EL PROBLEMA DE OCCIDENTE Y LOS CRISTIANOS
Federico D. Wilhelmsem
PUBLICACIONES DE LA DELEGACIÓN NACIONAL DEL REQUETÉ. 1964
Por lo tanto, el hombre calvinista buscaba la prosperidad material como prueba de su salvación y como justificación de su propia existencia. Mientras que el catolicismo siempre había predicado que un pobre tiene más probabilidad de entrar en el reino del cielo que un rico, basando su doctrina sobre las palabras de Nuestro Señor, el calvinismo predicaba exactamente lo contrario. La pobreza era una señal de la condenación, y la riqueza de la salvación. En vez de convertirse en un quietista o en un sinvergüenza sin más, el calvinista se hizo capitalista. Sus creencias religiosas produjeron una ansiedad espiritual capaz de saciarse únicamente a través de la acumulación de la riqueza material.
A menudo se dice que el calvinismo fue la causa del capitalismo. Esto no es la verdad exacta. El capitalismo ya había empezado a desarrollarse en Inglaterra y en los Países Bajos antes del advenimiento del calvinismo, debido al comienzo de aquella transformación económica que luego llegó a ser la Revolución Industrial, y debido al declive de los gremios y de sus antiguas libertades por la nueva centralización del Estado y por la presencia de una clase nueva: la burguesía. Pero el capitalismo naciente recibió su espíritu del calvinismo, que era la espuela que empujó al hombre a que se hiciera rico a todo trance. Sin el calvinismo, los medios nuevos de la industria habrían sido encauzados y disciplinados por la moralidad católica, y el mundo de hoy hubiera sido totalmente diferente a lo que es en realidad. Estos nuevos medios habrían servido al bien común de la sociedad, en vez de servir a los medios particulares de individuos y de grupos de presión. Pero el calvinismo desvió el nuevo progreso económico e industrial hacia una mentalidad y una psicología con una inseguridad interna, insistiendo en que el individuo, como tal, se enriqueciera y de esta manera simbolizara su salvación para todo el mundo y para sí mismo.
El liberalismo puede considerarse, o desde un punto de vista político o desde un punto de vista económico-social. De momento hacemos abstracción del aspecto político del liberalismo, a fin de dar énfasis a su aspecto social y económico. El liberalismo de los siglos XVIII y XIX hasta nuestros tiempos, siempre ha derivado del espíritu calvinista. Donde quiera que haya ganado el calvinismo ha ganado también el liberalismo, ya que estas doctrinas -aunque no se identifican- se compaginan estupendamente. En Escocia, en Inglaterra, en Holanda, en los Estados Unidos, los calvinistas siempre han sido los grandes capitalistas. En Francia, un país católico, más de la mitad de la riqueza del país está en manos de la minoría pequeña protestante y más del 80 por ciento de la riqueza financiera e industrial es protestante. Sería ridículo pretender que la causa de esto es el hecho de que los protestantes quieren ganar mucho dinero y los católicos no. Todo el mundo desea dinero, y cuanto más tanto mejor, Pero un católico no necesita tener dinero para estar seguro de su propia salvación y, por lo tanto, de la integridad de su personalidad, mientras que el calvinista sí lo necesita. ¡Un católico pobre es un hombre pobre, pero un calvinista o un liberal pobre es un pobre hombre!
Por eso, el espíritu calvinista siempre ha apoyado al espíritu liberal y el liberalismo siempre crea un ambiente amistoso al calvinismo en sus múltiples manifestaciones. Hacemos hincapié en esto: el liberalismo nunca habría sido posible sin su espíritu económico, el calvinismo. Aun cuando la religión calvinista en sus aspectos doctrinales perdió eficacia, la ética calvinista (la llamada "ética protestante") retenía su fuerza. Esta ética coloca el trabajo en la primera línea de su ideario y subordina todos los demás valores al trabajo. La contemplación y el ocio son epifenómenos de la vida, debilidades del hombre. Por consiguiente no estamos nosotros de acuerdo con la tesis de Ramiro de Maeztu (El sentido reverencial del dinero: Ramiro de Maeztu. Editora Nacional. Madrid. 1957), según la cual los países católicos tienen que introducir un "sentido reverencial del dinero", a fin de adelantar su progreso económico y técnico. ¡Hay que respetar el dinero y aun tenerlo! ¡Eso sí! Pero reverenciarlo, ¡nunca! Tal actitud sería la contradicción de toda la ética católica.
El calvinismo comulga con el luteranismo en su negativa de la ley natural. Por lo tanto, todo lo que impide el progreso de la revolución capitalista tenía que rechazarse. Un modelo de la unión entre el capitalismo y el calvinismo fue la revolución inglesa del siglo XVI contra los Estuardos. El rey Carlos I representaba la Inglaterra antigua, con sus estamentos, sus gremios, sus campesinos libres. El parlamento representaba una aristocracia nueva, cuya riqueza vino del robo de las tierras de la Iglesia y de la energía de un capitalismo nuevo que se sentía restringido por la moralidad tradicional del país. Esta aristocracia nueva, capitalista, era calvinista en bloque, mientras que las fuerzas que apoyaban al rey eran o católicas o no calvinistas. Las consecuencias de la revolución inglesa son sumamente interesantes para nosotros. El rey Carlos I perdió la guerra y su propia cabeza. Los campesinos perdieron sus fincas pequeñas. Los caballeros del rey, sus bienes. Un grupo nuevo, rico, capitalista, se apoderó del país, y rápidamente convirtió a Inglaterra en aquel infierno industrial del siglo XIX , que no reconocía los derechos de nada que no fuera el dinero y el poder conseguido por el dinero. Como resultado, hoy en día, menos del 10 por ciento de los campesinos ingleses son propietarios de la tierra que cultivan, y menos del 20 por ciento de la población es dueño de sus propias casas. Se dice que el campo inglés es un jardín. Es verdad. ¡Es un jardín que pertenece a los ricos!
La segunda gran intervención del calvinismo en el ancho camino de la política europea era la oposición tenaz de los holandeses, bajo la capitanía de la Casa de Orange, a la contrarreforma, cuyo baluarte era la España de Carlos V y de Felipe II. El calvinismo sentía la contrarreforma como una espada apuntada a su garganta. Se puede decir que el calvinismo ni ganó ni perdió la batalla. Aunque el calvinismo impidió que España reconquistara la hegemonía católica de Europa, no traspasó las fronteras del Imperio Español.
La tercera intervención calvinista fue la Revolución francesa . La obra de una burguesía rica de financieros, abogados, intelectuales, divorciados del suelo católico del país, e influenciados profundamente por el espíritu protestante y capitalista. Se puede decir que esta revolución alcanzó su más perfecta representación en la frase del rey liberal de la Casa de Orleans, Louis Philippe, descendiente directo de aquel "Philippe Egalité", que había votado en pro de la sentencia a muerte de su rey y pariente Louis XVI. Louis Philippe gritó al pueblo francés en 1848: "enrichez vous", ¡enriqueceos! Así colocó la virtud suprema, el valor absoluto de la vida humana, en la búsqueda de las cosas materiales de este mundo. Más tarde trataremos de explicar cómo esta doctrina liberal y calvinista produjo la reacción marxista. Aquí la citamos, simplemente, porque sería imposible encontrar una frase que más cínicamente simbolice el espíritu liberal emparentado con el calvinista.
La cuarta intervención grande del capitalismo liberal se efectuó en España en el siglo XIX. Aunque el calvinismo no se infiltró en España con toda la crudeza de su doctrina teológica, sí entró indirectamente a través de la masonería. La desamortización de los bienes de la Iglesia, promulgada por el masón y liberal Mendizábal el 19 de febrero de 1836, repitió lo que ya había pasado en Inglaterra tres siglos antes. "Ese inmenso latrocinio" -en palabras de Menéndez y Pelayo- creó un partido liberal cuyo bienestar material dependía de la existencia continuada de la dinastía liberal de Isabel II, cuyo descendiente y heredero hoy en día es Don Juan de Borbón y Battenberg. Se puede decir que el espíritu liberal y capitalista, vencido en parte, por lo menos, gracias a las armas de las Españas del Siglo de Oro, volvió para ganar la guerra dentro de las mismas entrañas de la tierra española en el siglo XIX. La clave de las guerras carlistas es el apoyo enorme que el liberalismo español encontraba en el capitalismo europeo, un apoyo que hizo posible que un puñado de masones y burgueses, que carecían totalmente de pueblo, se apoderaran del destino de España. El protestantismo nunca echó raíces en la España católica, pero sí hizo posible que España perdiera su destino histórico, hasta que lo recobrara el 18 de julio de 1936.
El mundo que surgió del calvinismo fue gris, sin belleza, sin amor. Se destrozó con el calvinismo la antigua unidad de todas las instituciones cristianas. Los derechos de los hombres, así como sus deberes para con el prójimo, desaparecieron. Con la negación protestante de la negación humana vino la negación protestante del mundo sacramental. El valor de la creación se derrumbó y Dios se retiró al esplendor inaccesible de su majestad trascendental y terrible. Con la repulsa del valor sacramental de la realidad vino la negación de la bondad de la materia, y, de esto, la negación de María, principio de la mediación. El universo llegó a ser nada más que la materia prima del manchesterianismo (Doctrina liberal-capitalista confeccionada en la ciudad de Manchester, Inglaterra), un universo bueno solamente para explotar y martillear, a fin de lograr lo severamente útil, y nada más. El hombre se abandonó a la búsqueda de bienes de esta vida. Un materialismo se apoderó del espíritu europeo.
El liberalismo es el hijo del calvinismo y ambos son los enemigos perpetuos de la ciudad católica. Un hombre incapaz de darse cuenta del papel del protestantismo y, sobre todo, del calvinismo dentro de la historia, no puede lograr ninguna visión de la crisis de nuestros tiempos. (P. 45)
Pero en el Estado liberal, ¿qué son los famosos grupos de presión? ¿Existen de verdad o son fantasmas que estorban la mente de los Tradicionalistas? A fin de aclarar este problema, tenemos que acordarnos del hecho de que estos grupos no pueden ser ni la universidad, ni la región, ni el municipio, ni la familia, simplemente porque el Estado liberal ya ha suprimido cualquier representación política por parte de ellos. Casi siempre el grupo de presión es capitalista y casi siempre representa una mentalidad más o menos liberalizada y a menudo calvinista o masónica. Debido al hecho de que el liberalismo del siglo XIX negaba todo derecho a los trabajadores, estos reaccionaban en favor del socialismo o del comunismo y formaban sus propios partidos. Así, la oposición entre la derecha y la izquierda nació dentro del Estado liberal, que fue precisamente su engendrador. (P. 78)
Si el descubrimiento de la técnica moderna y su despliegue en la industria hubiese pertenecido a un mundo tradicional e íntegramente católico, el infierno social del siglo pasado, y parte del nuestro, se hubiera evitado. Los medios nuevos de la producción se habrían compaginado con la sociedad histórica, y la transición al mundo contemporáneo se habría efectuado lenta y humanamente. Pero tenemos que acordarnos del hecho de que el capitalismo europeo precedió a la revolución industrial dos siglos. A veces confundimos el capitalismo con la industrialización, pero es preciso tomar en cuenta que existía ya un capitalismo en Europa cuando nació la revolución industrial. Este capitalismo se apoderó de los nuevos medios de producción e hizo que le sirvieran para sus propios fines. Los resultados son tan conocidos que basta enumerarlos: la propiedad particular pequeña desapareció en gran parte y en Inglaterra casi del todo; los artesanos perdieron sus oficios y el pan de sus familias, debido a que la masificación de la industria les hizo superfluos; una nueva clase de proletarios creció espantosamente, como un cáncer, dentro del cuerpo europeo; una clase compuesta de hombres sin propiedad y totalmente despojados de cualquier lugar en la sociedad. Esta clase, forzosamente tuvo que entrar en las fábricas nuevas, para hacer el trabajo necesario para que los capitalistas engordasen aún más; había una huida del campo y un crecimiento de ciudades nuevas, esponjas enormes, sin personalidad ni corazón, cuyo centro no era la catedral, sino la fábrica, en aquel entonces un infierno cuyos esclavos no tenían ningún derecho en absoluto. Los ricos se enriquecieron aún más y los pobres se empobrecieron aún más. El espíritu detrás de esta transformación gigantesca era el antiguo calvinismo emparentado con la masonería, cuya única modalidad era la autojustificación de la riqueza como símbolo de la salvación. (P. 85)
Otra vez el capitalismo calvinista, unido con la masonería, se estrechó la mano con las fuerzas de la Revolución. La Revolución Industrial transigió con la francesa, liberal y masónica, en las primeras décadas del siglo XIX, y su unión creó lo que solemos llamar el mundo moderno. Las razones en pro de esta alianza están clarísimas. El liberalismo predicaba el individuo aislado, sin raíces en la sociedad. La Revolución Industrial creó un hombre a esta imagen. La masificación y la automatización de la sociedad, que eran sus resultados, sembraron las semillas del marxismo. Si el liberalismo no hubiera existido, el marxismo tampoco habría nacido. Este no es el único pecado del liberalismo, pero sí es uno de los más graves. (P. 87)
Se dice a menudo que el comunismo encuentra sus raíces en los abusos del capitalismo. Este juicio tiene su razón, pero tenemos que profundizar en él para entender la verdad que tiene. El mundo liberal y capitalista del siglo XIX destrozó la antigua cristiandad desde fuera del alma y desde dentro de ella. Externamente, el liberalismo desmanteló las estructuras históricas de la sociedad europea. Lo que había sido una armonía de instituciones y de clases, con todos sus derechos y privilegios, se convirtió en una masa gris de individuos sin raíces en la comunidad político-económica. El hombre perdió todos sus derechos salvo uno: el derecho de vender su trabajo al mejor postor. Con esto, el hombre perdió todo sentido de responsabilidad para con la sociedad dentro de la cual vivía. Si valía solamente en términos de la fuerza de sus brazos, él no era responsable por lo que pasaba dentro de un mundo que ya había dejado de ser suyo. El hombre se redujo a ser un trabajador para una sociedad dentro de la cual no figuraba ni como participante ni como miembro. Desarraigado de la comunidad, el hombre perdió su sentido de patria. No se sentía leal a aquello que no le era leal a él. Junto con la responsabilidad desapareció también la seguridad. El trabajador industrial servía hasta que su salud y sus fuerzas se debilitasen. Al ocurrir esto, dejaba de ser útil para la fábrica y sus dueños. Puesto que su sueldo solía ser lo mínimo que su patrón podía pagarle, generalmente el trabajador no podía ahorrar nada para los años de su vejez. Se apoderaba de las masas industrializadas un sentido angustioso de inseguridad. Sus antiguos gremios habían desaparecido con la aniquilación de una economía basada en la artesanía. Pues todavía no habían aparecido los sindicatos modernos, el trabajador sentíase totalmente aislado, solo, sin ningún remedio para la incertidumbre de su vida. (P.91)
La falta de justicia y de caridad dentro del torbellino industrial, hizo que la fe desapareciera poco a poco dentro de las conciencias de los desposeídos. Esto produjo un vacío espiritual en el corazón del siglo del materialismo. Ya hemos visto que los apóstoles del liberalismo pregonaban una filosofía cuyo primer principio era la búsqueda de la riqueza y cuyo único deber era el cumplimiento de la palabra sobre los contratos entre las empresas y los obreros. El mundo se marchitaba hasta resultar materialista y nada más que materialista. La nueva prosperidad de la burguesía disfrazaba un abismo espiritual y se apoyaba en la injusticia y la pobreza de los demás. (P.92)
El comunismo trataba de llenar este vacío. Pero hay que recordar que el vacío liberal engendró el comunismo como hijo suyo. El comunismo es el producto más típico y más importante del liberalismo. (P.93)
No queremos detenernos aquí en un análisis detallado de la reacción tradicionalista, pero sí queremos indicar las dificultades monumentales del tradicionalismo europeo del siglo XIX. Aquel siglo, por malo y materialista que fuera, encarnó una esperanza liberal que todavía no había conocido el desengaño del naufragio y de la desilusión. Aunque el liberalismo había creado un infierno social en las nuevas ciudades donde pululaba la hez de la humanidad, hombres despojados de sus tradiciones, de sus bienes, de su sitio en la vida, familias robadas de su antigua creencia religiosa; aunque el liberalismo, en su afán hacia la igualdad, había reducido la mitad de la población a una igualdad de miseria; aunque el liberalismo era culpable de todo esto, sin embargo también era capaz de disfrazar sus pecado contra la justicia y la caridad so capa de una prosperidad efímera. (P.139)
Una burguesía más o menos calvinista en sus convicciones, y totalmente calvinista en su psicología y en sus reacciones sociales, se apoderó del continente europeo.
Este siglo liberal brillaba por su mal gusto en todo lo artístico, debido a que había jugado todo en lo material y había olvidado lo espiritual. Por esto no queremos decir que todos los liberales habían abandonado la práctica de la fe. Al contrario; el desfile intolerable de damas liberales y de sus maridos que, vestidos de levita y chistera, iban a misa todos los domingos y ultrajaban el sentido de justicia de los desposeídos, ayudando así a la propaganda comunista, que se empeñaba en identificar el liberalismo con el cristianismo. Era un cristianismo muy cómodo. Tenemos que recordar que el liberalismo ya había borrado lo religioso de la vida pública. Por lo tanto, la fe se retiró de los rincones del alma no tocados por la vida pública. La religión se redujo a la beatería, un fenómeno típicamente liberal. Muchas familias, cuyo bienestar dependía del robo de los bienes de la Iglesia, no faltaban nunca a sus devociones en la iglesia, domingo tras domingo. Como la conciencia liberal quería engañarse a sí misma, no es de extrañar que el comunismo, por haberse dado cuenta de esta mala fe, fuera capaz de engañar a las masas. ¡Si esto es el cristianismo, entonces, abajo el cristianismo! Es una lástima tener que decir que aquí el comunismo tenía razón.
La reacción tradicionalista fue magnífica y generosa en el siglo XIX. Fuera de España, la escuela tradicionalista era la que sostenía el Barón Carlos von Vogelsang, en Austria, que influyó grandemente sobre los grupos austríacos y franceses en los aspectos sociales. Esta escuela propiciaba la reconstrucción de las asociaciones de artes y oficios o corporaciones y la organización del Estado sobre la base de autonomías locales y profesionales (o sindicales), dando a la propiedad privada una función política o social. Von Vogelsang era enemigo a muerte de la economía capitalista y aun del interés por el dinero; también se oponía al individualismo político producido por el individualismo económico. La escuela corporativa francesa -inspirada en la austríaca- que sostenía la instauración de la monarquía, fue conocida por el nombre de Association Catholique. (P.140)
Pero el cimiento del tradicionalismo europeo era España, cuyos requetés y reyes encontraban en la pluma de Vázquez de Mella una visión profunda y aun lírica de la tradición católica española. En un sentido, el tradicionalismo (tanto europeo como español) era más izquierdista que la izquierda convencional. En otro sentido, el tradicionalismo era más derechista que la derecha convencional. Por caer fuera de la dialéctica marxista, a saber, el capitalismo frente al proletariado, una dialéctica aceptada implícitamente por los mismos liberales, el tradicionalismo tenía que luchar en dos frentes a la vez. (P.141)
El liberalismo del siglo pasado trabajó incansablemente contra esta libertad basada en la pequeña propiedad. Aunque los liberales levantaron el lema de la propiedad y de la iniciativa personal, lo guardaron para ellos solos. Por haber robado a los municipios, de sus patrimonios, el liberalismo tendía a reducir el número de familias con un patrimonio propio. Por lo tanto, el liberalismo en toda Europa, pero de una manera feroz en España, se vio obligado a enfrentarse con una enorme masa de hombres relativamente pobres pero gozando de una dignidad y de una seguridad social, debido a su participación de una manera u otra en la propiedad y en los bienes de la patria. El liberalismo siempre encontraba la oposición a sus propósitos más tenaz en las regiones más adelantadas de España, donde había una distribución amplia de propiedad y riqueza.
Ya hemos hablado del robo de las tierras de la Iglesia. Pero también se robaron los patrimonios de los municipios, que antes los habían compartido todos los vecinos. Este crimen, unido con la huida de millones de aldeanos y de campesinos desde el campo a la ciudad, creó el proletariado y las masas socialistas y comunistas.
Otra vez damos con la relación íntima entre el liberalismo y el comunismo. Para que el comunismo prospere hace falta una masa inmensa de hombres sin propiedad, disponiendo sólo de sus brazos o sus cerebros y nada más. De esta masa despojada de su sitio en la sociedad y de su justa porción de los bienes, recluta el comunismo sus fieles. El liberalismo, so capa del lema de la propiedad, la expolió de los demás y así sembró las semillas de las cuales han brotado el socialismo y el comunismo.
Sólo una política sana y prudente puede resolver este problema creando un ambiente propicio para la restauración de la propiedad en la sociedad. Esto no quiere decir que todo el mundo necesita o incluso desea tener propiedad, pero sí señala el hecho de que su posesión en una escala modesta es un condición normal dentro de cualquier comunidad sana y cristiana. En parte, esta propiedad puede consistir en tierras o rentas y, en parte, en acciones. Aquí no pretendemos escribir un texto de administración política y no queremos extendernos en más detalles. Lo importante para nuestro fin es hacer resaltar la importancia de una restauración amplia de la propiedad, sobre todo en las ciudades grandes, donde la institución está declinando. Esto es una condición necesaria para la aniquilación definitiva de la herencia liberal, así como para la destrucción del comunismo mundial. Además, la propiedad es el brazo derecho de la libertad y nosotros somos partidarios de la libertad. (P.200)
Textos sociales tradicionalistas
El origen de la Europa plutocrática (I)
La europa materialista y plutocrática (II)
Libro recomendado: El espíritu del capitalismo . Rubén Calderón Bouchet.
Federico D. Wilhelmsem
PUBLICACIONES DE LA DELEGACIÓN NACIONAL DEL REQUETÉ. 1964
Por lo tanto, el hombre calvinista buscaba la prosperidad material como prueba de su salvación y como justificación de su propia existencia. Mientras que el catolicismo siempre había predicado que un pobre tiene más probabilidad de entrar en el reino del cielo que un rico, basando su doctrina sobre las palabras de Nuestro Señor, el calvinismo predicaba exactamente lo contrario. La pobreza era una señal de la condenación, y la riqueza de la salvación. En vez de convertirse en un quietista o en un sinvergüenza sin más, el calvinista se hizo capitalista. Sus creencias religiosas produjeron una ansiedad espiritual capaz de saciarse únicamente a través de la acumulación de la riqueza material.
A menudo se dice que el calvinismo fue la causa del capitalismo. Esto no es la verdad exacta. El capitalismo ya había empezado a desarrollarse en Inglaterra y en los Países Bajos antes del advenimiento del calvinismo, debido al comienzo de aquella transformación económica que luego llegó a ser la Revolución Industrial, y debido al declive de los gremios y de sus antiguas libertades por la nueva centralización del Estado y por la presencia de una clase nueva: la burguesía. Pero el capitalismo naciente recibió su espíritu del calvinismo, que era la espuela que empujó al hombre a que se hiciera rico a todo trance. Sin el calvinismo, los medios nuevos de la industria habrían sido encauzados y disciplinados por la moralidad católica, y el mundo de hoy hubiera sido totalmente diferente a lo que es en realidad. Estos nuevos medios habrían servido al bien común de la sociedad, en vez de servir a los medios particulares de individuos y de grupos de presión. Pero el calvinismo desvió el nuevo progreso económico e industrial hacia una mentalidad y una psicología con una inseguridad interna, insistiendo en que el individuo, como tal, se enriqueciera y de esta manera simbolizara su salvación para todo el mundo y para sí mismo.
El liberalismo puede considerarse, o desde un punto de vista político o desde un punto de vista económico-social. De momento hacemos abstracción del aspecto político del liberalismo, a fin de dar énfasis a su aspecto social y económico. El liberalismo de los siglos XVIII y XIX hasta nuestros tiempos, siempre ha derivado del espíritu calvinista. Donde quiera que haya ganado el calvinismo ha ganado también el liberalismo, ya que estas doctrinas -aunque no se identifican- se compaginan estupendamente. En Escocia, en Inglaterra, en Holanda, en los Estados Unidos, los calvinistas siempre han sido los grandes capitalistas. En Francia, un país católico, más de la mitad de la riqueza del país está en manos de la minoría pequeña protestante y más del 80 por ciento de la riqueza financiera e industrial es protestante. Sería ridículo pretender que la causa de esto es el hecho de que los protestantes quieren ganar mucho dinero y los católicos no. Todo el mundo desea dinero, y cuanto más tanto mejor, Pero un católico no necesita tener dinero para estar seguro de su propia salvación y, por lo tanto, de la integridad de su personalidad, mientras que el calvinista sí lo necesita. ¡Un católico pobre es un hombre pobre, pero un calvinista o un liberal pobre es un pobre hombre!
Por eso, el espíritu calvinista siempre ha apoyado al espíritu liberal y el liberalismo siempre crea un ambiente amistoso al calvinismo en sus múltiples manifestaciones. Hacemos hincapié en esto: el liberalismo nunca habría sido posible sin su espíritu económico, el calvinismo. Aun cuando la religión calvinista en sus aspectos doctrinales perdió eficacia, la ética calvinista (la llamada "ética protestante") retenía su fuerza. Esta ética coloca el trabajo en la primera línea de su ideario y subordina todos los demás valores al trabajo. La contemplación y el ocio son epifenómenos de la vida, debilidades del hombre. Por consiguiente no estamos nosotros de acuerdo con la tesis de Ramiro de Maeztu (El sentido reverencial del dinero: Ramiro de Maeztu. Editora Nacional. Madrid. 1957), según la cual los países católicos tienen que introducir un "sentido reverencial del dinero", a fin de adelantar su progreso económico y técnico. ¡Hay que respetar el dinero y aun tenerlo! ¡Eso sí! Pero reverenciarlo, ¡nunca! Tal actitud sería la contradicción de toda la ética católica.
El calvinismo comulga con el luteranismo en su negativa de la ley natural. Por lo tanto, todo lo que impide el progreso de la revolución capitalista tenía que rechazarse. Un modelo de la unión entre el capitalismo y el calvinismo fue la revolución inglesa del siglo XVI contra los Estuardos. El rey Carlos I representaba la Inglaterra antigua, con sus estamentos, sus gremios, sus campesinos libres. El parlamento representaba una aristocracia nueva, cuya riqueza vino del robo de las tierras de la Iglesia y de la energía de un capitalismo nuevo que se sentía restringido por la moralidad tradicional del país. Esta aristocracia nueva, capitalista, era calvinista en bloque, mientras que las fuerzas que apoyaban al rey eran o católicas o no calvinistas. Las consecuencias de la revolución inglesa son sumamente interesantes para nosotros. El rey Carlos I perdió la guerra y su propia cabeza. Los campesinos perdieron sus fincas pequeñas. Los caballeros del rey, sus bienes. Un grupo nuevo, rico, capitalista, se apoderó del país, y rápidamente convirtió a Inglaterra en aquel infierno industrial del siglo XIX , que no reconocía los derechos de nada que no fuera el dinero y el poder conseguido por el dinero. Como resultado, hoy en día, menos del 10 por ciento de los campesinos ingleses son propietarios de la tierra que cultivan, y menos del 20 por ciento de la población es dueño de sus propias casas. Se dice que el campo inglés es un jardín. Es verdad. ¡Es un jardín que pertenece a los ricos!
La segunda gran intervención del calvinismo en el ancho camino de la política europea era la oposición tenaz de los holandeses, bajo la capitanía de la Casa de Orange, a la contrarreforma, cuyo baluarte era la España de Carlos V y de Felipe II. El calvinismo sentía la contrarreforma como una espada apuntada a su garganta. Se puede decir que el calvinismo ni ganó ni perdió la batalla. Aunque el calvinismo impidió que España reconquistara la hegemonía católica de Europa, no traspasó las fronteras del Imperio Español.
La tercera intervención calvinista fue la Revolución francesa . La obra de una burguesía rica de financieros, abogados, intelectuales, divorciados del suelo católico del país, e influenciados profundamente por el espíritu protestante y capitalista. Se puede decir que esta revolución alcanzó su más perfecta representación en la frase del rey liberal de la Casa de Orleans, Louis Philippe, descendiente directo de aquel "Philippe Egalité", que había votado en pro de la sentencia a muerte de su rey y pariente Louis XVI. Louis Philippe gritó al pueblo francés en 1848: "enrichez vous", ¡enriqueceos! Así colocó la virtud suprema, el valor absoluto de la vida humana, en la búsqueda de las cosas materiales de este mundo. Más tarde trataremos de explicar cómo esta doctrina liberal y calvinista produjo la reacción marxista. Aquí la citamos, simplemente, porque sería imposible encontrar una frase que más cínicamente simbolice el espíritu liberal emparentado con el calvinista.
La cuarta intervención grande del capitalismo liberal se efectuó en España en el siglo XIX. Aunque el calvinismo no se infiltró en España con toda la crudeza de su doctrina teológica, sí entró indirectamente a través de la masonería. La desamortización de los bienes de la Iglesia, promulgada por el masón y liberal Mendizábal el 19 de febrero de 1836, repitió lo que ya había pasado en Inglaterra tres siglos antes. "Ese inmenso latrocinio" -en palabras de Menéndez y Pelayo- creó un partido liberal cuyo bienestar material dependía de la existencia continuada de la dinastía liberal de Isabel II, cuyo descendiente y heredero hoy en día es Don Juan de Borbón y Battenberg. Se puede decir que el espíritu liberal y capitalista, vencido en parte, por lo menos, gracias a las armas de las Españas del Siglo de Oro, volvió para ganar la guerra dentro de las mismas entrañas de la tierra española en el siglo XIX. La clave de las guerras carlistas es el apoyo enorme que el liberalismo español encontraba en el capitalismo europeo, un apoyo que hizo posible que un puñado de masones y burgueses, que carecían totalmente de pueblo, se apoderaran del destino de España. El protestantismo nunca echó raíces en la España católica, pero sí hizo posible que España perdiera su destino histórico, hasta que lo recobrara el 18 de julio de 1936.
El mundo que surgió del calvinismo fue gris, sin belleza, sin amor. Se destrozó con el calvinismo la antigua unidad de todas las instituciones cristianas. Los derechos de los hombres, así como sus deberes para con el prójimo, desaparecieron. Con la negación protestante de la negación humana vino la negación protestante del mundo sacramental. El valor de la creación se derrumbó y Dios se retiró al esplendor inaccesible de su majestad trascendental y terrible. Con la repulsa del valor sacramental de la realidad vino la negación de la bondad de la materia, y, de esto, la negación de María, principio de la mediación. El universo llegó a ser nada más que la materia prima del manchesterianismo (Doctrina liberal-capitalista confeccionada en la ciudad de Manchester, Inglaterra), un universo bueno solamente para explotar y martillear, a fin de lograr lo severamente útil, y nada más. El hombre se abandonó a la búsqueda de bienes de esta vida. Un materialismo se apoderó del espíritu europeo.
El liberalismo es el hijo del calvinismo y ambos son los enemigos perpetuos de la ciudad católica. Un hombre incapaz de darse cuenta del papel del protestantismo y, sobre todo, del calvinismo dentro de la historia, no puede lograr ninguna visión de la crisis de nuestros tiempos. (P. 45)
Pero en el Estado liberal, ¿qué son los famosos grupos de presión? ¿Existen de verdad o son fantasmas que estorban la mente de los Tradicionalistas? A fin de aclarar este problema, tenemos que acordarnos del hecho de que estos grupos no pueden ser ni la universidad, ni la región, ni el municipio, ni la familia, simplemente porque el Estado liberal ya ha suprimido cualquier representación política por parte de ellos. Casi siempre el grupo de presión es capitalista y casi siempre representa una mentalidad más o menos liberalizada y a menudo calvinista o masónica. Debido al hecho de que el liberalismo del siglo XIX negaba todo derecho a los trabajadores, estos reaccionaban en favor del socialismo o del comunismo y formaban sus propios partidos. Así, la oposición entre la derecha y la izquierda nació dentro del Estado liberal, que fue precisamente su engendrador. (P. 78)
Si el descubrimiento de la técnica moderna y su despliegue en la industria hubiese pertenecido a un mundo tradicional e íntegramente católico, el infierno social del siglo pasado, y parte del nuestro, se hubiera evitado. Los medios nuevos de la producción se habrían compaginado con la sociedad histórica, y la transición al mundo contemporáneo se habría efectuado lenta y humanamente. Pero tenemos que acordarnos del hecho de que el capitalismo europeo precedió a la revolución industrial dos siglos. A veces confundimos el capitalismo con la industrialización, pero es preciso tomar en cuenta que existía ya un capitalismo en Europa cuando nació la revolución industrial. Este capitalismo se apoderó de los nuevos medios de producción e hizo que le sirvieran para sus propios fines. Los resultados son tan conocidos que basta enumerarlos: la propiedad particular pequeña desapareció en gran parte y en Inglaterra casi del todo; los artesanos perdieron sus oficios y el pan de sus familias, debido a que la masificación de la industria les hizo superfluos; una nueva clase de proletarios creció espantosamente, como un cáncer, dentro del cuerpo europeo; una clase compuesta de hombres sin propiedad y totalmente despojados de cualquier lugar en la sociedad. Esta clase, forzosamente tuvo que entrar en las fábricas nuevas, para hacer el trabajo necesario para que los capitalistas engordasen aún más; había una huida del campo y un crecimiento de ciudades nuevas, esponjas enormes, sin personalidad ni corazón, cuyo centro no era la catedral, sino la fábrica, en aquel entonces un infierno cuyos esclavos no tenían ningún derecho en absoluto. Los ricos se enriquecieron aún más y los pobres se empobrecieron aún más. El espíritu detrás de esta transformación gigantesca era el antiguo calvinismo emparentado con la masonería, cuya única modalidad era la autojustificación de la riqueza como símbolo de la salvación. (P. 85)
Otra vez el capitalismo calvinista, unido con la masonería, se estrechó la mano con las fuerzas de la Revolución. La Revolución Industrial transigió con la francesa, liberal y masónica, en las primeras décadas del siglo XIX, y su unión creó lo que solemos llamar el mundo moderno. Las razones en pro de esta alianza están clarísimas. El liberalismo predicaba el individuo aislado, sin raíces en la sociedad. La Revolución Industrial creó un hombre a esta imagen. La masificación y la automatización de la sociedad, que eran sus resultados, sembraron las semillas del marxismo. Si el liberalismo no hubiera existido, el marxismo tampoco habría nacido. Este no es el único pecado del liberalismo, pero sí es uno de los más graves. (P. 87)
Se dice a menudo que el comunismo encuentra sus raíces en los abusos del capitalismo. Este juicio tiene su razón, pero tenemos que profundizar en él para entender la verdad que tiene. El mundo liberal y capitalista del siglo XIX destrozó la antigua cristiandad desde fuera del alma y desde dentro de ella. Externamente, el liberalismo desmanteló las estructuras históricas de la sociedad europea. Lo que había sido una armonía de instituciones y de clases, con todos sus derechos y privilegios, se convirtió en una masa gris de individuos sin raíces en la comunidad político-económica. El hombre perdió todos sus derechos salvo uno: el derecho de vender su trabajo al mejor postor. Con esto, el hombre perdió todo sentido de responsabilidad para con la sociedad dentro de la cual vivía. Si valía solamente en términos de la fuerza de sus brazos, él no era responsable por lo que pasaba dentro de un mundo que ya había dejado de ser suyo. El hombre se redujo a ser un trabajador para una sociedad dentro de la cual no figuraba ni como participante ni como miembro. Desarraigado de la comunidad, el hombre perdió su sentido de patria. No se sentía leal a aquello que no le era leal a él. Junto con la responsabilidad desapareció también la seguridad. El trabajador industrial servía hasta que su salud y sus fuerzas se debilitasen. Al ocurrir esto, dejaba de ser útil para la fábrica y sus dueños. Puesto que su sueldo solía ser lo mínimo que su patrón podía pagarle, generalmente el trabajador no podía ahorrar nada para los años de su vejez. Se apoderaba de las masas industrializadas un sentido angustioso de inseguridad. Sus antiguos gremios habían desaparecido con la aniquilación de una economía basada en la artesanía. Pues todavía no habían aparecido los sindicatos modernos, el trabajador sentíase totalmente aislado, solo, sin ningún remedio para la incertidumbre de su vida. (P.91)
La falta de justicia y de caridad dentro del torbellino industrial, hizo que la fe desapareciera poco a poco dentro de las conciencias de los desposeídos. Esto produjo un vacío espiritual en el corazón del siglo del materialismo. Ya hemos visto que los apóstoles del liberalismo pregonaban una filosofía cuyo primer principio era la búsqueda de la riqueza y cuyo único deber era el cumplimiento de la palabra sobre los contratos entre las empresas y los obreros. El mundo se marchitaba hasta resultar materialista y nada más que materialista. La nueva prosperidad de la burguesía disfrazaba un abismo espiritual y se apoyaba en la injusticia y la pobreza de los demás. (P.92)
El comunismo trataba de llenar este vacío. Pero hay que recordar que el vacío liberal engendró el comunismo como hijo suyo. El comunismo es el producto más típico y más importante del liberalismo. (P.93)
No queremos detenernos aquí en un análisis detallado de la reacción tradicionalista, pero sí queremos indicar las dificultades monumentales del tradicionalismo europeo del siglo XIX. Aquel siglo, por malo y materialista que fuera, encarnó una esperanza liberal que todavía no había conocido el desengaño del naufragio y de la desilusión. Aunque el liberalismo había creado un infierno social en las nuevas ciudades donde pululaba la hez de la humanidad, hombres despojados de sus tradiciones, de sus bienes, de su sitio en la vida, familias robadas de su antigua creencia religiosa; aunque el liberalismo, en su afán hacia la igualdad, había reducido la mitad de la población a una igualdad de miseria; aunque el liberalismo era culpable de todo esto, sin embargo también era capaz de disfrazar sus pecado contra la justicia y la caridad so capa de una prosperidad efímera. (P.139)
Una burguesía más o menos calvinista en sus convicciones, y totalmente calvinista en su psicología y en sus reacciones sociales, se apoderó del continente europeo.
Este siglo liberal brillaba por su mal gusto en todo lo artístico, debido a que había jugado todo en lo material y había olvidado lo espiritual. Por esto no queremos decir que todos los liberales habían abandonado la práctica de la fe. Al contrario; el desfile intolerable de damas liberales y de sus maridos que, vestidos de levita y chistera, iban a misa todos los domingos y ultrajaban el sentido de justicia de los desposeídos, ayudando así a la propaganda comunista, que se empeñaba en identificar el liberalismo con el cristianismo. Era un cristianismo muy cómodo. Tenemos que recordar que el liberalismo ya había borrado lo religioso de la vida pública. Por lo tanto, la fe se retiró de los rincones del alma no tocados por la vida pública. La religión se redujo a la beatería, un fenómeno típicamente liberal. Muchas familias, cuyo bienestar dependía del robo de los bienes de la Iglesia, no faltaban nunca a sus devociones en la iglesia, domingo tras domingo. Como la conciencia liberal quería engañarse a sí misma, no es de extrañar que el comunismo, por haberse dado cuenta de esta mala fe, fuera capaz de engañar a las masas. ¡Si esto es el cristianismo, entonces, abajo el cristianismo! Es una lástima tener que decir que aquí el comunismo tenía razón.
La reacción tradicionalista fue magnífica y generosa en el siglo XIX. Fuera de España, la escuela tradicionalista era la que sostenía el Barón Carlos von Vogelsang, en Austria, que influyó grandemente sobre los grupos austríacos y franceses en los aspectos sociales. Esta escuela propiciaba la reconstrucción de las asociaciones de artes y oficios o corporaciones y la organización del Estado sobre la base de autonomías locales y profesionales (o sindicales), dando a la propiedad privada una función política o social. Von Vogelsang era enemigo a muerte de la economía capitalista y aun del interés por el dinero; también se oponía al individualismo político producido por el individualismo económico. La escuela corporativa francesa -inspirada en la austríaca- que sostenía la instauración de la monarquía, fue conocida por el nombre de Association Catholique. (P.140)
Pero el cimiento del tradicionalismo europeo era España, cuyos requetés y reyes encontraban en la pluma de Vázquez de Mella una visión profunda y aun lírica de la tradición católica española. En un sentido, el tradicionalismo (tanto europeo como español) era más izquierdista que la izquierda convencional. En otro sentido, el tradicionalismo era más derechista que la derecha convencional. Por caer fuera de la dialéctica marxista, a saber, el capitalismo frente al proletariado, una dialéctica aceptada implícitamente por los mismos liberales, el tradicionalismo tenía que luchar en dos frentes a la vez. (P.141)
El liberalismo del siglo pasado trabajó incansablemente contra esta libertad basada en la pequeña propiedad. Aunque los liberales levantaron el lema de la propiedad y de la iniciativa personal, lo guardaron para ellos solos. Por haber robado a los municipios, de sus patrimonios, el liberalismo tendía a reducir el número de familias con un patrimonio propio. Por lo tanto, el liberalismo en toda Europa, pero de una manera feroz en España, se vio obligado a enfrentarse con una enorme masa de hombres relativamente pobres pero gozando de una dignidad y de una seguridad social, debido a su participación de una manera u otra en la propiedad y en los bienes de la patria. El liberalismo siempre encontraba la oposición a sus propósitos más tenaz en las regiones más adelantadas de España, donde había una distribución amplia de propiedad y riqueza.
Ya hemos hablado del robo de las tierras de la Iglesia. Pero también se robaron los patrimonios de los municipios, que antes los habían compartido todos los vecinos. Este crimen, unido con la huida de millones de aldeanos y de campesinos desde el campo a la ciudad, creó el proletariado y las masas socialistas y comunistas.
Otra vez damos con la relación íntima entre el liberalismo y el comunismo. Para que el comunismo prospere hace falta una masa inmensa de hombres sin propiedad, disponiendo sólo de sus brazos o sus cerebros y nada más. De esta masa despojada de su sitio en la sociedad y de su justa porción de los bienes, recluta el comunismo sus fieles. El liberalismo, so capa del lema de la propiedad, la expolió de los demás y así sembró las semillas de las cuales han brotado el socialismo y el comunismo.
Sólo una política sana y prudente puede resolver este problema creando un ambiente propicio para la restauración de la propiedad en la sociedad. Esto no quiere decir que todo el mundo necesita o incluso desea tener propiedad, pero sí señala el hecho de que su posesión en una escala modesta es un condición normal dentro de cualquier comunidad sana y cristiana. En parte, esta propiedad puede consistir en tierras o rentas y, en parte, en acciones. Aquí no pretendemos escribir un texto de administración política y no queremos extendernos en más detalles. Lo importante para nuestro fin es hacer resaltar la importancia de una restauración amplia de la propiedad, sobre todo en las ciudades grandes, donde la institución está declinando. Esto es una condición necesaria para la aniquilación definitiva de la herencia liberal, así como para la destrucción del comunismo mundial. Además, la propiedad es el brazo derecho de la libertad y nosotros somos partidarios de la libertad. (P.200)
Textos sociales tradicionalistas
El origen de la Europa plutocrática (I)
La europa materialista y plutocrática (II)
Libro recomendado: El espíritu del capitalismo . Rubén Calderón Bouchet.
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