jueves, 21 de mayo de 2009

El demócrata-cristiano

A la sombra litográfica de «La retirada de Rusia», dormitaba ante una botella de agua mineral un periodista de «La Croix». Había enviado una crónica postal, con destino a una revista de vanguardia católica, contando que los rebeldes eran los hijos de Caín y los hermanos de Judas,y que el Cristo bendecía a los incendiarios de los templos porque aquellas llamas no era más que una cola del látigo con que El mismo había azotado a los mercaderes. Paradoxal, cínico y golfante, no le quedaba ni la disculpa de la borrachera, porque era abstemio y también algo porcino.

Disponía de un agudo perfil de cuervo; sobre su nariz cabalgaban lentes de pinza con montura de oro, y la menudencia de su persona encontraba pedestal en una riquísima provisión de soberbia. Todo podía ser explicado por aquel solitario bebedor de agua mineral, que odiaba el heroísmo de los Santos y aspiraba a un cielo más parecido a una oficina que a un imperio. Personalmente casto, evitaba la satisfacción de su lujuria más por temor a la blenorragia -de la que había oído contar horrores- que por temor de Dios. Renunciaba a San Pedro por Maritain, y cambiaba la legión de los Mártires por una mayoría democristiana en el parlamento; la flor y nata de las Vírgenes, por unas tristes asociaciones de pantaloneras y tejedoras incansables de jerseys de punto. Hubiera procesado a San Miguel por militarista y,confundía las legiones de ángeles con «l'Armée»

Odiaba el barroco catolicismo español, su fiereza popular, aquella desbordada fe que parecía animarle, aquel tomar la Pasión por un hecho real y verdadero que sucede cada día, en cada minuto, ahora, luego, siempre; aquel defender los templos frente a los que trataban de incendiarlos por que, en el fondo, seguían creyendo en Dios, y la casa de Dios, para el amor y el odio, les parecía más importante que un Banco.

Aún veía a los requetés que atacaron aquella mañana y les veía avanzar hacia las ametralladoras rojas llevando a Cristo en cabeza, como su Capitán, y veía con despechado asombro cómo el cristóforo marchaba sin armas, tranquilamente, como en una simple maniobra, y por un momento las boinas rojas le parecieron gotas de la sangre de Cristo.


(Tomado de "La ventana daba al río" de Rafael García Serrano)

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