Es sabido que, cuando don Carlos VII visitó la Argentina en 1887, su intención era entrevistarse con algún líder católico local y algunos emigrados carlistas, para, luego, embarcar sin demora hacia Europa. Pero aquí se vio gratamente sorprendido por la hospitalidad y el cariño con que fue recibido, no sólo por los emigrados españoles y dirigentes católicos argentinos, sino también por figuras públicas de ideas totalmente contrarias a los principios del carlismo.
Uno de ellos fue el entonces presidente Miguel Juárez Celman que lo invitó a visitar la Provincia de Córdoba, aún en ese entonces con un aspecto hispánico muy característico. Fue así que, el 18 de agosto, en tren despachado especialmente por Marcos Juárez —hermano del presidente y futuro gobernador cordobés—, partió el Rey legítimo de Las Españas. Lo acompañó parte de su séquito y algunos amigos y correligionarios que encontró en Buenos Aires. El mismísimo Presidente Juárez Celman lo acompañó hasta el andén para despedirlo. Su hermano Marcos también se unió a la comitiva motorizada.
En el trayecto, Don Carlos conocerá la ciudad de San Nicolás, siendo homenajeado por un grupo de veteranos navarros que residían allí, y Rosario, donde aunque intentó pasar desapercibido, provocó un gran revuelo de personas que querían saludar afectuosamente al legendario Rey español en el exilio.
Una anécdota poco conocida fue la acontecida en el mismo tren. Allí fue reconocido por un veterano de la última Guerra Carlista que casualmente viajaba. La conversación fue cordialísima, llena de recuerdos y anécdotas. Los coches de primera clase de aquel tiempo eran grandes salones sin divisiones, corridos de extremo a extremo, y pronto los pasajeros que iban en el mismo vagón se arremolinaron en torno a Don Carlos, el veterano y los miembros de la comitiva.
Fue entonces que se le aproximó un hombre que, no pudiendo contenerse, se presentó como español, confesándose liberal. Es más, recordó haber peleado contra los carlistas, como integrante de los Voluntarios de Castro Urdiales.
En una salida desgraciada de aquel cuerpo, fue que cayó prisionero de los carlistas. Genuinamente interesado, el Duque de Madrid le preguntó cómo había sido tratado por sus captores.
“Perfectamente, señor.” Y agregó: “No tengo más que motivos de gratitud por las atenciones empleadas con nosotros, y me alegro de que esta circunstancia me permita decírselo al señor y manifestar mi reconocimiento.” Finalizó diciendo: “En cuanto salgamos del tren, voy a escribir a Castro-Urdiales, a mi anciana madre, que es carlista decidida, y que llorará de gozo cuando le diga que he hablado con Don Carlos.”
En la estación del ferrocarril en la ciudad de Córdoba, Don Carlos y su comitiva fueron calurosamente recibidos por los dirigentes de la Asociación Católica de aquella provincia, el superior provincial de la Compañía de Jesús (Juan Cherta) y los responsables del diario católico Los Principios.
En fin, una anécdota más del primer viaje de un soberano español (¡y qué soberano!) a las Españas americanas.
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