domingo, 23 de marzo de 2008

Lealtad sin fisuras


En 1946, Melchor Ferrer proclamaba: «Por si los carlistas jóvenes no me conocen, debo presentarme. Nunca fui integrista, ni fui minimista, ni fui mellista, ni fui de la Unión Patriótica, ni fui cruzadista, ni fui ni soy de FET. Ni alfonsino ni juanista. Carlista soy, carlista desde mí mocedad a las órdenes de Carlos VII el Grande; carlista en el servicio muy cerca del caballeroso Jaime III, carlista bajo el recto Alfonso Carlos, carlista en la disciplina del nobilísimo Príncipe Regente Don Javier de Borbón».

Hoy, Domingo de Pascua de 2008, proclamamos nosotros que nunca fuimos ni seremos de democracias o alianzas nacionales, mucho menos de alternativas o frentes españoles, ni de otras plataformas o movimientos. No somos ni de derechas ni de izquierdas. Somos íntegramente tradicionalistas: contrarrevolucionarios militantes, católicos a machamartillo, españoles hasta la médula, defensores acérrimos de las libertades populares, monárquicos legitimistas.

Por eso, hoy como ayer, somos los tradicionalistas del siglo XXI frente a los liberales de la “alternativa social cristiana” que «afirman que, efectivamente, las leyes divinas deben regular la vida y la conducta de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado» (condenados ya en 1888 por la Libertas praestantissimum, 14) y al resto de nuevos europeizadores demócrata cristianos, neoliberales, socialistas, comunistas, tecnócratas, socialdemócratas, y toda laya de cofrades. El Carlismo reivindica la gloria de encarnar en el siglo XXI las doctrinas y el estilo humano de los hombres de Las Españas de siempre, pues el Carlismo no es otra cosa que la continuidad pura y simple de nuestras Españas, la pusillus grex, el pequeño rebaño de la Hispanidad, al decir de la Escritura (Lc12,32).

Los carlistas, ni dícense revolucionarios, ni juegan a llamarse socialistas, ni presumen de demócratas ni de liberales, aunque su sistema político entraña, en verdad, la única transformación social fructífera, la verdadera solución a los desórdenes sociales, el auténtico Gobierno del pueblo y la real garantía de las libertades de cada ciudadano. Los carlistas han llamado siempre y seguirán haciéndolo así a las cosas por su nombre. Y no niegan a Cristo ni a Las Españas, ni siquiera con disfraces de vocabulario demagógico, tan fácil como estéril. Se llaman a sí mismos lo que son: enemigos de las sucesivas fórmulas extranjeras que han sido el absolutismo, el liberalismo, el democratismo, el socialismo y fascismo. Con temple de Caballeros desprecian la demagogia y galantean a la sinceridad política, porque de Caballeros es ir proclamando a todos los vientos la verdad.

Como ayer, como siempre, como cuando hizo falta, por Dios, por la Hispanidad y el Rey Legítimo, somos carlistas a las órdenes del Infante de España S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, Duque de Aranjuez, Príncipe de Parma y de Plasencia, Antiguo Caballero Legionario, Regente de la Comunión Tradicionalista, Abanderado de la Tradición.

«In manu Dei potestas terrae,
et utilem rectorem suscitabit in tempus super illam».

«La potestad de la tierra está en manos de Dios,
y Él a su tiempo suscitará quien la gobierne útilmente». Eclesiástico, X, 4.

Señora Inmaculada de las gentes de España *
Señora Inmaculada de las gentes de España.
De victoria en Lepanto, de dolor en Rocroi,
rezada a flor de Espadas desde el mar de Corinto
a la ribera virgen del río Paraná.
¡Señora Inmaculada de los indios ingenuos
y del Hidalgo altivo y de la Inquisición!
Como ayer, como siempre, como cuando hizo falta,
España, de rodillas, te ofrece el corazón.

¡Señora Inmaculada del Pilar Jacobeo!
Consuelo de amarguras en empresas de amar.
El fruto que sembraste para la Fe de Cristo
salido de tus manos, ¿no había de granar?
¡Señora Inmaculada del Apóstol del Trueno,
de la hazaña difícil y la tribulación!
Viniste a Zaragoza para salvar a España,
y España, desde entonces, parece una oración.

¡Señora Inmaculada de los Picos de Europa!
¡Cuántos te parecían pues cuanta era su Fe!
Y vino de los cielos tu auxilio y la victoria
del Dios de las Batallas, del Santo, de Yahvé.
¡Señora Inmaculada de esperanzas de Patria!
Se eleva una plegaria de Asturias a Aragón.
Sus ecos en las rocas, los bosques y los muertos
hablaron en romance y hablaron en canción.

¡Señora Inmaculada de la Santa María,
de los vientos propicios y de la tempestad!
Temblando amor de Madre llegaste al nuevo mundo
y el indio fue el hermano y Cristo la Verdad.
¡Señora Inmaculada del santo Misionero,
de los Conquistadores y del Emperador!
Resuena aun el Caribe las voces de Triana
y rezan todavía los indios al Señor.

¡Señora Inmaculada del indio mexicano!
América es España, y España es para ti.
El inca y el azteca cayeron de rodillas
y fue el Ave María caricia en guaraní.
¡Señora Inmaculada de la Rosa de Lima,
de García Moreno, de la persecución!
Son hijos de españoles, amándote nacieron:
no saben de mentira, ni saben de traición.

¡Señora Inmaculada del Valle de los Muertos,
del niño asesinado y el viejo Requeté!
Ganaron la victoria, la sangre y el martirio
de la España de Cristo por la España sin Fe.
¡Señora Inmaculada del muerto por la vida!
En tus brazos de Madre morir es salvación.
Y la semilla santa rebrota en Patria nueva
con ecos del Prudente y voz de Calderón.

¡Señora Inmaculada de la historia de España!
Tú misma nos la hiciste y huele a santidad.
Derrotas son honores, que las guerras de Cristo,
se ganan en el cielo y allí está la Verdad.
¡Señora Inmaculada! Somos aquellos mismos
que siglos defendieron tu pura Concepción.
Como ayer, como siempre, como cuando hizo falta,
España de rodillas, te ofrece el corazón.

Francisco José Fernández de la Cigoña.
* Nuestro gran amigo don Francisco José Fernández de la Cigoña, en sus años universitarios, escribió con amor y con conciencia estos buenos versos.

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