lunes, 8 de septiembre de 2008

CARLISMO Y GERMANOFILIA EN LA GRAN GUERRA DEL 14


Imágenes: Vázquez de Mella. Confraternización navideña de soldados rusos y alemanes, durante la I Guerra Mundial.

REPERCUSIÓN EN EL REINO DE JAÉN DE UN MANIFIESTO GERMANÓFILO DEL AÑO 1916.

El estallido de la Gran Guerra del 14 ocasionó que, pese a la neutralidad de España, media España culta se alineara junto a los aliados, y la otra media, no menos culta, lo hiciera con los imperios centrales. Surgen así dos grupos difícilmente reconciliables: aliadófilos y germanófilos. El carlismo se puso, pudiéramos decir que en bloque (con alguna excepción), a favor de Alemania.

Para comprender este posicionamiento no podemos pasar por alto la geopolítica del gran D. Juan Vázquez de Mella y Fanjul (1861-1928). Sin el estudio de su concepción geopolítica, la postura del tradicionalismo a favor de las potencias centrales -su germanofilia- no sería otra cosa que una anécdota. Eso es, cabalmente, lo que ha pretendido hacer la historia sedicente que prefiere que se ignoren, por lo graves que son, las razones que Vázquez de Mella tenía para simpatizar con Alemania.

España forma, en lo geopolítico, para el filósofo tradicionalista “una Península, amurallada por los Pirineos y circundada por el mar… por un lado somos punto de arranque de avance hacia América; por otro lado miramos hacia el Continente africano y constituímos la llave del Estrecho”. Desde la pérdida de Gibraltar, “Nuestra grandeza es incompatible con Inglaterra. Si nosotros fuéramos grandes, ella tendría que huir del Mediterráneo o pagarnos tributo de servidumbre a la entrada.”

Así las cosas, Vázquez de Mella, tras ponderar los pros y contras, se preguntaba:

“¿Qué alianza nos conviene más? La Geografía contesta lo mismo que la Historia. [España] Unida a Alemania y fortificada, obligaría a Inglaterra, que es muy cortés y amable con los fuertes, a parlamentar con su rival y a entenderse con ella.”

Y es más: de la consideración de los ideales geopolíticos de Vázquez de Mella pende la existencia misma de España. Los ideales que Vázquez de Mella denomina “dogmas nacionales” son, a saber: 1º. El dominio del Estrecho; 2º. Parte en la soberanía del Mediterráneo y 3º. Integridad peninsular e imperio espiritual sobre América. Sin esos dogmas, “la Historia de España resulta negada y su porvenir reducido al de una nación que termina y al de una colonia que empieza”.

La posición germanófila del carlismo ante el conflicto de 1914 se basa, cabalmente, en las tesis de Vázquez de Mella, resumidas así:

Unirse a Inglaterra, cooperar con Inglaterra, es trabajar contra los intereses y las exigencias de España. Ser anglófilo resulta ser hispanófobo”.

Vázquez de Mella descubrió que “No existen en el planeta dos pueblos que tengan intereses geográficos más opuestos que Inglaterra y España.” Sentada la incompatibilidad de intereses entre Inglaterra y España, era lógico inclinarse a favor de Alemania y sus aliados en el conflicto.

En cuanto a la percepción de Francia, Vázquez de Mella resalta que:

Francia, más generosa que Inglaterra y que ha recibido de ella casi tantas ofensas como nosotros desde la guerra de los Cien Años hasta Fashoda”, pero el país vecino: “…tiene aspiraciones de dominación en el Mediterráneo que no son compatibles con las nuestras”.

Para Vázquez de Mella: “Francia es la cocotte de España. Su podredumbre nos contagia, y nos degradaría más como aliada. Es una nación epiléptica condenada a grandes escarmientos.”

Como años más tarde diría el genial D. Ernesto Giménez Caballero:

"España y Alemania estaban dispuestas por Dios sobre la tierra, es decir: en la geografía –para ser amigas y aliadas. Puesto que, entre ellas se cumplía la milenaria sentencia hindú: «¿Quien es tu enemigo? –Mi vecino. ¿Y tus amigos? –Los vecinos de mis vecinos.»

España y Alemania tenían los mismos vecinos sobre la tierra. Por tanto, tenían que ser amigas. Lo fueron. Lo son. Y lo volverán a ser siempre. A pesar de los terribles obstáculos que a veces ponen los vecinos para separarlas
." (en La espiritualidad española y Alemania.)

Hubo un tiempo en que D. Ramón María del Valle Inclán gustaba de hacerse pasar como carlista. Nunca he creído en el carlismo de Valle Inclán. Aunque le reconozca su valía como poeta, dramaturgo y novelista, Valle Inclán no era carlista: recordemos que su personaje, casi su alter ego -el Marqués de Bradomín- tiene mucho del satanista Conde de Lautréamont y, por si esto fuese poco, está demostrado que Valle Inclán no era católico, sino que había abrazado las falsedades teosóficas de Madame Blavatsky. Valle Inclán llegó a sustentar, sobre los disparates de la Sociedad Teosófica, una supuesta hegemonía cósmica de los anglosajones en el mundo.

Valle Inclán fue uno de los literatos españoles más aliadófilos. Incluso parece ser que se hizo propagandista de los aliados, recibiendo honorarios de sus patronos extranjeros. Valle Inclán viajó al frente en 1916, y a esa visita le debemos su libro “La media noche. Visión estelar de un momento de guerra”.

La percepción valleinclaniana sobre el conflicto adquiere proporciones de un sectarismo maniqueísta inaceptable. La visión que de los alemanes tiene Valle Inclán la pone en boca de los personajes de ese libro: “Alemania hace la guerra fiel a su concepción ética del Universo”. Esto es: “Una guerra de tribu”. Una guerra de tribu “porque su civilización aún no es bastante vieja para poder crear normas superiores de conciencia.” Además de eso, los alemanes –para Valle Inclán: “Tienen el viejo concepto judaico. Y su mentalidad, y toda su moral es judaica, y su idea de Dios.”

Es el mismo año de 1916 cuando muchos hombres cultos de la provincia de Jaén firman un manifiesto germanófilo, que en la ciudad de Úbeda logra un apoyo multitudinario. D. Aurelio Valladares Reguero así nos lo ha contado en su artículo “La provincia de Jaén ante el manifiesto germanófilo de 1916. Apoyo mayoritario en Úbeda”. D. Jacinto Benavente, un reputado germanófilo, ponía “Prólogo” a este manifiesto. El asunto reviste interés, y hasta actualidad, pues el choque entre germanófilos y aliadófilos preludia lo que con el tiempo será esa estúpida pretensión de la progresía de tener el monopolio de la cultura.

Muchos somos los que, impuestos de todos los males que España debe a Inglaterra y Francia, desde la batalla de Trafalgar hasta los obstáculos opuestos por Inglaterra a la posesión por nuestra parte de territorios africanos después de la gloriosa toma de Tetuán, nos preguntamos extrañados cómo nuestros “intelectuales” han logrado sobreponerse a la realidad histórica para elevarse a las sublimes idealidades del amor a Francia y a Inglaterra, con la grata ilusión de que ellas son y serán siempre nuestras mejores amigas y aliadas” –pone Benavente en su prólogo.

A lo que añade: “Nuestros aliadófilos viven en la consoladora creencia de que toda la intelectualidad se ha refugiado en los escritores, pintores y decoradores de su conocimiento. Pero, ¿no hay médicos, militares, ingenieros, industriales, hombres de negocios, tan intelectuales como ellos?”.

En Jaén, el manifiesto germanófilo fue secundado por personalidades de Úbeda, Linares, La Carolina, Jaén capital, Alcaudete, Andújar, Baeza, Bailén, Baños de la Encina, Orcera, Torredelcampo y Villarrodrigo: 625 profesionales firmaron a favor de Alemania. Entre ellos: doctores, licenciados, periodistas, músicos, médicos, químicos, farmacéuticos, abogados, ingenieros, profesores, sacerdotes, banqueros, propietarios, comerciantes, industriales, funcionarios del Estado y estudiantes.
El estudio presentado por D. Aurelio Valladares en la Revista Cultural de la Provincia de Jaén “Senda de los Huertos”, nº 61-62, año 2001, da cumplida cuenta de los apoyos que la causa germanófila recibió en la provincia, pero creemos que no considera el factor que puede explicar esta germanofilia provinciana: los firmantes de dicho manifiesto eran en su mayoría carlistas andaluces, que seguían las tesis de Vázquez de Mella. Recordemos que el Círculo Carlista de Úbeda -ciudad que apoya rotundamente la causa alemana- era uno de los círculos carlistas más activos de todo el sur. Por eso hemos traído aquí el particular que, más que una anécdota, se convierte en un motivo para reflexionar, en un antecedente de lo que, todavía en el siglo XXI, vivimos: el monopolio de la cultura en grupos progresistas que, confundiendo siempre la cultura con la propaganda, niegan a sus adversarios políticos toda valía intelectual y cultural.

Es hora, pensamos, de liberar la cultura, secuestrada por los progresistas desde la transición "democrática". Es hora de erradicar toda cultura progresista (o sea, anti-española). Es hora de poner en marcha una cultura a favor de España. Es hora de tomar el poder cultural.

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