Es cierto que un exceso de chestertonismo tiene sus riesgos, que ha señalado Miguel Ayuso (chestertoniano también, ¿quién no?). Chesterton libró un combate prioritariamente cultural en un lugar y en un tiempo dados, en los que lo católico se bandeaba en la marginalidad. De ella lo sacaron, precisamente, obras como Los límites de la cordura y el talento de un puñado de hombres excepcionales. Pero el atractivo irresistible con el que supieron revestir su lucha puede menguar otra lucha, también necesaria, que es específicamente política allí donde, como en España, el catolicismo no vive en la marginalidad sino -incluso hoy, o al menos hasta hace muy poco- en la preponderancia.
La propiedad de verdad y la ficticia
Esta digresión sirve para poner en valor el distributismo, que entra de lleno en la organización social, como aportación chestertoniana a la política. Gran aportación, aunque partiese de un recelo excesivo hacia el supuesto papel empobrecedor del gran capital, de la gran empresa y del gran comercio, que, al contrario, globalmente considerados han enriquecido al conjunto de la población; y aunque algunas de sus apuestas se demostrasen imposibles, como el regreso a la artesanía y al cultivo de la tierra como formas de vida.
Porque, incluso cuando se equivocaba en las aplicaciones prácticas, Chesterton tenía razón en señalar el empobrecimiento conceptual de la idea de propiedad causado por la filosofía economicista que denunciaba. “Allí donde el sentimiento de propiedad no existe en absoluto, como entre los millonarios…”: así arranca una de las frases lapidarias, tan suyas, que pueblan Los límites de la cordura. Pues la esencia crítica del distributismo no va contra los trusts en cuanto expresiones de la propiedad privada, sino en cuanto aliados del Estado para anularla; no en cuanto expresión del libre intercambio de bienes y servicios, sino en cuanto su ruina por el monopolio consentido y ventajista.
En efecto, el programa distributista, discutible en lo económico (aunque uno sólo se atreve a decir estas cosas porque Chesterton no está vivo para destrozarle a uno con un libro ad hoc), podría suscribirse hoy ante la apoteosis del Gran Hermano, por su defensa del “hombre corriente”, ése en el cual “la antigua religión mostraba su confianza” dejando en sus manos elegir qué comer, cómo gobernar su salud, o cómo educar a sus hijos.
Los “nuevos revolucionarios” que censura Chesterton “no confían en que el hombre corriente pueda gobernar su casa”. En su boca pone esta apreciación: “Miren a todos esos hombres estúpidos que habitan en casas vulgares y barrios ordinarios. Piensen en lo mal que educan a sus hijos, piensen en lo mal que tratan al perro y en cómo hieren los sentimientos del loro”.
Y vemos entonces que Chesterton no hablaba para la Inglaterra de su tiempo, nos hablaba a nosotros hoy, a nosotros que no podemos fumar sino a escondidas, a nosotros que no podemos pisar una cucaracha sin pensar si será una especie protegida, a nosotros que no podemos escapar de la Educación para la Ciudadanía… a nosotros que hemos traspasado, o nos han hecho traspasar, los límites de la cordura.
Carmelo López-Arias Montenegro|www.elsemanaldigital.com
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