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(Gilbert K. Chesterton. El hombre que fue jueves)
"El que admite que la herejía es crimen gravísimo, y pecado que clama al cielo y que compromete la existencia de la sociedad civil; el que rechaza el principio de la tolerancia dogmática, es decir, la indiferencia entre la verdad y el error, tiene que aceptar forzosamente la punición espiritual y temporal de la herejía, tiene que aceptar la Inquisición. Ante todo hay que ser lógicos, como a su modo lo son los incrédulos que miden todas las doctrinas con el mismo rasero, e inciertos de su verdad, a ninguna consideran digna de castigo. Pero hoy es frecuente defender la Inquisición con timidez y de soslayo, con atenuaciones doctrinales, explicándola por el carácter de los tiempos (es decir, como una barbarie ya pasada), confesando los bienes que produjo (es decir, bendiciendo los frutos y maldiciendo el árbol)..., pero nada más. Ni ¿cómo habían de sufrirlo los oídos de estos tiempos que, no obstante, oyen sin escándolo ni sopresa las leyes del estado de sitio y de consejos de guerra? ¿Cómo persuadir a nadie de que es mayor delito desgarrar el cuerpo místico de la Iglesia y levantarse contra la primera y capital de las leyes de un país, su unidad religiosa, que alzar barricadas o partidas contra tal o cual gobierno constituido? Desengañémonos: si muchos no comprenden el fundamento jurídico de la Inquisición, no es proque él deje de ser bien claro y llano, sino por el olvido y menosprecio en que tenemos todas las obras del espíritu , y el ruin y bajo modo de considerar al hombre y a la sociedad que entre nosotros prevalece. Para el economista ateo será siempre mayor criminal el contrabandista que el hereje. ¿Cómo hacer entrar en tales cabezas el espíritu de vida y de fervor que animaba a la España inquisitorial? Cómo hacerles entender aquella doctrina de Santo Tomás: " Es más grave corromper la fe, vida del alma, que alterar el valor de la moneda con que se provee al sustento del cuerpo".
(Marcelino Menéndez Pelayo. Historia de los Heterodoxos Españoles , tomo II)
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