darse cuenta de ello. De hecho, los profesores se quejan de la creciente y a veces peligrosa falta de disciplina de sus alumnos, fruto precisamente de la falta de autoridad de los padres, de no haberles puesto límites adecuados y en el fondo, de no haber sido una autoridad para ellos.
Además, iniciativas como ésta dividen a la familia, poniendo a los hijos contra los padres, al punto que podría darse el absurdo que el formador llegue a temer a su pupilo, en atención a que podría ser denunciado por este último por cometer el grave delito de ir contra su inmaduro capricho para educarlo como persona.
Pero es la ideología de moda. Por eso los padres ya han sido sustituidos por el Estado en la educación sexual, y ahora se pretende hacer lo mismo para que las menores puedan practicarse libremente un aborto. ¿Qué más vendrá? A lo mejor, la autoridad estima que el cariño también es pernicioso para los niños, por lo que ante las espontáneas y naturales muestras del mismo, pretenda acusar a los padres de ‘acoso familiar’. Y a decir verdad, tal como van las cosas, esta hipótesis no parece nada improbable.
Max Silva Abott|Revista Arbil
Como siempre, se trata de una nueva e inaceptable intromisión del Estado en las familias, pues aun cuando se diga que lo que se pretende es disminuir las tasas de maltrato intrafamiliar tanto físico como psicológico, como siempre, se va demasiado lejos.
No se trata de abusar físicamente de los menores, ni de crearles secuelas psicológicas; tampoco que los padres se desquiten con ellos por sus problemas. Pero parece absurdo pretender eliminar toda forma de corrección física, pues en realidad, se está partiendo de una premisa falsa: creer que el menor es un ser maduro, plenamente razonable y en el fondo, un interlocutor al mismo nivel de sus padres, lo que es totalmente falso.
Por eso, aunque para muchos no sea políticamente correcto, en ocasiones, un castigo físico moderado es necesario, porque además de utilizarse cuando los otros mecanismos de persuasión no han funcionado, permite marcar límites al menor y defender la autoridad paterna, tremendamente necesaria en su educación. Incluso en algunos casos es imposible razonar con él. Piénsese por ejemplo en la vacunación de un niño de dos años. ¿O es que sujetarlo por la fuerza para inyectarlo es una violencia injustificada?
Además, ¿puede decirse que la eliminación completa del castigo físico moderado haya dado buenos resultados? La verdad es que no. Es cosa de mirar los índices de comportamiento escolar para darse cuenta de ello. De hecho, los profesores se quejan de la creciente y a veces peligrosa falta de disciplina de sus alumnos, fruto precisamente de la falta de autoridad de los padres, de no haberles puesto límites adecuados y en el fondo, de no haber sido una autoridad para ellos.
Además, iniciativas como ésta dividen a la familia, poniendo a los hijos contra los padres, al punto que podría darse el absurdo que el formador llegue a temer a su pupilo, en atención a que podría ser denunciado por este último por cometer el grave delito de ir contra su inmaduro capricho para educarlo como persona.
Pero es la ideología de moda. Por eso los padres ya han sido sustituidos por el Estado en la educación sexual, y ahora se pretende hacer lo mismo para que las menores puedan practicarse libremente un aborto. ¿Qué más vendrá? A lo mejor, la autoridad estima que el cariño también es pernicioso para los niños, por lo que ante las espontáneas y naturales muestras del mismo, pretenda acusar a los padres de ‘acoso familiar’. Y a decir verdad, tal como van las cosas, esta hipótesis no parece nada improbable.
Max Silva Abott|Revista Arbil
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