(El Cardenal John Henry Newman, beatificado el Domingo 19 de septiembre, por el Santo Padre Benedicto XVI)
"Hablando estrictamente, la Iglesia cristiana, como sociedad visible, es necesariamente una fuerza política o un partido. Podrá ser un partido victorioso o un partido perseguido, pero siempre será un partido, anterior en existencia a las instituciones civiles de las que está rodeado, formidable e influyente a causa de su divinidad latente hasta el final de los tiempos. La garantía de permanencia se concedió desde el principio no meramente a la doctrina del Evangelio, sino a la Sociedad misma construida sobre la base de la doctrina, prediciendo no sólo la indestructibilidad del cristianismo, sino también del medio a través del cual había de manifestarse ante el mundo. Así el Cuerpo de la Iglesia es un medio señalado por Dios hacia la realización de las grandes bendiciones evangélicas. Los cristianos se apartan de su deber, o se vuelven políticos en un sentido ofensivo no cuando actúan como miembros de una comunidad, sino cuando lo hacen por fines temporales o de manera ilegal; no cuando adoptan la actitud de un partido, sino cuando se disgregan en muchos. Si los creyentes de la Iglesia primitiva no interfirieron en los actos del gobierno civil, fue simplemente porque no disponían de derechos civiles que les permitiesen legalmente hacerlo. Pero donde tienen derechos la situación es distinta, y la existencia de un espíritu mundano debe descubrirse no en que se usen estos derechos, sino en que se usen para fines distintos para los que fueron concebidos. Sin duda pueden existir justamente diferencias de opinión al juzgar el modo de ejercerlos en un caso particular, pero el principio mismo, el deber de usar sus derechos civiles en servicio de la religión, es evidente. Y puesto que hay una idea popular falsa, según la cual los cristianos, en cuanto tales, y especialmente el clero, no les conciernen los asuntos temporales, es conveniente aprovechar cualquier oportunidad para desmentir formalmente esa posición y para reclamar su demostración. En realidad, la iglesia fue instituida con el propósito expreso de intervenir o (como diría un hombre irreligioso) entrometerse en el mundo. Es un deber evidente de sus miembros no sólo asociarse internamente, sino también desarrollar esa unión interna en una guerra externa contra el espíritu del mal, ya sea en las cortes de los reyes o entre la multitud mezclada. Y, si no pueden hacer otra cosa, al menos pueden padecer por la verdad, y recordárselo a los hombres, infligiéndoles la tarea de perseguirles."
(Cardenal John Henry Newman. Los arrianos del siglo IV. En Persuadido por la Verdad. Ed Encuentro)
Libro recomendado: La política, oficio del alma Miguel Ayuso, Ed Nueva Hispanidad
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