Los anticristianos de izquierdas, vulgo progresistas,
acumulan una serie de privilegios en la sociedad contemporánea, que no se
olvide ha sido construida a su imagen y semejanza. Suya es la educación desde
hace decenios, suyos los valores dominantes y suyos los órganos represivos como
pueden testimoniar quienes se han opuesto a los elementos fundamentales de la
agenda radical.Esto privilegios permiten que después de colocar durante siete
años a su mayor representante en el Gobierno sobre España jueguen al antigubernamental
y contestatario cuando fuerzas marginadas durante su largo gobierno celebran un
acto internacional en Madrid. Con razón los mensajes en Facebook manifiestan su
sorpresa cuando nuestros progresistas se atreven a preguntar sobre el coste de
tres días del Papa en Madrid sin dar cuenta del coste de siete años de Zapatero
en la Moncloa.
Entre los privilegios que acumulan llama la atención su
potestad, protegida gubernamentalmente, de manifestarse contra cualquier acto
no progresista que les disguste, manifestación que debe realizarse para
reafirmar el privilegio en los mismos días en los que se celebra la
concentración repudiada. Este derecho a interrumpir y manifestar desagrado no
se ve limitado por las razones de lugar o momento que se aplican a los actos
susceptibles de provocar incidentes. Así quieren celebrar sus manifestaciones
directamente anticristianas con lemas cristófobos y una estética que parodia
hasta el insulto la celebración religiosa en el momento y lugar donde su acción
sea más provocadora para los desgraciados que no tienen loa fortuna de haber
sido liberados por su pensamiento superior.
La prueba del nueve del privilegio esta en dos elementos
casi evidentes. Uno es la ausencia de reciprocidad, una acción similar en las
fechas de exaltación ideológica progre sería calificada de provocación y puede
observarse que han trufado los códigos penales de sanciones para quienes se
atreviesen a semejante acto. El otro elemento es la ausencia de límites en sus
acciones. Ellos mismos fijan las fronteras de lo que puede ser considerado
insultante o denigratorio y así su ataque brutal al papado no podría
considerarse nunca como ofensivo para los católicos. Es evidentemente una ley
del embudo, pero unánimemente aceptada a juzgar por los Poncios que repiten en
los medios su “respeto” ante la acción anticatólica en los días precisos de la
JMJ en Madrid.
El privilegio permite que los provocadores apunten a su
fiscalía para que vigile precisamente a los provocados no sea que realicen
acciones que no les gusten o expongan sus posiciones, especialmente las
religiosas, de forma incompatible con la censura progresista.
Ciertamente aquí se encuentra la clave de lo que acontece.
El peculiar integrismo de nuestros progresistas exige que toda manifestación religiosa
se amolde a sus exigencias, es decir a la compatibilidad con su religión.
Evidentemente desde el Terror han aprendido que deben mostrar una mínima
tolerancia hacia el culto privado pues el coste de la represión del mismo les
ha sido muy alto, recuérdese la caída del Muro, por ejemplo. Pero pese a ello
cargan especialmente contra el culto público, es decir, contra todo acto en el
que el hombre afirma una vinculación estrictamente religiosa, es decir,
entiende que su explicación está fuera de sí mismo y de las construcciones
sociales que el mismo realiza. Que hay Otro a quien adorar y que ese se ha
manifestado en un momento histórico concreto para librarnos de nuestra miseria,
no para afirmar un futuro sueño inmanente que siempre termina en alguna odiosa
tiranía o adorando a otro hombre, que es el colmo de la estupidez.
Esto explica la intolerancia que se manifiesta por nuestros
progresistas. Yo les entiendo. Más de un millón de personas renunciando en
público a las ilusiones con las que nos manipulan es demasiado para ellos. Por
eso animan, aunque sea con la boca pequeña, a la panda de supuestos exaltados
que “deben poner las cosas en su sitio” en nombre de una libertad de la que
sólo son beneficiarios los activistas de estricta observancia.
José Miguel Serrano Ruíz-Calderón
No hay comentarios:
Publicar un comentario