viernes, 14 de marzo de 2008

OPINIÓN CARLISTA POST-ELECTORAL



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Y GANÓ ZAPATERO

Como estaba previsto

Carlos Ibáñez Quintana (12/03/08)

A pesar de los muchos votos católicos que recibió, el PP ha vuelto a perder las elecciones.

A los católicos practicantes que”tapándose las narices” (como ellos dicen) apoyaron con su voto a ese partido, les preguntamos: ¿no ha sido el vuestro un voto perdido? Decían que había que impedir que volviera a salir Zapatero. Y que ello sólo se podría lograr votando al PP. Total: que han apoyado a un partido que se había comprometido a mantener el aborto y no han conseguido evitar el triunfo socialista.

Delante de la sede del PSOE en Ferraz, podíamos ver por televisión en la noche del día 9, una enorme pancarta en la que se leía: "Ha ganado el PSOE, han perdido los obispos”. Los obispos habrían perdido también aunque hubiera ganado el PP. Porque los obispos dijeron que no se podía votar a ningún partido que mantuviera el aborto. Y el PP se había comprometido a no abolir la criminal ley. Ha ganado Satanás que ve con satisfacción cómo anualmente cien mil seres humanos, imagen y semejanza de Dios, son asesinados en el vientre materno. La victoria de Satanás ha sido clamorosa. No de 45% sobre el 40%, sino del 90 % sobre un exiguo resto. Pues el 90% de los votantes han dado por bueno que el aborto debe seguir permitido. Y en ese 90% figuran muchos católicos de comunión diaria que se horrorizarán al leer lo que decimos y se indignaran contra el que firma estas líneas por incluirles entre los que han votado a favor de Satanás.

Pero ante los hechos, ante los hechos claros, no valen razonamientos exculpatorios. ¿Han votado a favor de un partido abortista, o no? Han votado. No hay más que hablar.

Nosotros también hemos visto la necesidad de impedir que Zapatero repita mandato. Pero para evitarlo no hemos pasado por pagar el peaje de renunciar a nuestra fidelidad a Dios. Nos ha parecido que nuestro deber primordial era dar testimonio de nuestra Fe negando el voto a un partido abortista. Y lo hemos hecho.

Eso es lo que nos exige Dios: fidelidad. No nos pide clarividencia política para adivinar lo que hará Zapatero una vez en el poder. Nosotros hemos cumplido con nuestro deber siguiendo su mandato. Lo que después venga está en sus manos.

Porque lo que no hemos hecho es poner nuestra confianza en un hombre que ya jugaba para perder. Así como suena. Nos convencimos de ello cuando en el primer debate Zapatero adujo, como méritos para su partido, el que el PSOE había sido el promotor, de lo que él denominaba “leyes de progreso”. A saber: el divorcio, el aborto, el matrimonio de homosexuales, etc. etc. A todas esas leyes se había opuesto el PP. Rajoy se calló y, con su silencio, le reconoció esa ventaja. Cuando debería haberle replicado que no se trata de leyes de progreso, sino de leyes que disuelven la sociedad. Pero no se atrevió a hacerlo.

Cuando España necesita un golpe de timón, viene Rajoy a convencernos de que va a bajar el precio de la leche y del pan. ¿Con quién cree que está tratando?

Parece ser que en Barcelona por 65 votos el PSOE le quita el último diputado en liza al PP. Esos votos se los podría haber dado la CTC. Que lo tengan en cuenta. Porque los pocos votos católicos que no se dejan secuestrar por el cuento de “el mal menor” han sido suficientes para que pierdan un diputado. Ni nos alegramos ni nos entristecemos. A nuestros correligionarios que han dado esa pequeña victoria al PSOE, su conciencia no les ha permitido actuar de esta manera.

Dentro de cuatro años hay nuevas elecciones. A quienes han votado por el mal menor y están aterrados por lo que pueda ocurrir ahora, les recordamos el deber que tienen de trabajar en formar una fuerza electoral que defienda los cuatro puntos no negociables.

Que no esperen que les demos el trabajo hecho. A ellos también les alcanza la obligación que a nosotros nos impulsa a pelear en la vida política. Tienen abiertas las puertas de la Comunión. Si nuestra solución no les convence, hay otros grupos. Y si éstos tampoco les gustan que organicen algo mejor. Pero que piensen que están traicionando al Señor si, en los cuatro años que tenemos por delante, persisten en lamentarse del desgobierno e injusticias del PSOE y en su inactividad política.


AYER Y HOY DE LA COMPRA DE VOTOS

Zortzigarrentzale (12/03/08)

La primera vez que votó mi padre le pagaron el voto a treinta duros. Los duros eran de plata. Se trataba de elecciones al Congreso y se disputaban el voto dos prohombres que a mi padre y a mis tíos no les decían nada. Fueron a votar los cuatro hermanos. Lo hicieron por orden de edad, uno a continuación de otro, y mi padre fue el último. El mayor de los hermanos se volvió a él y le dijo: “coge el dinero”. “¿Vosotros también cobráis?”, preguntó extrañado el agente electoral. “Igual que los demás” respondió secamente mi tío. Mi padre llevaba el mandil propio de su negocio. Lo extendió y sobre él fueron cayendo, uno tras otro, ciento veinte duros; tres kilos de plata.

No sé si esa sería la elección que recordaba pocos años después mi patrona en Bilbao. Mi patrona era paisana nuestra. Y me hablaba de unas elecciones en las que un marqués pagó generosamente los votos. Sus agentes incluso compusieron unas sencillas coplas alabando su largueza. Los votantes iban cantando: “Votaremos al marqués….”. Aquel año muchas familias necesitadas pudieron comprar y matar un cerdo que les alegró sus normalmente desprovistas mesas.

Era la consecuencia de haber instaurado el sufragio universal. Con ello dieron el voto a gente pobre, incluso indigente. Que no entendía de la política que se dilucidaba en el Congreso. Que normalmente se habría abstenido. Muchas veces he pensado si mis familiares habrían vendido su voto en unas elecciones municipales, en las que los enfrentamientos eran duros entre los dos grupos en que se dividía el pueblo. ¡Ni soñarlo! Mucho menos si recordamos que pocos años antes mi abuelo, síndico municipal, había adelantado de su bolsillo 3.000 pts para pagar a los obreros que trabajaban en la traída de aguas.

Las elecciones costaban mucho dinero a los candidatos. ¿De dónde salía el dinero? En 1918 se supo que un candidato nacionalista de Vizcaya retiró de su cuenta corriente 100.000 pts en billetes de 25. ¿Cómo se recuperaba ese dinero? Eso ya es harina de otro costal.

En la década de los sesenta habló en Bilbao José Ángel Zubiaur (¿o fue José Maria Valiente?). Hizo una acertadísima crítica del sistema liberal. Dijo que en las constituciones liberales nunca se decía nada de la compra de votos y de otras trampas que nunca faltaban de las elecciones. Tan nunca faltaban que se podría afirmar que eran consustánciales con las mismas.

Hoy se sigue pagando por los votos aunque el dinero no llegue a los votantes. Es un cuento eso de que por medio de la elección el ciudadano expresa su voluntad libremente. Cuando tal se afirma, da la impresión que vota por una opción que ya tiene determinada. Que su decisión ha sido adoptada mediante una reflexión personal en ausencia de todo condicionamiento exterior. Así debiera de ser.

Pero así no es. Los partidos preparan cuidadosamente las campañas. No se preocupan tanto de exponer sus programas de una manera clara cuanto de “dar buena imagen”. Pare ello contratan a empresas especializadas en convencer a las masas. En seducir. En “camelar”. Estas les aconsejan sobre el modo cómo deben hablar, cómo deben vestir, cómo deben ir peinados, etc. Cuando tanta importancia tiene lo accidental es que se da muy poca a lo fundamental: a los principios que defiende el partido y al programa de gobierno. Y la gente vota. La gran mayoría impresionada por el resultado de un debate, que no deja de ser un espectáculo, que por lo que han defendido los candidatos.

Por eso las elecciones cuestan. Cuestan mucho más que cuado cada voto se pagaba en plata, al contado y los electores podían sacar el vientre de mal año matando el cerdo. Pero ese dinero se lo llevan las empresas asesoras de imagen. Al pueblo no le llegan más que promesas que generalmente no se cumplen.

Se siguen comprando los votos, como antaño. La única diferencia es que no se los pagan a los que votan.

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