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viernes, 18 de junio de 2010

Tirad, pero tirad sin odio: la lucha de los requetés fue una cruzada

  (de cuando Carlos Hugo jugaba a ser "el Principe de la Cruzada")

No nos avergonzamos de nuestra historia. De hecho el Carlismo es la única fuerza política que ha mantenido coherentemente su orgullo de haber participado en la guerra civil de 1936, para nosotros y nuestros combatientes una Cruzada, tal y como la definió la Iglesia Católica . Cuando el franquismo celebraba los "años de paz" y dejaba de recordar el alzamiento del 18 de julio, limitándolo a la paga extraordinaria del 18 de julio, el Carlismo continuó, como continua hoy en día conmemorando y defendiendo la legitimidad de tan magna epopeya. El felón ex-príncipe Carlos Hugo encabezó en los años 60 esa reivindicación de la Cruzada, con frases tan contundentes como la que manifestó a la revista carlista MONTEJURRA en abril de 1967: "la libertad religiosa es una traición a la Unidad de España y a los muertos de la Cruzada". Y es que si la guerra fue una Cruzada fue, fundamentalmente, gracias a los Requetés. Los herederos de los levantamientos por la legitimidad forzados por los acontecimientos políticos dejaron la legitimidad en un segundo plano "para salvar la Religión y la Patria", como dijo la orden de SMC Alfonso Carlos I, difundida por S.A.R. Don Javier, entonces Regente de la Comunión Tradicionalista. Pero no se transigió ni con la confesionalidad católica ni con el trapo tricolor que querian enarbolar la mayoría de los militares. 

El Carlismo fue de hecho el único movimiento político que realmente queria acabar con la nefasta II República. La actitud prudente en que con un principio se acogió el advenimiento de la misma (pese al fraude realmente antidemocrático que supuso, al ni siquiera tener los republicanos mayoría, y solo explicable por la cobardía de la antimonarquía usurpadora liberal) pronto se transformó en radical beligerancia. El 14 de junio, un enorme mitin carlista que abarrotaba la Plaza de Toros de Pamplona, bajo la presidencia del Marqués de Villores, jefe delegado de Don Jaime, el Carlismo "declaraba la guerra a la República" en respuesta a los primeros e intolerables ataques antirreligiosos de la misma. La Guardia Civil irrumpió en el acto y tras horas de incidentes detuvo a los oradores de dicho acto. Mientras las derechas cobardes se hacian republicanas e intentaban participar del sistema el Carlismo empezó a prepararse para la guerra. Los incidentes callejeros, los asaltos a locales rojos y separatistas y la defensa de los círculos carlistas de los mismos rojos, separatistas y policías y guardias civiles eran la tónica diaria. El 10 de agosto de 1932 un militar navarro de gloriosa estirpe carlista. el General Sanjurjo, organiza la primera intentona contra la II República.
Ante los atropellos, la anarquía, la política anticatólica, la nueva constitución sectaria, la expulsión de la Compañía de Jesús, la laicización de la enseñanza etc., se dio permiso a los carlistas para sumarse individualmente al levantamiento. Así algunos murieron gloriosamente en los combates de la Plaza de la Cibeles en Madrid, como los estudiantes carlistas de la AET José María Triana y Justo San Miguel. Durante las semanas previas aumentó considerablemente la introducción de armas por la frontera francesa, supervisada por los propios reyes Don Alfonso Carlos y Doña María de las Nieves; armas que finalmente servirían para el triunfo inicial de 1936. El 10 de agosto de 1932, los carlistas tomaron las calles en varias poblaciones y evitaron desmanes.
Tras el fracaso de esta primera "Sanjurjada" (decimos primera porque el Director del Alzamiento de 1936, aquel con quien pactó el Carlismo, fue el propio General don José Sanjurjo Sacanell; su temprana muerte, unida al esfuerzo curiosamente conjunto de la propaganda roja y de los aduladores del General Franco, lo relegaron pronto al olvido), la represión gubernamental, encabezada por el siniestro Manuel Azaña, fue feroz e indiscriminada. Muchos carlistas estaban ya en prisión, arbitrariamente detenidos por los republicanos; su estancia en ella se prolongó. Muchos otros que tampoco habían tenido nada que ver con la conspiración fueron detenidos en toda España, y permanecieron en prisión sin juicio tres o más meses; entre ellos Manuel Fal Conde, Enrique Barrau, Luis Redondo o el poeta malagueño José Luis Hinojosa (tal vez el más interesante de la Generación del 27, olvidado después de asesinado por los rojos el 22 de agosto de 1936). Los círculos carlistas fueron registrados y clausurados, a veces saqueados; los numerosos periódicos de la Comunión fueron secuestrados y suspendidos.
Azaña y las logias aprovecharon también para deshacerse de cuantos mandos militares eran considerados desafectos a la izquierda, y así casi un centenar y medio fueron deportados sin juicio a Villa Cisneros, en el Sahara español. De ahí saldrían los mejores mandos de la Cruzada de 1936-1939; allí volverían al Carlismo hombres como el General José Varela. Porque aunque los rojos hicieron todo lo posible por deshacerse de los deportados (como denunciaron los diputados de la Comunión Tradicionalista: uso de un barco decrépito e insalubre, el España Nº 5, para el traslado de los prisioneros; retención sin juicio; destierro inconstitucional de más de 250 km. del lugar de residencia; hacinamiento; etc.), la presencia entre ellos de carlistas como Juan José Palomino; el Marqués de Sauceda; Mier y Terán; los hermanos Chicharro; varios estudiantes de la AET de Madrid, etc., unida a la conciencia de que luchar por España implicaba necesariamente enfrentarse al régimen tiránico, lograron que en otoño de 1932 ya se hubieran unido a la Comunión más de ochenta de los deportados.
En 1933 la importante maquinaría de guerra que era el Carlismo va perfilándose. Los Requetés, curtidos en el diario combate callejero, en los tiroteos contra los impíos que pretenden atacar procesiones y quemar Iglesias y conventos, empiezan a prepararse para el combate militar. En enero de 1934 se publica la Ordenanza del Requeté, escrita por el entonces Coronel Varela. En marzo Antonio Lizarza Iribaren y Rafael Olazábal se entrevistan en Roma con Mussolini, consiguiendo de este armas, municiones y dinero para un levantamiento, así como la instrucción de jóvenes requetés navarros en academias militares italianas. En abril se celebra el primer acto del Quintillo, en el Reino de Sevilla, como demostración de fuerza del Requeté andaluz. El 15 de julio en Potes (La Montaña) Fal Conde pronuncia un discurso ante 10.000 Requetés señalando que "los pueblos tienen derecho a levantarse contra los tiranos". La respuesta de la juventud carlista es unánime "¡Vengan fusiles!". Hay nuevos enfrentamientos con la Guardia Civil. En el levantamiento armado de las izquierdas y los separatistas en 1934 los carlistas toman nuevamente las armas y se hacen dueños de muchas calles, evitando y combatiendo los desmanes revolucionarios. En noviembre los estudiantes carlistas de la AET organizan un gran asalto a la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid, acabando con la prepotencia del sindicato republicano FUE. Después vendrian nuevas manifestaciones de fuerza, como el Aplec de Montserrat, ante 40.000 carlistas y con Fal Conde anunciando la posibilidad de nuevos levantamientos. El triunfo fraudulento de las izquierdas en 1936 hace que se redoblen los esfuerzos ante una posible acometida revolucionaria. Fal Conde señala "cada vez que el Gobierno nos necesite para algo bueno para la sociedad española, no hallará mejores colaboradores, ni más abnegados, ni más leales, no por el Gobierno, entiéndase bien, sino por la Patria, cuyas penas nos parten el alma...". Lejos de aceptar cualquier conciliación o trabajo por el bien común las izquierdas revolucionarias se empecinan su carácter sectario y los carlistas se preparan para el Alzamiento, con o sin los militares. En marzo Fal Conde visita al General Sanjurjo en su prisión del Castillo de Santa Catalina. El General pone simbólicamente su espada y pide ser admitido en la Comunión. Desde aquel momento el General se convierte en jefe militar del Alzamiento. En abril SMC Don Alfonso Carlos I constituye el Estado Mayor Carlista, bajo la dirección del General Muslera, y designa a Don Javier como su representante en vísperas del Alzamiento. El Carlismo como desde el principio planea el Alzamiento para derrocar a la República. Los militares se mantienen mayoritariamente al margen. Las derechas quieren participar del sistema. Falange, partido pequeñísimo, pretende llevar a cabo una revolución nacional-sindicalista, pero pese a ser sus miembros cruelmente masacrados por los republicanos tampoco participa en las conspiraciones contra la República. Solo el execrable asesinato de Calvo Sotelo por la policía republicana lleva a moverse a algunos militares. Estos solo quieren la restauración del orden republicano. Pero el Carlismo no transige. No acepta ni el trapo tricolor ni la "dictadura aconfesional republicana". Los militares, desesperados y conscientes de que sin el Carlismo nada pueden hacer, transigen. Para los Requetés, como para los católicos españoles coherentes, la conspiración contra la República era una Cruzada contra las fuerzas sectarias que estaban masacrando con cruelísimo odio a la Iglesia Católica, en una de las mayores persecuciones religiosas de la Historia . Como Cruzados en todas las banderas de los Tercios de Requetés junto a los colores nacionales estaba la Santa Cruz de Nuestro Redentor. Junto a las banderas era el Cristoforo el que iba en vanguardia de la lucha. Católicos a machamartillo,toda la contienda armada estuvo traspasado por una espiritualidad de combate  inapelable e innegable.

Obviamente no movia al Requeté odio alguno ni violencia gratuíta. La actitud guerrera de los carlistas era análoga a la de Antonio Rivera, el Ángel del Alcazar, camarada de armas de los requetés que también defendían y que liberaron El Alcazar. El 18 de septiembre intentó rescatar una ametralladora y le volaron el brazo izquierdo que tuvo que serle amputado. Fue entonces cuando pronunció la frase que se ha convertido en resumen de una ascética para un combatiente cristiano: «Tirad, pero tirad sin odio», idea que repitió muchas veces hablando del amor al enemigo. El Carlismo no tomó represalias contra nadie y fue agente de reconciliación tras la guerra. Quienes pretenden olvidar cualquier perdón y reconciliación son los herederos de los perdedores de la guerra, los que la provocaron con su sectarismo y persecución y los responsables de los mayores genocidios del siglo XX.

Quien quiera negar el carácter de Cruzada a la lucha de los carlistas o empequeñecer la epopeya es simplemente un cretino ignorante, enemigo de la Santa Causa de Dios, Patria, Rey. Por mucho que intenten liquidar la Verdad histórica los hechos son los que fueron. Que no se repitan solo depende de los enemigos de Dios y de España. La guerra es una situación muy dura, pero la doctrina católica enseña que puede ser Justa y necesaria. Mucho peor que la guerra es la tiranía de las sectas enemigas de Dios y de España. Que el Bendito ejemplo de los Requetés nos conforte, nos ampare y nos sirva de acicate y ejemplo.

  ( Calendario de bolsillo de la C.T, año 1968)

jueves, 25 de febrero de 2010

Gloria a Fal Conde

http://www.requetes.com/grandes/fal2.jpg

- A la memoria de d. Manuel Fal Conde. Al testigo de su hijo, el siempre joven Domingo, tan amigo como maestro.



Gloria al adalid andaluz,
aquel al que don Javier,
como duque del Quintillo,
bien fue a reconocer,


Gloria al talento político,
gloria al espíritu emprendedor,
gloria al caballero del sur,
con maderamen organizador,


Hijo de Higuera de la Sierra,
héroe de nobleza natural,
Sevilla su gran centro,
por la legitimidad,


Para el Alzamiento se alistaron,
miles de voluntarios entusiastas,
por su genio firme y dulce,
por su encomiable ordenanza,


Contra la hidra roja,
contra raros experimentos,
fidelidad a los principios,
de la Tradición el juramento,


Y con todo y con eso,
conoció en Portugal el exilio,
allí nunca fue un extraño,
el carlista eximio,


Consagración contrarrevolucionaria,
una vida por un ideal,
centinela del Sagrado Corazón,
boina roja de lealtad,


¡Don Manuel Fal Conde,
por siempre presente,
por la Santa Causa,
por el orgullo de su gente!

lunes, 26 de mayo de 2008

DON MANUEL FAL CONDE - 02

Aunque no venga a colación, debemos recordar que hoy ha sido detenido el máximo jefe de la organización terrorista ETA y uno cuantos asesinos que estaban con este individuo.
Nosotros a lo nuestro, a recordar a don Manuel José Fal Conde, a quien sus próximos trataban como Pepe y no como Manolo. Es tanta la documentación que estamos manejando que ceñirse solo a unos datos biográficos sería extremadamente poca cosa. Queremos dedicar a este Caballero Carlista un ramillete de documentos, artículos, libros, canciones, etc., que nos ayuden a todos a recordarlo y perpetuar su memoria.


 Esta primera tarjeta es una carta de pésame a otro insigne carlista y a su familia por la muerte de un hijo. Los espacios blancos corresponden a datos personales que deben quedar en el anonimato. En el encabezado podemos leer "MANUEL J. FAL CONDE, Albareda, 19, Sevilla 27 de diciembre de 1.954".
Dice el texto: "Muy querido amigo y correligionario: García Verde me trae la triste noticia de la coble pena con que el Señor prueba a Vds. Les considero y tengo muy presente dándome cuenta de la amargura y dolor que estarán experimentando.
Cuenten con mis pobres oraciones y sírvales de consuelo uno de los nombres de su padre y su tía q.e.p.d. a los sufragios que en tanta cantidad aplica nuestra Comunión por sus queridos muertos.
A toda la familia el pésame más sentido y de ésta y para V. un abrazo de su buen amigo y correligionario".
Rúbrica de Manuel Fal Conde al pie de la tarjeta.
Recientemente me hablaba el querido Domingo Fal, de lo importante que era para su padre cualquier persona, por muy alejada de la familia que estuviera; don Manuel siempre tenía un hueco para dedicarle parte de su tiempo. Cuidaba los detalles como esta muestra de pésame con un cariño infinito.
 
En el segundo documento vemos la pragmática, concisa y clara instrucción del mando, del hombre con responsabilidades, del delegado del Legítimo Rey de las Españas; sin descuidar nunca las formas, el afecto y la proximidad:
Encabezado: COMUNIÓN TRADICIONALISTA, Jefatura Nacional Delegada.
Sevilla 15 de septiembre de 1.951.
"Mi querido amigo y correligionario:
He tenido el gusto de proponerle para Consejero en el curso próximo 1.951-52. Dios mediante celebrará el Consejo su primera reunión en los días 12, 13 y 14 de Octubre próximo.
En las primeras horas del día 12 deberá V. preguntar en Misión el horario de los actos.
Le ruego encarecidamente su asistencia y quedo como siempre suyo buen amigo y correligionario que le abraza".
Rúbrica de don Manuel Fal Conde al pie del documento.

martes, 20 de mayo de 2008

D. Manuel Fal Conde, 20 de mayo de 1975. In memoriam.

 Se cumple este 20 de mayo el XXXIII aniversario de la muerte del que fuera Jefe Delegado del carlismo desde 1934 a 1955, el inolvidable D. Manuel Fal Conde.
En prueba de nuestro recuerdo a su persona publicamos el texto necrológico que escribió a los pocos días de su fallecimiento otro insigne carlista, D. Raimundo de Miguel.

FAL CONDE 


por Raimundo de Miguel

Hace unos días ha muerto en Sevilla Don Manuel Fal Conde. No ha habido grandes alardes periodísticos para dar la noticia, ni para destacar la influencia decisiva de su intervención personal, en el curso de la política española de estos últimos cuarenta años. Ha muerto, como ha vivido; con la sencilla dignidad cristiana del que cumple en todo momento con su deber y del que sabe que la entrega de su vida es el último servicio que el hombre tiene que rendir a Dios. Pero por su mano había dejado escrito en el Devocionario del Requeté una frase lapidaria que ha sido guía y meta de muchos miles de carlistas: “Ante Dios nunca serás héroe anónimo”.

Y la trayectoria de su vida fue un constante acto de reflexiva heroicidad, que conviene destacar también ante los hombres, para que sirva de ejemplaridad y estímulo. Fal Conde fue designado por Don Alfonso Carlos, Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, para reorganizar el carlismo y combatir la revolución agazapada de la república. Con energía de titán, con el vigor que da la convicción de que ese era el deber ante Dios en aquellos momentos, no rehuyó esfuerzos, sacrificios, ni persecuciones para conseguirlo. La Comunión resurgió potente en la vida política española y miles de muchachos se encuadraron en el Requeté, no para la acción callejera, sino para un más elevado y noble propósito de llegar si fuera preciso a una cuarta guerra carlista. En esta coyuntura entronca sus trabajos con los preparativos militares para el Alzamiento y es el representante ante el Ejército de todas las fuerzas civiles que van a participar en aquél. Es historia conocida la generosidad de sus condiciones para la incorporación del Requeté: abolición de la legislación anticatólica de la república, sociedad orgánica y bandera nacional. Y por su tesonero empeño vuelve a establecerse la bandera bicolor como bandera de España.

Setenta mil boinas rojas sobre las armas – derroche de sangre heroica – y la victoria que, hubiese resultado imposible sin la aportación organizada y combativa del Requeté desde el primer día. Pero entonces, cuando todos se apuntaban al triunfo y a acogerse a sus dulzuras (unos pasando la cuenta, otros aún sin méritos para presentarla) es cuando Don Manuel pasa por la gran prueba de fortaleza del poolítico cristiano. No está conforme con muchas cosas y tiene entonces (cuando esa postura no era tan facilona como ahora) el valor de disentir. Ofrecimientos, destierros, amenazas, riesgos ciertos de su vida, ostracismo, pobreza, silencio, nada hace a Fal apartarse del camino que su conciencia le dicta. Su figura se agiganta aún más en esta adversidad, que en la lucha primera.

Y es en este momento cuando se nos ocurre una reflexión. Ahora en que estamos bajo el signo oficial de la apertura, de la disparidad de criterios y de la concurrencia de pareceres, puede comprenderse mucho mejor la visión política de Fal cuando hace casi treinta años se oponía con toda su energía a una concepción uniforme y monolítica de la convivencia política, propugnando la necesidad de basar la vida pública de la nación, no en un partido (que el principio es el mismo para uno que para muchos) sino en un desarrollo espontáneo, no dirigido, de las fuerzas sociales institucionalizadas, que así constituirían la base de una auténtica representación y participación popular en el gobierno y hubieran supuesto la integración de la comunidad nacional con éste. Con ello hubiera constituido la fórmula original y distinta del régimen que salía de la guerra y le hubiera conducido por otros derroteros muy distintos de los que nos encontramos hoy.

Don Manuel fue un ejemplo de lealtad dinástica a la rama Borbón Parma a pesar de la incomprensión e ingratitud, que también por este lado sufrió. Pero quizá convenga destacar en esta visión esquemática de su vida, algo de lo que señalé el principio: la aceptación confiada de los designios de Dios sobre su persona. A estas alturas podemos ver bien claro cómo se le exigió la parte más dura: la puesta en marcha del carlismo, la preparación del Alzamiento, la perduración de la Comunión Tradicionalista. Cumplidos estos tres objetivos, la enfermedad, al privarle de la voz, retiró de la escena pública al político. Ya había realizado su misión y Dios le habrá recompensado por la constante tensión de su esfuerzo, en el que pocas satisfacciones tuvo como no fueran las de su conciencia tranquila, las de la elegancia espiritual de su conducta, la devoción de sus hijos (compensación muy de estimar en los tiempos que corremos) y el afecto de sus amigos, a los que sólo nos detiene para seguir su camino que nos trazara, la magnitud de su desinterés y sacrificio, ante el que desfallecen los ánimos mejor templados.

Fal con su vida política, su forzado y digno retiro y su santa muerte, es una lección vivificadora de político cristiano, cuyas páginas conviene repasar a menudo, para elevar el espíritu y ponerle alas de generosidad y nobleza.