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Ya hemos tratado sobre estos temas en alguna ocasión en los blogs amigos del barrio. A raiz de los comentarios surgidos de mi post del otro día, me propongo ahora dar otra pincelada con la intención de proponer ideas que permitan aclarar el asunto.
Ya hemos tratado sobre estos temas en alguna ocasión en los blogs amigos del barrio. A raiz de los comentarios surgidos de mi post del otro día, me propongo ahora dar otra pincelada con la intención de proponer ideas que permitan aclarar el asunto.
Un poco de historia
La diferencia y el enfrentamiento entre unos y otros no se comprende sin entender su génesis histórica, que tiene todo que ver con la génesis de Europa, tal como la conocemos. F. Elías de Tejada vió muy claro que Europa nace de la ruptura del orden cristiano y teocéntrico medieval, e identifica esta ruptura en seis etapas sucesivas, que son:
- Lutero rompe la unidad religiosa
- Maquiavelo paganiza la ética
- Bodino inventa el poder desenfrenado de la souveraineté
- Grocio seculariza al intelectualismo tomista en el derecho
- Hobbes seculariza en el derecho el voluntarismo scotista
- por último quiebra la jerarquía institucional con los tratados de Westfalia
“Por lo cual Europa posee una carga de doctrinas propias, opuestas a las de la Cristiandad. La Cristiandad fue organicismo social, visión cristiana y limitada del poder, unidad de fe católica, poderes templados, cruzadas misioneras, concepción del hombre como ser concreto, parlamentos o cortes representativas de la realidad social entendida como corpus mysticum, sistemas legales o "forales" de libertades concretas. Europa es entendimiento mecanicista del poder, neutralización secularizada del mando, coexistencia formal de credos religiosos, paganización de la moral, absolutismos, democracias, liberalismos, guerras nacionales o de familia, concepción abstracta del hombre, Sociedad de naciones, ONU, parlamentarismos, constitucionalismo liberal, protestantismo, repúblicas, soberanías ilimitadas de príncipes o de pueblos, antropocentrismo para regla de la vida y los saberes"
Ese proceso de ruptura continuada se lleva a cabo en todo el continente (muy ralentizado y en gran medida neutralizado en España), dando lugar de forma progresiva al moderno estado nacional, que queda definitivamente consagrado con la Revolución Francesa. En realidad, la Revolución Francesa no es tanto una nueva quiebra en la cristiandad como la consagración oficial de esa ruptura, pues el régimen de ella nacido y sus defensores se declaran abiertamente anticristianos. A partir de ese momento, la Revolución se extiende por toda Europa por las armas, encontrando contestación popular en algunas regiones concretas (el Tirol, La Vendée, Bretagne …), siempre en defensa de la Fe y el gobierno tradicional. El fenómeno español es absolutamente paralelo a los que se viven en el resto de Europa, con la salvedad de que en España la Cristiandad tradicional aún alienta en grandes segmentos de la población, y no pocas veces el conflicto ha sido considerado como mero enfrentamiento entre poderes internacionales y no tanto como una guerra de defensa contrarevolucionaria (que es lo realmente constitutivo de la contienda desde el lado español).
Liberalismo, si o si.
La contestación contrarevolucionaria en toda Europa tiene tintes muy similares, pero me centraré en lo sucedido en España para no embarullarme en detalles y excepciones concretas.
La contrarrevolución nace, por tanto, como un movimiento que presenta los siguientes caracteres específicos:
- defensivo: los contrarrevolucionarios se agrupan para combatir frente a una agresión externa, por cuanto lo que se intenta imponer con la revolución es completamente ajeno a su propio ser social e histórico.
- religioso: por encima de todo, se trata de defender la fe católica frente a la embestida anticristiana revolucionaria.
- militar: la guerra es el camino al que se ven abocados, en combate desigual a vida o muerte para toda una cosmovisión.
- popular: la adscripción a la contrarrevolución se produce, de forma natural y espontánea (al contrario que en el bando revolucionario), nutriéndose muy fundamentalmente de hombres y mujeres de extracción social humilde y en gran medida campesina.
En el caso español la lucha contrarevolucionaria se extiende a lo largo de todo el s.XIX, a través de las sucesivas “Guerras carlistas”, como epílogos inacabados de la guerra contra el francés.
Es con el paso del tiempo que el movimiento contrarevolucionario español va aquilatando un ideario concreto que le caracteriza y que va alimentando las corrientes de pensamiento que en adelante podremos identificar como “tradicionalistas”. Y esto responde a la necesidad de contraatacar en el terreno político lo que en el terreno militar no fué vencido. El tradicionalismo nace, pues, como reacción espontánea en el seno de una porción del pueblo que se resiste a rechazar el orden social cristiano, y no como un ejercicio especulativo racionalista (que es el caso de las distintas ideologías, surgidas todas de la Ilustración).
Hay que entender claramente esto: el tradicionalismo es contrarevolucionario, o no es. No se trata de una corriente ideológica como tal, sino más bien de una corriente de pensamiento ANTI-IDEOLÓGICO. El tradicionalismo pretende rescatar lo auténticamente sustantivo del antiguo régimen, porque allí se encuentra la auténtica racionalidad y el ser mismo no sólo de España como identidad histórica, sino de la comunidad social que se ordena libremente hacia la trascendencia. Lo que el tradicionalismo pretende no es reeditar el medioevo, sino restaurar la Tradición secular de una cultura que supo captar en la persona concreta la “imago dei” sobre la que debe descansar todo el edificio jurídico y político de una sociedad “justa y libre”.
Por contra, el liberalismo es la criatura primera y predilecta de la Revolución, su “coche oficial”. ¿En que consiste pues el conservadurismo? La postura conservadora es aquella que se opone a los excesos “jacobinos” del liberalismo radical, pretendiendo para ello la defensa de una serie de valores que podríamos entender como tradicionales porque son “los de siempre”. Y esa es la falacia que puede llevarnos a interpretar la cercanía “ideológica” del conservadurismo con el tradicionalismo. Sin embargo, lo cierto y verdadero es que la postura conservadora no plantea, ni de lejos, la derogación del sistema político instaurado por la Revolución. Ni siquiera se plantea la necesidad de revisar o criticar los esquemas de pensamiento implantados. La cosmovisión liberal se convierte, de facto, en una falsa neotradición que constituye la base sobre la que las distintas facciones combaten por el poder político y social, y el conservador no se plantea la necesidad de revocar ese estado de cosas. Muy al contrario, pretende mantenerlo a toda costa porque intuye que esa conservación es la condición primaria para la estabilidad. La realidad es que la cosmovisión liberal introduce en la sociedad una dinámica de violencia continua (la dinámica hegeliana) que evoluciona a lo largo de la historia atravesando periodos de mayor o menor radicalización revolucionaria, pero que no supone solución de continuidad en ese proceso. Así, el conservadurismo vive en la contradicción eterna de defender unos valores humanos y religiosos al mismo tiempo que un sistema (el estado moderno), que acaban colisionando inevitablemente entre si, porque el estado moderno basa su razón de ser en la exclusión primordial de la Iglesia Católica, como comunidad social y espiritual, en la res pública.
Por todo lo dicho, podemos asegurar que tradicionalismo y conservadurismo no sólo son antagonistas, sino que son corrientes radicalmente enfrentadas. Porque el conservadurismo, en su nula capacidad creativa y defensiva frente a la Revolución, ha constituido históricamente el elemento de descomposición más efectivo contra la Tradición.
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