jueves, 22 de septiembre de 2011

O Dios o el Partido

Hace unos días, el Parlamento polaco decidió por una estrecha mayoría de 191 contra 186, no prohibir totalmente el aborto en Polonia. El rechazo fue conseguido gracias a que el Partido el primer ministro, la Plataforma Cívica, impuso la disciplina de voto a sus diputados.
El problema moral que origina la obligación de votar conforme a las instrucciones del Partido cuando se ve afectada la conciencia personal del diputado, es éste: ¿un diputado puede votar, cuando así se lo demanda su Partido, contra su propia conciencia? La respuesta es muy sencilla: No.

El Concilio Vaticano II, nos describe así la conciencia:
"En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad” (GS 16). Esto supone, como nos dice el mismo Concilio al hablar de la libertad religiosa, que  “la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa”, “y esto de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a actuar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos” (DH 2).
La conciencia es la voz interior del hombre, que le exige hacer el bien y evitar el mal. Es, a la vez, la capacidad de poder diferenciar el uno del otro. Ahora bien, tenemos el deber de formar la propia conciencia para que sea un instrumento, cada vez más sensible, de la actuación justa. La primera escuela de la conciencia es la autocrítica a la luz de la Verdad sinceramente buscada, que nos evite la tentación de la inclinación que todos tenemos de juzgar a favor nuestro. La segunda escuela de la conciencia es la orientación al buen obrar de los otros. La formación correcta de la conciencia conduce al hombre a la libertad de hacer el bien conocido rectamente. Pertenece a la misión de la Iglesia enseñar a las personas y darles también sus directrices.

Los políticos son personas y por tanto tienen responsabilidades morales. Todo lo que se hace contra la conciencia, nos dice Santo Tomás, es pecado. Cuando nos presentemos ante Dios, cada uno tendrá que responder de sus actos, siendo muchos a lo largo de la Historia los que por fidelidad a su conciencia han ido a la cárcel e incluso han sido ejecutados. El aborto para la Iglesia Católica es un crimen, no siendo lícito para un católico favorecerlo con su voto. Es una ley intrínsecamente injusta, que hace que quien la apoya no deba acercarse a la Sagrada Comunión, mientras no se arrepienta y pida perdón también por el escándalo público que ha ocasionado.

Ahora bien, si peca un simple diputado que obedece a las directrices de su Partido, ¿qué decir de los dirigentes que imponen esta disciplina en cuestiones de conciencia  a sus diputados? El Catecismo Joven de la Iglesia Católica, del que estoy siguiendo la doctrina que da en sus números 295-298, nos dice: “Quien pasa por alto la conciencia de un hombre, la ignora y la presiona, atenta contra su dignidad”. “Hacer violencia a la conciencia de una persona es herirla gravemente, dar el golpe más doloroso a su dignidad. En cierto sentido es más grave que matarla (Beato Juan XXIII)”. Además las palabras de Jesús en este tema son tajantes: “A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10,32-33).

Reflexionemos sobre lo que nos dice Jesús y oremos para que el Señor abra los ojos a quienes han tomado la decisión equivocada.

P. Pedro Trevijano, sacerdote.

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