1-Nuestro análisis de la tecnocracia, efectuado en la comunicación anterior, nos permite resumir que la tecnocracia, ceñida a su propia función, se caracteriza porque parte de una concepción ideológica del mundo que admite la mecanización dirigida centralmente por unos cerebros capaces de impulsarla de un modo eficaz, que propugnan y tratan de operar la racionalización cuantitativa de todas las actividades, si bien dando primacía a las económicas y, en general, a las utilitarias.
Presupone la más tajante efectividad de la escisión cartesiana entre la res cogitans, o sea el mundo del pensamiento, y la res extensa, es decir, el mundo inerte de las cosas materiales, entre las que es situado el mismo hombre y las sociedades humanas en cuanto se las hace objeto de experimentación y racionalización. Una tal concepción tiende a centralizar toda la res cogitans en unas pocas mentes de expertos, los tecnócratas, que han de asumir las palancas de mando del mecanismo construido para racionalizar la res extensa, incluyendo en ésta la inmensa masa de los hombres, para cuyo bienestar han de proveer.
La idea y el concepto de sistema expresan esa perspectiva tecnocrática que sustituye al concepto medieval de ordo y al burgués de equilibrio (económico, de poderes, internacional, etc.), tal como explica García Pelayo. Este autor observa el pensamiento tecnocrático en correlación histórica con el factum de los grandes sistemas tecnocráticos organizativos, y deduce que el sistema —dentro del cual caben subsistemas— abarca, en el plano del pensamiento, todo lo existente, sea natural, artificial, material o intelectual; pero, y esto es lo que le caracteriza, «no significa tanto algo dado por la realidad, cuanto un instrumento mental (sistema abstracto) "definido por la inteligencia", para captar y, supuesta la captación, controlar la realidad». Es decir, que resulta un instrumento operativo de dominación.
El mismo autor reconoce, explícitamente, que el General System Tbeory (G. S. T.) y, «en general, el modo de pensar sistemático son expresión, en el campo del pensamiento: de la configuración de la realidad histórico-social en un conjunto de sistemas, de la posibilidad de construir y manipular sistemas y de la presencia de la legalidad de las cosas, que, al articularse ella misma en sistema, se transforma en Systemawang, en la coerción del sistema».
El predominio de esa concepción tecnológica ha tenido inevitables consecuencias sobre el orden político. García Pelayo advierte que la profecía de Saint Simón de que, con el desarrollo de la industria, el poder sobre las personas sería sustituido por la administración de las cosas, ha sido rectificado «en el sentido de que la disposición sobre las cosas amplía e intensifica la dominación sobre las personas». Tanto más, por cuanto los mismos que impulsan el cambio tecnológico, incluso políticamente, a la vez insisten, como el mismo autor observa, en «la necesidad, en que se encuentra el marco político institucional, de adaptar su estructura a las estructuras de la sociedad de la época tecnológica, y dado que estas estructuras son constantemente cambiantes, el proceso de adaptación ha de ser permanente, con independencia de que éste se lleve a cabo formal o informalmente, lo único que se exige es que tales adaptaciones sean funcionales, importando muy poco su modalidad.
Digamos que esta alegada necesidad de permanente adaptación a las cambiantes estructuras de la sociedad tecnológica está en íntima relación con el fenómeno denominado de la aceleración de la historia , originada por el carácter artificial, forzado, rígido y monolítico de las estructuras de la sociedad tecnológica que quiere construir modelos pensados e imaginados. Estas estructuras son difíciles de mantener, provocan desequilibrios que requieren nuevas medidas también artificiales, ya sea para sostenerlas o bien para contrarrestar o colmar los desequilibrios producidos por ellas en el entorno. Un cambio fuerza nuevos cambios. No es posible detenerse. Quienes creen cabalgar en la máquina del cambio, no pueden detener su carrera, pues, en ella, huyen hacia adelante, en la única dirección en la cual aún esquivan y difieren la caída catastrófica, ya que el equilibrio resulta cada vez más difícil, con amenaza progresivamente creciente, tanto en proximidad como en extensión e intensidad). El hombre, que ignora las leyes del universo y de su creador, ha desencadenado las fuerzas de aquél, al que no domina, y al no tener una clara conciencia de su designio, resulta que, aquellas fuerzas le arrastran, cabalgando en su «megamáquina». Así, montados en ésta, algunos tenemos, como Yves Lenoir , la impresión de que, sometiéndonos a sus reglas, «evitamos una catástrofe actual preparando otra mucho más terrible para mañana».
2. Estamos en el triángulo tecnocracia-totalitarismo-masificación, ante el que tantas vueltas hemos dado. Existe una recíproca interacción e interdependencia entre los tres fenómenos.
Puede, en un futuro, llegarse a un super-Estado mundial totalitario; pero, hoy, estamos todavía en la fase del totalitarismo estatal. Por ello nos referimos a éste específicamente cuando hablamos de totalitarismo.
Partiendo de ella, recordamos la inquietante afirmación de Bernanos : «El Estado totalitario es menos una causa que un síntoma. No es él quien destruye la libertad, se organiza sobre sus ruinas». Pero esas ruinas tampoco las produce, por sí sola, la inhibición de la sociedad sino que recibe la activa colaboración del Estado intervencionista, que suplanta y desalienta las iniciativas individuales y sociales. Se forma un círculo vicioso, y la tecnocracia se encarga de hacerlo girar. Para que llegue el Estado totalitario —que no es una forma de gobierno sino la omniestatalidad—, y para que se imponga, es necesario que concurran determinadas circunstancias.
Ante todo, una concepción inmanentista, en la que el Estado ocupa el lugar de Dios, al no hacer derivar la sociedad política de la naturaleza social del hombre sino estimarla creación artificial humana —-he ahí la diferencia fundamental entre el contrato social moderno y el pactismo medieval —. Ya nada trasciende al Estado ni le limita desde lo alto: su poder se convierte en absoluto.
— Seguidamente, dada la pretensión de liberar al hombre de sus viejas ataduras, para conseguirlo y a medida que lo produce, el Estado absorbe todas las instituciones, arrebatando el poder a las formas de vida preestatales, imponiendo una concepción social estimativa de «que todos los miembros de la ordenación de la estructura fluyen desde arriba hacia abajo partiendo del centro estatal». Es decir, surge allí «donde desaparezca la construcción desde abajo hacia arriba», como ha expresado Emil Brunner ; con lo cual desaparecen para el Estado las limitaciones que, desde abajo, conforme al orden de la naturaleza, le suponían la autonomía de estos cuerpos sociales con sus libertades y franquicias jurídico-políticas.
— La alienation totale del individuo —que se siente liberado de las «viejas ataduras»— en el Estado —que, apoyado en la volonté genérale— puede modificarlo y configurarle todos los derechos.
Y, finalmente, los nuevos medios técnicos permiten mecanizar el trabajo del mando inferior, lo que facilita la manipulación de las masas, así como el dominio central de la economía, la efectividad de la presión fiscal etc (...)
Juan Vallet de Goytisolo. Revista Verbo.
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