En la Cristiandad medieval la Iglesia prohibió a los
católicos el préstamo a interés (usura), que quedó reservado a los infieles,
entre los cuales los judíos fueron especialistas. Los créditos tenían intereses
de más del 30% (en ocasiones llegaban hasta el 200%) y los tomadores del
préstamo lo garantizaban con bienes inmuebles: su casa, sus tierras o sus
talleres, lo que se conoce como “crédito hipotecario”. Esto suponía que cuando
no podían devolverlos, quedaban privados con frecuencia de su hogar y su medio
de vida, condenados a la pobreza.
El antijudaísmo medieval tuvo raíz de celo religioso, pero
está demostrado que los periódicos furores homicidas contra las comunidades
hebraicas (desde mediados del siglo XIV a principios del XV) coincidían
frecuentemente con crisis económicas en las que muchos habitantes perdían sus
posesiones dadas en garantías a los judíos por sus préstamos.
Los franciscanos fueron pioneros en la preocupación por el
problema social del préstamo hipotecario. Inspirado en los tradicionales
pósitos de grano, el primer ensayo de crédito aceptable según los mandatos de
la Iglesia tuvo lugar en España, cuando don Pedro de Haro y el rey Juan II de
Castilla solicitaron al papa Eugenio IV su permiso para crear el “Arca de
Misericordia” o “Arca de limosnas” Era una asociación benéfica que guardaba en
un arca el dinero o los granos de cereal donados por benefactores que se
prestaban a los necesitados con obligación de devolverlo al cabo de un año. La
administración era confiada al rector de la iglesia de los franciscanos. La
bula de aprobación papal fue emitida el 22 de septiembre de 1431.
Los franciscanos difundieron esta iniciativa en la Italia
renacentista, donde era común que judíos (y también cristianos por medio de
infieles interpuestos) prestaran a usura en las grandes ciudades mercantiles.
Era costumbre llamar allí Monte a una suma de dinero grande (amontonada) y
empleado como sinónimo de caja o depósito. Los franciscanos crearon los Montes
de Piedad (Monte di Pietà) recalcando con ese nombre que su función no era el
préstamo a beneficio, sino el auxilio de los más necesitados. El más antiguo
fue el de Ascoli Piceno, en 1458. El beato Michele Carcano fundó el Monte de
Perusa en 1462, y el beato Bernardino de Feltre el de Mantua en 1484. Pronto
todas las grandes urbes y muchas ciudades pequeñas de la península tuvieron su
Monte de Piedad.
¿Cuál era el principio de actuación del Monte de Piedad o
Montepío? La asociación caritativa tenía como finalidad el préstamo sin interés
a las personas con menos recursos. En lugar de bienes inmuebles, únicamente
aceptaban como garantía bienes muebles; principalmente alhajas y ropa, pero
también mobiliario, obras de arte o cualquier objeto valioso que se pudiese transportar.
A este tipo de préstamo se le llama “crédito prendario”, por la cualidad de
“prenda” que se deja como garantía de devolución. Las garantías muebles eran
guardadas en depósito, y si el préstamo no se devolvía en el plazo previsto se
subastaban, ganando el montepío la diferencia que se pudiese obtener con
respecto a lo prestado, o perdiéndola si el precio que se obtenía era menor. En
cualquier caso, el tomador del préstamo no perdía ni su casa ni su medio de
vida, sino únicamente un objeto superfluo. Como han descubierto los modernos
apóstoles del microcrédito, los franciscanos ya comprobaron hace 5 siglos que
los humildes suelen ser mucho mejores pagadores de sus deudas que los ricos.
Para obtener sus recursos, el Monte de Piedad tenía varias
fuentes. Funcionaba como caja de caudales, cobrando una pequeña suma por la
custodia del depósito de dinero. Asimismo solía recibir donaciones de limosnas,
donantes, ayudas de la corona o los municipios y celebraciones religiosas.
Para garantizar su continuidad comenzó al cabo de unas
décadas la costumbre de cobrar pequeños intereses, generándose un agrio debate
dentro de la Iglesia, por ir en contra de la enseñanza católica y los propios
principios de los montepíos. El concilio de Letrán de 1515 aceptó finalmente el
cobro de intereses, siempre que fuesen moderados (nunca más del 10%). El
concilio de Trento reforzó el carácter benéfico que debían tener los Montes de
Piedad. Podemos afirmar que un pequeño interés en realidad no supone usura,
pues la inflación o devaluación de la ley de la moneda es más frecuente que la
deflación.
El primer Monte de Piedad de la Corona española se fundó en
1536, en Nueva España de las Indias, y en 1550 el primero de la península, en
Dueñas. Pronto se generalizaron por todos los reinos y virreinatos hispanos.
Estaban patrocinados por la Corona y su naturaleza era semejante a la de las
cofradías, fuertemente ligada a un concepto moral y religioso católico, enemigo
de la usura.
Precisamente el rechazo calvinista a los principios
religiosos del montepío dio lugar al nacimiento de las cajas de ahorro (con
Jeremy Bentham y su concepto de autoayuda), a lo largo del siglo XVIII en el
norte de Europa, y en el XIX en Francia e Italia. En España fueron introducidas
por el liberalismo, a partir de la regulación de 1835, tratando de sustituir la
función de las entidades religiosas de ayuda al necesitado que habían quedado
privadas de sus medios de sustento con la desamortización de sus bienes aquel
mismo año.
El principio rector de la caja de ahorros estaba fundado en
el estímulo del ahorro como la forma de mejorar las condiciones de vida de las
clases más humildes. Se crearon asociaciones mutualistas en las que sus
miembros benefactores aportaban dinero para una caja cooperativa que captaba
depósitos de particulares remunerados por medio de un interés (al contrario que
los montepíos que cobraban el depósito). El metálico depositado era empleado
por la caja para a su vez conceder préstamos, aunque no financieros. Dado que
su fin era benéfico y no usurario, los intereses que se cobraban al préstamo
eran bajos, muy similares a los de los Montes de Piedad. Si bien el fin
ético-religioso de los montepíos se perdía con este nuevo concepto, seguían
tratándose de asociaciones sin ánimo de lucro, cooperativas y muy arraigadas al
lugar donde nacían, con un objeto social indudable. El abandono del crédito
prendatario por el hipotecario suponía que las cajas de ahorro amenazaban como
los usureros el hogar y los medios de subsistencia de aquellos a quienes
prestaban. La realidad es que en España muchos Montes de Piedad crearon sus
propias cajas de ahorro, ejerciendo ambos tipos de crédito en la misma entidad,
de forma que sus clientes podían acogerse a la modalidad de préstamo que más
les conviniese. No olvidemos todos los servicios que como mutuas cooperativas
ofrecían a sus socios y clientes: seguros de vida, vivienda o cosechas,
pensiones, atención sanitaria, etc, con lo que ello suponía para la estabilidad
y prosperidad social.
Como es obvio, tanto los Montes de Piedad como las cajas de
ahorro suponían una competencia muy dura para los prestamistas usurarios, sobre
todo en el mercado del crédito a las clases medias y bajas, que prácticamente
coparon las nuevas entidades. Es bien sabido que los prestamistas usurarios
evolucionaron hacia la creación de empresas de financiación a interés: los
bancos.
Con el Real Decreto de 29 de junio de 1853, el gabinete del
general Lersundi (en las agonías de la década del gobierno de los liberales
moderados) se aseguró de que la iniciativa social que pudiese haber detrás de
las cajas de ahorro quedase sujeta a la tutela del estado. Se creó así la “Caja
General de Depósitos y Consignaciones”, en la que las cajas debían depositar el
capital no invertido (excedentario) que era empleado ilegítimamente por la
Hacienda en la financiación de deuda pública (provocando la protesta de las
juntas rectoras que desconfiaban de la solvencia del estado). Asimismo, se
ordenó que las cajas quedasen bajo la protección del Ministerio de la
Gobernación (ministerio del Interior actual) y que los gobernadores civiles
crearan una caja de ahorros en cada capital de provincia. Con la injerencia
estatal en la iniciativa privada, los liberales trataban de controlar desde el
gobierno el dinero depositado en instituciones en las que confiaban los
ciudadanos. La bancarrota del tesoro público causada por el déficit a partir de
1865 afectó a las cajas de ahorro, convertidas por la fuerza en financieras de
la deuda a través de la Caja General, provocando la quiebra de muchas de ellas.
En 1880, una ley del gobierno Cánovas del Castillo atenuó parcialmente la
sujeción de la de 1853, anulando la uniformidad en la gestión y la sujeción al
régimen institucional. Gracias a esta ley se fundaron muchas cajas nuevas, pero
la Caja General persistió.
La historia de las cajas de ahorro a lo largo del siglo XX
es la de la progresiva injerencia del Banco de España en la regulación y
dirección de su funcionamiento. Pronto absorbieron a los Montes de Piedad de
los cuales habían nacido, convirtiéndolos en meros apéndices de las mismas, o
incluso haciéndolos desaparecer. También comenzaron a dar prestamos financieros
ocupando otra parcela del negocio usurario. Únicamente su naturaleza de mutualidad
y la obligación de reinvertir todos sus beneficios en créditos sociales o en
obras de beneficencia les diferenciaba ya de los bancos.
La ley de 1978 puso la gestión y control de las cajas de
ahorro en manos de las flamantes autonomías españolas. El principal cometido de
los gobiernos autonómicos en estos últimos 30 años ha sido unir diversas cajas
municipales del territorio en una o dos autonómicas, de forma que perdieran
buena parte de su implantación local, y emplear sus fondos para financiar la deuda
pública autonómica (como sus antecesores centrales decimonónicos), así como
conceder créditos de dudosa devolución a todo tipo de empresarios o
especuladores con contactos entre los políticos en el poder.
Todos sabemos lo que lo que ello ha generado: al calor del
crédito hipotecario en la vivienda, en plena expansión, las cajas de ahorro han
concedido créditos a particulares insolventes, con frecuencia tasando su
vivienda por encima del precio real, al igual que ha ocurrido con los proyectos
urbanísticos de constructores (y con ello colaborando al fenómeno que se ha
venido en llamar la “burbuja inmobiliaria”) y lo que es peor, entrando a
financiar la compra de suelo sobrevalorado para futuras urbanizaciones. Todos
ellos, y particularmente el último, negocios especulativos muy alejados de la
función social de ayuda a los más necesitados con la que nacieron montepíos y
cajas de ahorro. Casas, proyectos y suelo que han perdido en poco tiempo al
menos la mitad de su valor.
La crisis inmobiliaria y financiera ha sorprendido a las
cajas en el peor escenario posible, dada la incuria e imprevisión con la que
han sido gestionadas por los gobiernos autonómicos con la complacencia de los
mecanismos reguladores. Son las entidades financieras con mayor porcentaje de créditos
hipotecarios de imposible devolución (“activos tóxicos” se les llama en el
argot). Ante la amenaza de quiebra, han acudido al auxilio del fondo de rescate
público del Banco de España. Para acceder a esta ayuda el gobierno de Rodríguez
Zapatero (oficialmente del Partido Socialista Obrero, pero sin duda en el mejor
espíritu del liberalismo progresista masónico y jacobino de épocas pretéritas)
les ha puesto dos condiciones: la fusión en entidades supraautonómicas y su
conversión en bancos. Su objeto social continuará en sus estatutos un tiempo, y
luego desaparecerá sin que nadie pregunte por él. El golpe de gracia.
En resumen, la continua injerencia de los gobiernos
liberales en los Montes de Piedad y Cajas de Ahorro, ha convertido a entidades
nacidas como cooperativas de crédito social para los más desfavorecidos en
entidades prestamistas usurarias a la vuelta de un par de siglos. Si hubiese un
manual de como desproteger a los más pobres, dejándolos a merced de la siempre
palpable avaricia de los prestamistas y de la siempre etérea protección del
estado, la historia de los montepíos y las cajas en nuestro país debería
figurar en la introducción.
No hay forma cabal, sensata, cristiana y tradicionalista
para resolver esta corrupción de las entidades de crédito social que eliminar
la injerencia estatal en ellas, y revivir el espíritu cooperativo de ayuda al
más necesitado que partió hace muchos siglos de aquellos humildes franciscanos,
ayudados por muchos cristianos pudientes, para evitar que los más pobres se
viesen privados de sus casas, sus campos y sus talleres, por los usureros que
se lucraban con su necesidad de dinero. Urge vivificar de nuevo el espíritu de
montepíos y cajas de ahorro. Ninguna ingeniería financiera podrá resolver esta
situación estructuralmente corrompida por la codicia.
En 1796 Napoleón ocupó Italia, y por derecho de conquista se
incautó de todos los depósitos de los Montes di Pietà, arruinándolos; eran
entidades religiosas asociadas al Sistema Tradicional que su Revolución estaba
afanándose en destruir. Este prototipo de autócrata liberal fue brutal, pero
bastante más franco que los liberales españoles, los cuales han empleado
métodos mucho más retorcidos para mantener la ficción de la existencia de
cooperativas sociales de crédito benéfico, hasta dejarlas exhaustas. Una vez
las han exprimido y no les pueden sacar más beneficio, las convierten en otra
cueva de prestamistas.
Con ánimo de lucro.
Nacho|Portal Avant
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