martes, 26 de octubre de 2010

Carta de un Sacerdote Católico al New York Times

Querido hermano y hermana periodista:

Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.

Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos.. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.

Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.

¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en México mediante el único puesto médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños...

No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio.

Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a cero positivos… o sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasa los 40 años.
No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve.

La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.

No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…

Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.

Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza.
Eso lo hará noble en su profesión.

En Cristo,

P. Martín Lasarte sdb

viernes, 22 de octubre de 2010

Quien no puede suceder en la Monarquía Española


En la fotografía, miembros de la Familia Irreal y del Gobierno de Ocupación de España posan junto al cuadro de Antonio Gisbert, que ilustra el fusilamiento de José María de Torrijos y Uriarte y compañeros masones, el día de San Dámaso Papa, año de 1831.

Un documento que no tiene precio y de un simbolismo masónico fuera de toda duda; esta fotografía (de)muestra de quiénes se sienten “herederos” tanto el antirrey Juan Carlos, como el antipríncipe de Asturias Felipe: de la masonería liberal y conspirativa del siglo XIX, la misma que sirvió a los intereses extranjeros anglosajones-protestantes mientras traía toda la porquería liberal a nuestra Patria.
Quien no puede suceder en la Monarquía Española
No puede ser rey legítimo ni tampoco príncipe real legítimo por virtud de la Ley Semisálica, quien ha desobedecido esta ley, así como su padre, abuelo y bisabuelos; el que, como estos antecesores, mantuvo y mantiene una actitud de rebeldía contra la Legitimidad y los Reyes; aquel cuya exclusión, así como la de su rama, han declarado reiteradamente Don Carlos V, Don Carlos VI, Don Carlos VII, Don Jaime III y Don Alfonso Carlos I y preceptúan las viejas leyes de España; no puede suceder quien no ha reconocido a su Rey y quien recoge plenamente la herencia liberal de ineficacia política, antiespañolismo y anticatolicismo, multiplicando y potenciando las innumerables causas de exclusión que en él concurren.

No puede suceder en esta Monarquía el continuador político de los antirreyes liberales que se han erigido durante un siglo en jefes y protectores de todo lo que ha luchado contra los campeones de Dios y de la Patria, del Altar y del Trono. En defensa de los principios de la España eterna, cinco veces ha reproducido el verdadero pueblo español la gesta de 1808, desde 1833 hasta 1936: el Alzamiento sagrado, la santa intransigencia contra todo lo que nos es extraño y hostil; no puede hacerse un cínico escarnio, una iniquidad máxima con los torrentes infinitos de sangre generosa derramada: el sufragio universal de los muertos lo impedirá, no menos que el de los siglos.

No puede, no, ser tradicionalista ni sucesor en esta Monarquía quien desconoce totalmente los principios políticocristianos por su formación intelectual, social y política, que más cabría llamar deformación; quien por el medio en que se mueve, donde se hace un ídolo del sistema más contradictorio, más ineficaz, más estúpido y más antipolítico que han visto las edades; por sus precedentes familiares está detestablemente predispuesto para que se pueda esperar de él no ya un buen gobierno, ni un gobierno discreto, sino un gobierno que no caiga dentro de los lindes de lo catastrófico.

No puede, en suma, ser Rey, y esto ya en el orden de una profilaxis patriótica, el que instauraría –ha instaurado– un sistema cuyos efectos hemos padecido bien los españoles; efectos que forzosamente habrían de reproducirse al repetirse las causas. En los días fernandinos debidos a los maravillosos principios liberales la secesión de la Hispanidad; hecho bastante para desacreditar por siempre una dirección ideológica que tales frutos cosecha. Pero no es esto sólo.

¿Quién fue el autor de la Cuádruple Alianza y de la intervención de tropas extranjeras, antecedentes de las brigadas internacionales rojas, contra los reyes genuinos y el auténtico pueblo español...?

¿Quién el responsable de nuestra abdicación como potencia de primer orden, de nuestro descrédito frente al extranjero, de nuestra pasividad contemporánea del auge que hasta pueblos no europeos lograban...?

¿Quién del inmenso latrocinio de la desamortización, que no llegó a ser ni siquiera un sacrílego remedio de nuestra postración económica...?

¿Quién de nuestro atraso material, que nos colocaba muy por debajo de pequeños países europeos cuando todavía en 1840 España tenía la misma población que Inglaterra...?

¿Quién de nuestra pésima organización ultramarina y nacional, del centralismo tiránico y absorbente, de la muerte de todas nuestras libertades gremiales, municipales, regionales y hasta individuales, a pesar de los fementidos –engañosos– lemas liberales...?

¿Quién de la España sórdida y miserable de fines de siglo, de los Concordatos con la Iglesia en condiciones vergonzosas no ya para un país católico, sino para un país simplemente religioso, de la ley del Candado, de la deshonrosa humillación del 98, de la depresión máxima de nuestra Patria en dos milenios de historia...?

¿Quién del auge de las sociedades secretas antiespañolas, de la eternización de la guerra con unas cuantas cabilas rifeñas, del fracaso de todo intento de regeneración que se esbozaba, de la República, con sus incendios y violaciones; quién de la misma desesperación de las masas acogidas al marxismo y al anarquismo al no recibir más que miserias de aquella falsa Monarquía; quién, en definitiva, de la guerra civil, con sus crímenes y destrucción incalculables...?

Está, pues, excluida toda la rama de Don Francisco de Paula...

***
La exclusión a la sucesión de la Monarquía Española, afecta pues, a toda la rama de Don Francisco de Paula (excluido ya él mismo del Trono por las Cortes de Cádiz por considerarle hijo de Godoy), es decir, la rama liberal, también llamada rama cristina, rama alfonsina o rama juancarlista; en fin, lo hemos dicho ya, queda excluida enteramente la rama de Don Francisco de Paula, conocido como tercer hijo varón de Carlos IV y padre de Francisco de Asís, la de él y la de todos sus sucesores:

a) el antirrey consorte Francisco de Asís María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, marido de la Infanta usurpadora, la antirreina María Isabel Luisa [llamada “Isabel II” por sus secuaces]:

b) el antirrey Alfonso Francisco de Borbón y Borbón [llamado “Alfonso XII” por sus secuaces];

c) el antirrey Alfonso León de Borbón y Habsburgo-Lorena [llamado “Alfonso XIII” por sus secuaces];

d) el pretendiente Juan Carlos de Borbón y Battenberg [llamado “Juan III” por sus secuaces];

e) el antirrey Juan Carlos de Borbón y Borbón-Dos Sicilias [llamado “Juan Carlos I” por sus secuaces];

f) el antipríncipe de Asturias Felipe Juan de Borbón y Grecia.

FUENTE:
Cuerpo de artículo
: F. Polo, ¿Quién es el Rey? La actual sucesión dinástica en la Monarquía Española. Editorial Católica Española S.A. Sevilla (1968), cap. IX: La Rama de don Francisco de Paula, pp. 88-90.

Fotografía y pie de fotografía: M. Fernández, N. Fernández de Oviedo.

domingo, 17 de octubre de 2010

Patria y Regiones

Podemos ver que la patria y la región son realidades que no solamente se unen sino que encuentran sus vidas nutridas la una por la otra. Una región es como un órgano de un cuerpo con vida. Cuando el cuerpo entero vive, el órgano vive y cuando el cuerpo como tal cuerpo florece, sus órganos florecen. Al revés, cuando el cuerpo goza de salud, esto indica que sus órganos están sanos. La analogía es pálida porque el órgano de un cuerpo no tiene conocimiento y por lo tanto no tiene libertad, mientras que las regiones hacen que la patria sea patria porque tienen libertad y conocimiento formando núcleos de espiritualidad encarnada en un suelo concreto. Pero la analogía vale por lo menos en tal sentido de que toda la vitalidad de las regiones y todo lo que cae dentro de ellas nutren la patria. Una patria sin regiones y demás infraestructuras sería como un cuerpo sin órganos y dejaría de ser patria a fin de convertirse en una red de burocracias que gobernarían una masa inerte y sin vitalidad alguna. La táctica comunista es evidente: manejar a los separatismos para destrozar la Patria nuestra; luego el régimen comunista acabaría con los mismos separatismos en aras de gobernar un conglomerado sin faz y carente de personalidad propia. Ninguna región, como tal región, que se ha formado históricamente dentro de una patria, es capaz de conservar su identidad fuera de dicha patria tal y como la sangre que corre por las venas del cuerpo no puede aguantar la esclerosis. La separación de las regiones de la patria es la esclerosis política, ya que la sangre de la patria no es nada sin las venas de las regiones, y éstas dejan de “ser” sin la nutrición que se forma de la sangre de la patria.

Si hemos utilizado el lenguaje de la metáfora es porque no hay ninguna manera de demostrar estas proposiciones apriorísticamente. La Patria Hispánica, formada en y por sus regiones sin identificarse con ellas —la Patria no es un conglomerado sino una unidad— no es un artefacto lógico o una máquina prefabricada sino un resultado histórico. Esta historia no ha sido ciega o hecha al azar. Desde que Europa se convirtiera al cristianismo, el pulso del desarrollo político y social de aquel enjambre y polvo de tribus y de “naciones” germánicas y célticas que se habían apoderado de lo que era el Imperio Romano, se dirigía hacia la creación de una comunidad netamente cristiana. La Cristiandad medieval en su esencia consistía en una comunidad internacional, gozando de una variedad de autonomías y de libertades tan vastas y variadas que hasta ahora ha sido imposible archivarlas por la ciencia y técnica moderna de la historiografía. Pero esta red de patrias se convirtió en una unidad gracias a una sola finalidad, a saber, hacer palpar en la tierra la Encarnación del Hijo de Dios Padre. Algo más allá de la comunidad, su sentido espiritual, otorgaba a ella su carácter definitivo. Todo esto se acabó con la Revolución.

El papel de lo que se llamaba en aquel entonces “Las Españas” se identificaba con un acto, prolongado a través de mil quinientos años, para formar una Patria merced a un esfuerzo común de defender la Fe. La Reconquista —aquella batalla que duró ocho siglos— no habría existido si los españoles no se hubieran unido en una tarea guerrillera y religiosa que por fin hizo que España llegase a ser una espada y un escudo en aras de aquella Cristiandad que reposaba en su retaguardia. España encontró su ser como Patria por ser la vanguardia de la civilización católica. Las peculiaridades y libertades de los antiguos Reinos, Condados y Principados ibéricos, se conservaban precisamente porque la unidad nacional, la Patria, no se consiguió a fin de centralizar, masificar, y así destrozar las autonomías de aquéllos. Algo parecido ocurrió al otro lado de los Pirineos, donde Francia encontró su unidad al costo de la pérdida de las libertades locales y regionales. Pero el caso de España fue enormemente diferente. Ningún Reino dentro de las Españas se unió con la Corona de Castilla en aras de autodestrozar sus derechos y constituciones propios, sino por defender mejor lo que era peculiarmente suyo frente a un enemigo primeramente al sur, más tarde al norte, que negaba la religión y por lo tanto el derecho público cristiano de toda la Cristiandad.

Como la Plaza de los Fueros en Pamplona recuerda en palabras esculpidas en piedra:

La incorporación de Navarra a la Corona de Castilla fue por vía la Unión Principal, reteniendo cada Reino su naturaleza antigua, así en leyes como en territorio y gobierno. De la Ley 62 de las Cortes de Olite, año 1645”.

Nuestra Patria no es lo que es por haber aniquilado lo que la precedía en el tiempo, sino por lograr que aquéllo resultara aún con más brillantez. España es Una por ser Múltiple y ha sido capaz de quedarse Múltiple solamente por haber sido Una. Sin la unidad nacional, España hoy día sería un desierto musulmán: una extensión de África en Europa; una tierra abandonada, reducida a cenizas y cubierta con la arena del Sahara: el Islam no sabe construir, sólo destruir. O España sería una dependencia de una Europa protestantizada y dominada por la herejía, puritanizada, y desposeída de personalidad propia. España salvó a Europa del Islam en la batalla de Lepanto con la espada de Don Juan de Austria. Y España paró la marcha de la herejía dentro del Continente gracias a la victoria de Mühlberg, conseguida principalmente por las armas de los Tercios de Castilla, cuyo caudillo era el Rey Emperador Carlos I y V quien desplegó las banderas de España y de Austria, y también la Cruz de Borgoña de la Orden del Toisón de Oro, el símbolo seglar más ilustre de la unidad católica de la Cristiandad. Así, el protestantismo se encontró parado y limitado a las periferias del antiguo Imperio Romano. Con el mismo gesto caballeresco de ser el paladín de Europa, a veces en contra de la voluntad de la propia Europa, España consiguió por fin su unidad nacional y así salvó el carácter peculiar de sus antiguos Reinos y su existencia misma.

Nosotros, los carlistas, amamos la Patria y por lo tanto la colocamos en nuestra jerarquía de bienes en un lugar que no es inferior a nada sino a Dios. Nos atrevemos a decir que la Providencia Divina nos ha dado la Patria como un regalo de oro. Nosotros, los carlistas, fieles a la más sublime tradición hispánica, y siguiendo el ejemplo de Carlos I y de Felipe II, la hemos devuelto a Él. ¡Todo por la Patria y la Patria por Dios!

Aún en los momentos más decadentes de nuestra historia, por ejemplo, durante la guerra de Cuba con los Estados Unidos a finales del siglo pasado, aquel siglo que marcó la época más nefasta en la historia de la nación, los españoles sabían luchar y morir por España. Empujada por una prensa liberal y sensacionalista que pregonaba y preveía una victoria imposible, la flota de España navegaba hacia América sabiendo de antemano que todos o casi todos aquellos hombres morirían: y efectivamente murieron, heroica y quijotescamente por el honor de España. Como años antes dijo el almirante Méndez Núñez en la batalla del Callao: “Vale más honra sin barcos, que barcos sin honra”.

En aquel entonces, nuestro rey carlista en el destierro, Don Carlos VII, ofrecía sus requetés como voluntarios al servicio de España, a pesar de que un usurpador se sentaba en el trono y un régimen liberal, que ya había debilitado las entrañas de la Patria, gobernaba masónicamente desde Madrid.

Al ofrecer tan generosamente sus voluntarios a un gobierno que le había robado sus derechos al trono, Don Carlos demostró que la Corona de España, y con ella el mismo Estado, no estaba ni está por encima de la Patria, sino que estaban o deben estar a su servicio.

Fuente: COMUNIÓN TRADICIONALISTA, Así pensamos (18 de julio de 1977), pp. 42-47

jueves, 14 de octubre de 2010

¡Por la confusión del turco!


La intención «por la confusión del turco» es plegaria secular en Las Españas –y además constituye un magnífico brindis–. Nuestra Fe es más antigua y nuestras razones más verdaderas: Núcleo de la Lealtad propone, a modo de recuperación de nuestras venerables tradiciones católicas y patrias, que volvamos a rezar después del Santo Rosario –Padre nuestro, Avemaría y Gloria– «por la confusión del turco». También urgimos a los patriotas de ambas orillas de la Mar Océana, que manifiesten, al ir a beber vino o licor, este bien que deseamos: ¡Por la confusión del turco! A continuación ofrecemos este interesante artículo

Lepanto
Autor: Francisco Bejarano
FuenteDiario de JerezFecha: 07.10.2009

Desde que la izquierda nominal y el retroprogresismo, temerosos de que al aceptar, o nada más que conocer, el pasado histórico español se oscurezca el poco brillante futuro prometido, hemos vuelto a interesarnos por los hitos de la Historia de España que la engrandecieron y, de paso, engrandecieron a Europa. Para escándalo de hispanistas, ya sólo creen en la Leyenda Negra los jóvenes universitarios españoles. La memoria litúrgica de hoy está dedicada a la Virgen del Rosario, conmemoración instituida por [San] Pío V para recordar la victoria de las armas cristianas en Lepanto en 1571, obtenida, según la fe, por la mediación de Nuestra Señora, que veía alarmada cómo los turcos infieles avanzaban por el Mediterráneo. Todavía harían un último intento peligroso con el asedio de Viena, pero el desastre de la flota turca en Lepanto los dejó muy debilitados. Desde entonces se brinda en España por la confusión del Turco.
Se comprende que el progreterío español, hirsuto y desaliñado, no quiera ni oír hablar de Lepanto: España era un Imperio, el mayor probablemente que haya existido nunca, y era la guardiana de la Fe católica, es decir, de la cultura clásica grecorromana mediante la Santa Inquisición. Venecia y Génova eran repúblicas aristocráticas que veían tambalearse sus negocios en Oriente. Nápoles y Sicilia estaban con sus intereses mermados.

El Papado no podía hacer otra cosa que defender a sus fieles frente a la secta mahometana. Una escuadra poderosa al mando de don Juan de Austria derrotó a los turcos para siempre. La flor de la aristocracia mediterránea y católica (Bazán, Cardona, Colonna, Doria, Barbarigo, Veniero, Morosini) estuvo al mando de la flor de la juventud, Cervantes en ella, soldados que, aparte de los beneficios que pudieran obtener con la victoria, tenían claro que luchaban por la Cristiandad, una manera de vivir.

Los españoles que se avergüenzan de su historia, que es como avergonzarse de su familia, hubieran preferido que ganaran los turcos y el califa de Estambul se hubiera instalado de nuevo en Córdoba o en San Pedro de Roma; pero la Historia es tenaz en mantener sus errores e injusticias y no creemos que sirva de mucho volverla a escribir de nuevo a nuestro antojo [...].

Además, la Historia no se equivoca nunca, se equivocan los historiadores esquinados, de la misma manera que la especie humana y la naturaleza en su conjunto no yerran jamás, yerran las personas particulares, y aun sus torpezas sirven para la selección natural. Olvidemos de una vez la idea, errada por completo, de que la mente humana ha progresado junto con la técnica y en el futuro nuestra especie va ser más progresista y justa. Lo justo, equitativo y saludable es agradecer la habilidad y el talento de los almirantes de Lepanto que nos libraron de estar hoy en la incomodidad del islamismo.

sábado, 9 de octubre de 2010

Pues yo no me alegro del Nobel a Vargas Llosa

Nobel a Vargas Llosa
No es un post para ganar amigos, tampoco para perderlos, si perdiese alguno es que no era tal.

Siento náuseas por la caterva de católicos adoratrices de un personaje tan nauseabundo. Me da igual que le hayan concedido el Premio Nobel, absolutamente igual. Simplemente: yo, no me alegro.

Un estómago agradecido la Intelligentsia progre española. Una izquierda que le amamantó publicándole novelas pornográficas que no habrían tenido cabida en la colección «Sonrisa Vertical» de Berlanga. De una técnica literaria muy mediocre y una cultura bastante limitada.
Gracias a Dios no es el nivel de la literatura hispanoamericana, otros más merecedores no lo ganaron. De eso podemos estar tranquilos, no le han premiado por su escritura, se lo han dado por «por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual». Hay que ser hortera.
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domingo, 3 de octubre de 2010

El Beato John Henry Newman y la política

(El Cardenal John Henry Newman, beatificado el Domingo 19 de septiembre, por el Santo Padre Benedicto XVI)

"Hablando estrictamente, la Iglesia cristiana, como sociedad visible, es necesariamente una fuerza política o un partido. Podrá ser un partido victorioso o un partido perseguido, pero siempre será un partido, anterior en existencia a las instituciones civiles de las que está rodeado, formidable e influyente a causa de su divinidad latente hasta el final de los tiempos. La garantía de permanencia se concedió desde el principio no meramente a la doctrina del Evangelio, sino a la Sociedad misma construida sobre la base de la doctrina, prediciendo no sólo la indestructibilidad del cristianismo, sino también del medio a través del cual había de manifestarse ante el mundo. Así el Cuerpo de la Iglesia es un medio señalado por Dios hacia la realización de las grandes bendiciones evangélicas. Los cristianos se apartan de su deber, o se vuelven políticos en un sentido ofensivo no cuando actúan como miembros de una comunidad, sino cuando lo hacen por fines temporales o de manera ilegal; no cuando adoptan la actitud de un partido, sino cuando se disgregan en muchos. Si los creyentes de la Iglesia primitiva no interfirieron en los actos del gobierno civil, fue simplemente porque no disponían de derechos civiles que les permitiesen legalmente hacerlo. Pero donde tienen derechos la situación es distinta, y la existencia de un espíritu mundano debe descubrirse no en que se usen estos derechos, sino en que se usen para fines distintos para los que fueron concebidos. Sin duda pueden existir justamente diferencias de opinión al juzgar el modo de ejercerlos en un caso particular, pero el principio mismo, el deber de usar sus derechos civiles en servicio de la religión, es evidente. Y puesto que hay una idea popular falsa, según la cual los cristianos, en cuanto tales, y especialmente el clero, no les conciernen los asuntos temporales, es conveniente aprovechar cualquier oportunidad para desmentir formalmente esa posición y para reclamar su demostración. En realidad, la iglesia fue instituida con el propósito expreso de intervenir o (como diría un hombre irreligioso) entrometerse en el mundo. Es un deber evidente de sus miembros no sólo asociarse internamente, sino también desarrollar esa unión interna en una guerra externa contra el espíritu del mal, ya sea en las cortes de los reyes o entre la multitud mezclada. Y, si no pueden hacer otra cosa, al menos pueden padecer por la verdad, y recordárselo a los hombres, infligiéndoles la tarea de perseguirles."

(Cardenal John Henry NewmanLos arrianos del siglo IV. En Persuadido por la Verdad. Ed Encuentro)

Libro recomendado: La política, oficio del alma Miguel Ayuso, Ed Nueva Hispanidad

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