El apóstol Santiago “el mayor” (cuyo auténtico nombre era Jacobo, tal y como aparece en los Evangelios) era hijo de Zebedeo y Salomé y hermano de Juan. Nació en Betsaida, pero vivía y trabajaba en Cafarnaún, localidad en la que su familia se dedicaba a las labores de pesca en el lago de Tiberíades. Santiago era pariente de Jesucristo, que llamó a ambos hermanos Boanerges (”Hijos del Trueno”), ya que destacaban entre los doce por ser apasionados y llenos de arrojo. Ambos hermanos tuvieron la osadía de pedirle al Señor, ante la indignación de los demás apóstoles, un lugar a su derecha y otro a su izquierda en el Reino de los Cielos.
Los dos hermanos fueron testigos de los principales acontecimientos y vivencias con Jesús (en especial, la resurrección de la hija de Jairo, la Transfiguración en el Monte Tabor y la cercanía a Él en la oración del Huerto de los Olivos). Parece ser que después de Pentecostés, Santiago marchó al confín occidental del mundo conocido (Finis terrae) para predicar el mensaje de Jesús a los hispanos. Hispania era entonces una provincia del Imperio Romano, y aquí desarrolló su predicación. La tradición le atribuye su estancia en Itálica, Mérida, Coimbra, Braga, Iria, Lugo, Astorga, Palencia, Horma, Numancia y Zaragoza. Estando en Caesar Augusta (Zaragoza), ante las dificultades de su predicación, Santiago y algunos discípulos suyos oraron junto al río Ebro, cerca de la muralla de la ciudad, pidiendo luz para saber si debía quedarse o no. Santiago fue consolado y animado por la Santísima Virgen que en vida vino en carne mortal, tal y como le prometió en Tierra Santa, al lugar en el que más se convirtieran a su Hijo (de hecho, la tradición dice que en Zaragoza se le adhirieron los “siete varones apostólicos”, que Santiago dejó como obispos en Sevilla, Cartagena, Toledo, Palencia, Astorga, Braga y Lugo). Durante la oración vino un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él unos ángeles que entonaban un canto muy armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado. Sobre la columna, se posó la Virgen María. Santiago llamó a los discípulos que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor y les narró lo demás, y presenciaron cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la aparición. En el lugar de la aparición se levantó la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, lugar de peregrinación famoso en el mundo entero, que ha sido especialmente protegida por la Providencia (como se demuestra por el hecho de que milagrosamente no fuera destruida pese a que el 3 de agosto de 1936 se lanzaron por los enemigos de la Fe tres bombas sobre el templo, cayendo una en frente de la Basílica que no causó ningún desperfecto y las otras dos sobre la misma Santa Capilla, que no explotaron).
Tras su estancia en Hispania, Santiago se embarcó, según le indicó la Virgen del Pilar, rumbo a Jerusalén con dos discípulos suyos (Atanasio y Teodoro) y allí se encontró en el año 44 con la persecución de Herodes Agripa, rey de Judea, nieto de Herodes el Grande, siendo el primero entre todos los apóstoles en dar su vida como mártir, decapitado. Los dos discípulos hispanos que le acompañaron, ansiosos de venerar sus reliquias, las trasladan secretamente al país que evangelizó y las depositan en Galicia, en el “ocasum mundi“. Como ha ocurrido con tantas imágenes religiosas con la invasión musulmana se pierde la noticia del emplazamiento exacto del cuerpo de Santiago. El rey Alfonso I reconquista Galicia y bajo el reinado de Alfonso II el Casto, en 813, tuvo lugar el descubrimiento de la tumba del Apóstol en el monte Liberodonum (Libredón), por el eremita Pelayo y el obispo Teodomiro de Iria Flavia (Padrón) por el fulgor de una estrella, por lo que el campo de Libredón pasó a llamarse Campus Stellae (Compostela). El Locus Sancti Iacobi, lugar de San Jacobo, hizo que por acortamiento fonético se transformarse en lenguaje romance el nombre a Santiago. Así fue como el Finis terrae hispánico se convirtió en un lugar de peregrinación. Con este acontecimiento, el obispo Teodomiro trasladó su residencia personal a Compostela y al morir se hizo enterrar junto al apóstol. Este hallazgo causó gran conmoción en la Europa cristiana: Alfonso II, el primero en venerar el cuerpo del evangelizador de España, dio noticia al emperador Carlomagno -pro motor audaz del primer proyecto de unifica ción de la cristiandad occidental- y al papa san León III, y levantó una iglesia sobre el sepulcro del apóstol.
Aparte de la tradición documentada desde los primeros siglos, existen vestigios arqueológicos que llegan a concluir que los restos hallados en Compostela son efectivamente de Santiago. En 1879 se realizaron unas excavaciones en el subsuelo del templo y se descubrió una cámara sepulcral que había estado ocultada ante el peligro de los ataques del pirata inglés Drake. La cámara demostró que en ese lugar, que la tradición ponía como tumba del apóstol, había efectivamente una tumba. En 1950 se realizaron otras excavaciones en el templo compostelano apareciendo la tumba del famoso obispo Teodomiro. Esto permitió concluir que no era producto de la imaginación la existencia del obispo que descubrió la tumba del apóstol a comienzos del siglo IX. En 1988 por el profesor Isidoro Millán se descubrió que en una de las tumbas menores del recinto existía un lóculo circular (fenestella confessionis) que se trata de una de las aperturas que durante los primeros siglos los cristianos hacían en las paredes de las tumbas de los mártires para tener acceso visual a los restos venerados (lo que evidenciaba que desde los primeros siglos del cristianismo, ahí se rendía culto a un mártir importante). En una piedra del lóculo existía una inscripción invertida en caracteres griegos en la que aparece el nombre de Atanasio (uno de los dos discípulos de Santiago) y la palabra MARTYR. Así pues, en Santiago de Compostela está la tumba de Atanasio, mártir, discípulo del apóstol.
Durante la Reconquista Santiago se convierte en un personaje al que se invoca para obtener la protección divina en la lucha frente al infiel. Y en las ensangrentadas luchas contra los moros la victoria se atribuía en muchas ocasiones a la ayuda e intervención divina merced a la invocación a Santiago. Dicho lo anterior, es preciso indicar que la batalla en cuestión sí que existió en Clavijo, cerca de Nájera (La Rioja) en tiempos de Ramiro I, sucesor de Alfonso II, siendo la fecha más comúnmente aceptada por los historiadores como la del día 3 de mayo de 844. En Clavijo, los cristianos divisan la numerosa hueste enemiga (una poderosa incursión musulmana del califa de Córdoba Abderramán II de castigo, al haberse negado a pagar el ignominioso tributo de las “cien doncellas”) y el rey Ramiro, desalentado, invocó al apóstol Santiago, quien en sueños le promete ayuda si se confiesa y acomete al invasor al grito de “¡Ayúdanos Dios y Santiago!”. Al día siguiente, la victoria, contra pronóstico, fue rotunda.
Sí forma parte de la leyenda -que la tradición ha mantenido hasta nuestros días, dejando pruebas iconográficas por todo el mundo cristiano (no sólo en España)- que el apóstol apareciera montado en un caballo blanco, con una enseña blanca y blandiendo una espada centelleante. Pero lo cierto es que con este hecho el mito jacobeo traspasó definitivamente los Pirineos. En recuerdo de la gesta épica del Clavijo y en prueba de agradecimiento por la victoria, Ramiro I concedió el 25 de mayo de 844, en Calahorra, el Voto de Santiago, consistente en que los habitantes cristianos de las tierras conquistadas o por conquistar debían hacer todos los años una ofrenda de bienes en especie (la décima parte de sus cosechas) a la catedral de Santiago de Compostela. Los Reyes Católicos lo extendieron al reino moro de Granada, y el rey Felipe IV, en 1643, lo hizo a todos los reinos de España. Las Cortes españolas, en 1646, establecen dicho Voto de Santiago como ofrenda de los reyes, príncipes y del arzobispo compostelano a dicha iglesia. Esta ofrenda obligatoria será abolida por las Cortes de Cádiz, en 1810, siendo restaurado en 1936 (pero sólo bajo un aspecto religioso: “la ofrenda” a Santiago).
Santiago Milans del Bosch
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