miércoles, 23 de diciembre de 2009
domingo, 13 de diciembre de 2009
¿Qué es Tradicionalismo?
¿Qué es tradicionalismo?
Tradicionalismo, de consiguiente, es el amor a los principios y deducciones de la Tradición, es su estudio y desarrollo y defensa, es el sistema que tiene por objeto establecerlos prácticamente en España; y en virtud de esto, son absolutamente contrarios al espíritu y al programa tradicionalista, tanto los abusos del poder público como la sedición contra la autoridad legítima, así el absolutismo oligárquicos y demagógicos, lo mismo la opresión de la libertad que la autorización de la licencia, igual los antiguos despotismos que los despóticos liberalismos flamantes.
El tradicionalismo nada tiene de crédulo aunque es creyente, no restaura rigorismos extremos aunque es católico; es íntegro sin ser extremado, es intransigente sin ser intolerante, es moderno sin ser modernista, nada tiene que ver con el reprobado tradicionalismo de los Ráulica y los Bonald, ni con el absolutismo galicano de los Bossuet y Luis XIV, ni con el regalismo jansenista de los Pimentel y los Chumacero; defiende principios naturales y cristianos de buen gobierno monárquico, no demasías cortesanas ni privados intereses de dinastías o de favoritos; es de herencia nacional de enseñanzas y procedimientos sanos, que no de tiranías y vetusteces insanas; da origen divino a la autoridad, no al derecho personal de ejercerla, que es humano; y si por derecho divino presta obediencia a los gobernantes que la ejercen rectamente, también por derecho divino pueden negarla a los que la ejerzan tiránicamente.
Tanto se aparta la influencia de los Nithard, como de las infamias de los Godoy; tan lejos va de la mitra de los Opas, Gelmírez y Fonsecas, como de la privanza fatal de los Lunas, Olivares y Oropesas; lo mismo reprueba a la funesta bonachería de Carlos II y Carlos IV, que las tiranías de Felipe V y Fernando VII; si le agrandan reyes como San Fernando, Isabel la Católica, Carlos I y Felipe II quiérelos ver con la investidura de todos los modernos adelantos legítimos; recoge todo lo bueno de las leyes, mas no todas las obras de los reyes; es españolísimo y no dinastisimo, es regionalismo y no centralización; no es francés ni alemán, no es Austria ni es Borbón; es español y españolista, es patria y nación y bandera y se llama España.
España, no partido, antes exige el acabamiento de los partidos, bien admite que admite y respeta la variedad de escuelas y tendencias españolistas dentro de la unidad tradicionalista; porque, en suma, el Tradicionalismo no es más que el españolismo de los siglos, neto, auténtico, legítimo, probado, que no está reñido con la variedad de opiniones honestas y quiere en lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad ; y en todo, caridad.
Si en tiempos que ya pasaron hubo tradicionalistas creyente que de buena fe en los reyes de derecho divino personal o dinástico, y de defensores de la potestad absoluta y de rigorismos extremados, fue porque las extremadas circunstancias de sus días eclipsaron por algunos momentos la verdadera Tradición católica-monárquica de las Españas y porque la clara explicación y aplicación de ella, como de las ciencias mismas, sólo podía venir con el curso de los tiempos.
Oponiendo ardorosos la fortaleza de su celo a las violencias de la malicia revolucionaria , no advirtieron que antes del gobernante es el pueblo; antes del derecho regitivo de la persona ó dinastía designada, el derecho designativo que por ley natural tiene la sociedad; pero bien sabían y propugnaban que no se hizo el pueblo para el rey, sino el rey para el pueblo, y la libertad que es santa y se debe proteger su uso cuanto reprimir su abuso, como de cualquier otra facultad ó virtud moral, por los cual no debían haber consentido que les usurpase la hermosa palabra de Libertad ese sistema opresor y corruptor de la libertad misma, que por antífrasis tomó el nombre de liberalismo.
De la revista valenciana “Tradición y Progreso”Año 1912
viernes, 4 de diciembre de 2009
Por qué abortar es progresista
Muchos impugnan la nueva ley del aborto española diciendo que abortar no es progresista. Sin embargo, el aborto parece inseparable de la Modernidad y de su ideología nuclear, el progresismo.
¿Qué es la Modernidad? Una reducción y una renuncia. La reducción del ámbito racional a la actividad de la materia, hasta llegar a absolutizarla. La renuncia a descubrir la naturaleza humana, hasta llegar a inventarla. En eso dio el “atrévete a saber” de Kant, la emancipación del entendimiento que había de traer el imperio de la ciencia, el progreso indefinido y la paz perpetua.
Pero las profecías ilustradas no se cumplieron. Como dijo Donoso, cuando se esparció la fe en el paraíso terreno la sangre brotó hasta de las rocas duras. Al febricitante incremento de la técnica le acompañó un inaudito menosprecio del hombre. Llegaron la“santa guillotina”, la devastación napoleónica, el nacionalismo, las sociedades eugenésicas y las guerras mundiales. Avergonzada, la Modernidad huyó hacia delante y se rebautizó en Postmodernidad, intensificando la reducción y la renuncia modernas hasta el imperio del relativismo. La razón se deshizo en el “deconstructivismo”, donde todo pierde su valor; el entendimiento renunció a la verdad, en nombre de una tolerancia donde todo vale. Hoy no hay Auschwitz, no hay Gulag. Pero hay 40 millones de abortos cada año.
¿Cómo es posible que la sociedad moderna, presentada como heraldo de la ciencia, del progreso y de la paz, admita tal masacre de seres humanos inocentes? ¿Es el aborto un accidente de la Modernidad o una consecuencia esencial de la misma?. La respuesta debe tener en cuenta lo difícil que le resulta al pensamiento moderno sustentar y vivificar al hombre, la familia y la sociedad, los tres elementos básicos de la comunidad política. Mejor dicho, parece que el progresismo infunde una inercia necrótica a estos tres pilares, como si tendiera intrínsecamente a destruir el orden de la vida en común. Veámoslo.
¿Qué es el hombre para la doctrina moderna? Materia evolucionada, de la misma naturaleza que el resto de la biosfera, cuyo estatuto está sujeto a la opinión mayoritaria del momento y puede reformularse a gusto de cualquier ideólogo. Esto tiene dos consecuencias. En primer lugar, el concepto de ser humano se licua. No es extraño que el parlamento español debata extender los derechos humanos a los simios, que la ministra Bibiana Aído diga que el nasciturus no es humano, o que Paul Ehrlich y otros biólogos presenten al hombre como un gorgojo para el planeta. En segundo lugar, se olvida desde y hasta cuándo el hombre es sujeto de derechos. Por eso catedráticos de ética como Peter Singer recomiendan el aborto, la eutanasia y el infanticidio; o el Colegio de Ginecólogos británico solicita matar a los bebés minusválidos. La idea moderna del hombre, que desconoce la dignidad de la persona humana, mina los cimientos de los derechos humanos y justifica la muerte como deber humanitario.
La razón jibarizada de la Modernidad tampoco es capaz de reconocer la naturaleza de la familia. La familia -dice el moderno- es un lugar triplemente peligroso: celebra la maternidad que origina la opresión de la mujer, ceba la “bomba demográfica”, y estorba el adoctrinamiento ideológico del Estado. Por consiguiente, es lógico que la España de Zapatero trate de reducir el matrimonio a una unión de Progenitor A con Progenitor B, de cualquier sexo, inmediatamente cancelable por repudio. O que la ONU y la Unión Europea hayan proscrito el término “maternidad” de su jerga burocrática, y a cambio cohonesten el aborto como “salud reproductiva”. De ahí que en Europa, cuna de la Modernidad, no haya niños en 2 de cada 3 hogares, y el 20% de los embarazos sea abortado. La esterilidad y la muerte parecen requisitos progresistas para que la familia, escudo del hombre y arbotante de la sociedad, quede inerme ante el Estado.
Sí, el progresismo es letal para el hombre y la familia. Pero también lo es para la sociedad. El clásico ponía en el bien común -el bien de todos sin excepción- el fin de la sociedad; el desencantado postmoderno, que ya no se atreve a proponer bienes, sólo aspira al consenso mayoritario. A la mayoría le corresponde, en la Modernidad, definir lo que es ley y sostener la balanza de la justicia, sin obligación de subordinarse a principios superiores que permitan juzgar las normas. El consenso, que es la expresión política del relativismo, se absolutiza y se antepone al hombre. Así se cumple el sueño de Rousseau y Spinoza: quien está fuera del consenso, de lo políticamente correcto, no merece vivir en la sociedad moderna.
El Estado es el responsable de crear y administrar el consenso, destruyendo para ello las ligaduras de la vida social y manipulándolas con la teta presupuestaria. La certidumbre de la ciencia y la técnica funciona aquí como bálsamo metafísico, como religión. Ahora bien, bajo la apariencia de concordia hay una sociedad desarmada que ha roto el equilibrio con el individuo, que no puede distinguir el bien del mal y que encierra la libertad en lo políticamente correcto. Una sociedad inane, nihilista, yerma. Su divisa ya no dice “no matarás”, sino “relativizarás”. Su fruto es la cultura de la muerte. Sus abortorios producen cada año tantas víctimas como la Segunda Guerra Mundial. Y -dice la ley de Zapatero- no cabe objeción de conciencia.
Esto es la Modernidad. La reducción de la razón y la renuncia del entendimiento. La disolución del hombre, la familia y la sociedad. Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la razón levantaba sumas y catedrales, y el entendimiento se aventuraba más allá de lo sensible. Hubo un tiempo en que Boecio le dijo a Tomás de Aquino que el hombre era persona, dotado de suprema dignidad; en que Francisco de Vitoriaconversaba con Cicerón sobre el asiento de la ley en la razón, y no en la voluntad. La Modernidad olvidó estos logros y menospreció mil años de desarrollo. Las consecuencias, hemos visto, son cada vez más sangrientas.
¿Puede el progresismo generar un cultura amable con la vida? No es probable. La Modernidad no traerá una civilización pacífica y justa. Si hay que esperar un verdadero desarrollo humano es necesario recobrar la entereza de la razón. Sustituir el “Sapere aude” del filósofo de Königsberg por el “Duc in altum” del carpintero de Nazaret es el primer paso para conseguirlo.
¿Qué es la Modernidad? Una reducción y una renuncia. La reducción del ámbito racional a la actividad de la materia, hasta llegar a absolutizarla. La renuncia a descubrir la naturaleza humana, hasta llegar a inventarla. En eso dio el “atrévete a saber” de Kant, la emancipación del entendimiento que había de traer el imperio de la ciencia, el progreso indefinido y la paz perpetua.Pero las profecías ilustradas no se cumplieron. Como dijo Donoso, cuando se esparció la fe en el paraíso terreno la sangre brotó hasta de las rocas duras. Al febricitante incremento de la técnica le acompañó un inaudito menosprecio del hombre. Llegaron la “santa guillotina”, la devastación napoleónica, el nacionalismo, las sociedades eugenésicas y las guerras mundiales. Avergonzada, la Modernidad huyó hacia delante y se rebautizó en Postmodernidad, intensificando la reducción y la renuncia modernas hasta el imperio del relativismo. La razón se deshizo en el “deconstructivismo”, donde todo pierde su valor; el entendimiento renunció a la verdad, en nombre de una tolerancia donde todo vale. Hoy no hay Auschwitz, no hay Gulag. Pero hay 40 millones de abortos cada año.
¿Cómo es posible que la sociedad moderna, presentada como heraldo de la ciencia, del progreso y de la paz, admita tal masacre de seres humanos inocentes? ¿Es el aborto un accidente de la Modernidad o una consecuencia esencial de la misma?. La respuesta debe tener en cuenta lo difícil que le resulta al pensamiento moderno sustentar y vivificar al hombre, la familia y la sociedad, los tres elementos básicos de la comunidad política. Mejor dicho, parece que el progresismo infunde una inercia necrótica a estos tres pilares, como si tendiera intrínsecamente a destruir el orden de la vida en común. Veámoslo.
¿Qué es el hombre para la doctrina moderna? Materia evolucionada, de la misma naturaleza que el resto de la biosfera, cuyo estatuto está sujeto a la opinión mayoritaria del momento y puede reformularse a gusto de cualquier ideólogo. Esto tiene dos consecuencias. En primer lugar, el concepto de ser humano se licua. No es extraño que el parlamento español debata extender los derechos humanos a los simios, que la ministra Bibiana Aído diga que el nasciturus no es humano, o que Paul Ehrlich y otros biólogos presenten al hombre como un gorgojo para el planeta. En segundo lugar, se olvida desde y hasta cuándo el hombre es sujeto de derechos. Por eso catedráticos de ética como Peter Singer recomiendan el aborto, la eutanasia y el infanticidio; o el Colegio de Ginecólogos británico solicita matar a los bebés minusválidos. La idea moderna del hombre, que desconoce la dignidad de la persona humana, mina los cimientos de los derechos humanos y justifica la muerte como deber humanitario.
La razón jibarizada de la Modernidad tampoco es capaz de reconocer la naturaleza de la familia. La familia -dice el moderno- es un lugar triplemente peligroso: celebra la maternidad que origina la opresión de la mujer, ceba la “bomba demográfica”, y estorba el adoctrinamiento ideológico del Estado. Por consiguiente, es lógico que la España de Zapatero trate de reducir el matrimonio a una unión de Progenitor A con Progenitor B, de cualquier sexo, inmediatamente cancelable por repudio. O que la ONU y la Unión Europea hayan proscrito el término “maternidad” de su jerga burocrática, y a cambio cohonesten el aborto como “salud reproductiva”. De ahí que en Europa, cuna de la Modernidad, no haya niños en 2 de cada 3 hogares, y el 20% de los embarazos sea abortado. La esterilidad y la muerte parecen requisitos progresistas para que la familia, escudo del hombre y arbotante de la sociedad, quede inerme ante el Estado.
Sí, el progresismo es letal para el hombre y la familia. Pero también lo es para la sociedad. El clásico ponía en el bien común -el bien de todos sin excepción- el fin de la sociedad; el desencantado postmoderno, que ya no se atreve a proponer bienes, sólo aspira al consenso mayoritario. A la mayoría le corresponde, en la Modernidad, definir lo que es ley y sostener la balanza de la justicia, sin obligación de subordinarse a principios superiores que permitan juzgar las normas. El consenso, que es la expresión política del relativismo, se absolutiza y se antepone al hombre. Así se cumple el sueño de Rousseau y Spinoza: quien está fuera del consenso, de lo políticamente correcto, no merece vivir en la sociedad moderna.
El Estado es el responsable de crear y administrar el consenso, destruyendo para ello las ligaduras de la vida social y manipulándolas con la teta presupuestaria. La certidumbre de la ciencia y la técnica funciona aquí como bálsamo metafísico, como religión. Ahora bien, bajo la apariencia de concordia hay una sociedad desarmada que ha roto el equilibrio con el individuo, que no puede distinguir el bien del mal y que encierra la libertad en lo políticamente correcto. Una sociedad inane, nihilista, yerma. Su divisa ya no dice “no matarás”, sino “relativizarás”. Su fruto es la cultura de la muerte. Sus abortorios producen cada año tantas víctimas como la Segunda Guerra Mundial. Y -dice la ley de Zapatero- no cabe objeción de conciencia.
Esto es la Modernidad. La reducción de la razón y la renuncia del entendimiento. La disolución del hombre, la familia y la sociedad. Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la razón levantaba sumas y catedrales, y el entendimiento se aventuraba más allá de lo sensible. Hubo un tiempo en que Boecio le dijo a Tomás de Aquino que el hombre era persona, dotado de suprema dignidad; en que Francisco de Vitoriaconversaba con Cicerón sobre el asiento de la ley en la razón, y no en la voluntad. La Modernidad olvidó estos logros y menospreció mil años de desarrollo. Las consecuencias, hemos visto, son cada vez más sangrientas.
¿Puede el progresismo generar un cultura amable con la vida? No es probable. La Modernidad no traerá una civilización pacífica y justa. Si hay que esperar un verdadero desarrollo humano es necesario recobrar la entereza de la razón. Sustituir el “Sapere aude” del filósofo de Königsberg por el “Duc in altum” del carpintero de Nazaret es el primer paso para conseguirlo.
Guillermo Elizalde Monroset
jueves, 12 de noviembre de 2009
Dios hace matanzas donde no llega la cruz
martes, 10 de noviembre de 2009
Somos unos pobres siervos
Soy carlista
lunes, 2 de noviembre de 2009
Derecho divino y Legitimidad del poder
domingo, 25 de octubre de 2009
Catecismo Tradicionalista
Impreso bajo el Reinado de S.M.C. don Alfonso Carlos, Duque de san Jaime
CATECISMO TRADICIONALISTA
1. ¿Cuál es la divisa de la Comunión Tradicionalista?
Dios, Patria y Rey. La escribieron nuestros padres, que constituían la España católica y monárquica.
2. ¿Por qué decís que fue escrita por nuestros padres?
Porque la heredamos de nuestros mayores como rico patrimonio, como Ley fundamental del Reino, como lema glorioso de nuestras banderas, como grito de guerra contra nuestros enemigos.
3. ¿Tiene la sociedad, como el individuo, el deber de dar culto a Dios?
Lo tiene. La sociedad humana fue constituida por Dios, autor de la naturaleza, y de Él emana, como de principio y fuente, toda la copia y perennidad de los bienes en que la sociedad abunda.
4. ¿Qué religión ha de profesar el Estado?
Siendo necesario al Estado profesar una religión, como afirman los grandes Doctores, ha de ser la Católica, Apostólica y Romana, por ser la única verdadera.
5. ¿Puede un tradicionalista ser liberal?
No puede serlo, porque el liberalismo arranca del protestantismo y desciende en línea recta de los réprobos principios de Lutero, siendo uno de los principios a que obedece la negación de Dios en la gobernación de las cosas del mundo. Sin ser liberal se puede, y aún se debe, amar la verdadera libertad, que es hija de Dios.
6. ¿Cómo calificaba Pío IX al liberalismo católico?
De “peste, la más perniciosa, error insidioso y solapado, verdadera calamidad social, pacto entre la justicia y la iniquidad, pérfido enemigo, etc., etc.”.
7. ¿Qué nos impone el deber de ser católicos?
El de profesar abierta y constantemente la doctrina católica y propagarla cada uno según su saber y sus fuerzas, como también el de ser hijos sumisos del Papa y demás autoridades de la Santa Iglesia.
8. ¿Deben los tradicionalistas la Unidad Católica?
Sí. Es nuestro mayor timbre de gloria; y aún políticamente hablando, es el medio más eficaz para que haya unidad y unión en toda España. No por otro motivo, sino por este solo, es tan combatida, y le profesan tanto odio los sectarios y los incrédulos. Esto no obstante, sabemos muy bien que el creer ha de ser obra del entendimiento y de la voluntad por medio de la gracia divina, y que nada debe ser tan voluntario como la religión, la cual, por lo mismo de ser forzada, sería nula. No entienden así la libertad... los liberales, que nos querían hacer laicos a la fuerza.
PATRIA
9. ¿Qué quiere decir “Patria”?
La Patria es cosa natural. Es la herencia de nuestros padres, el tesoro de nuestros hijos, la tierra donde hemos nacido, el hogar que ha sido testigo de nuestras alegrías y de nuestros dolores, es la lengua que hemos aprendido y con la cual nos expresamos fácilmente...
10. ¿Es un deber de conciencia defenderla?
Por ley de naturaleza estamos obligados a amarla y defenderla, de tal manera, que todo buen ciudadano ha de estar pronto a arrostrar la misma muerte por su Patria.
11. ¿Qué relaciones deben de mediar entre la Iglesia y el Estado?
La Iglesia no puede ser sospechosa a los gobernantes ni a los pueblos. A los gobernantes les amonesta a seguir la justicia y a no desviarse jamás del deber, y al mismo tiempo refuerza su autoridad. Las cosas que se refieren al orden civil, la Iglesia no se las disputa, sino que reconoce que pertenecen a su autoridad y a su supremo imperio; en aquellas otras, cuyo juicio, por diverso aspecto, pertenecen a la potestad sagrada y civil, quiere la Iglesia que exista entre ambas potestades concordia.
12. ¿Qué cosas pertenecen a la Iglesia, y qué a la potestad civil?
Todo cuanto, de cualquier modo que sea, tenga razón de sagrado, y todo lo que pertenece a la salvación de las almas y al culto de Dios, todo ello cae bajo el dominio y arbitrio de la Iglesia; pero las demás que el régimen civil y político, como tal, abraza y comprende, justo es que le estén sujetas, puesto que Jesucristo mandó expresamente que se dé al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
13. Los pecados de la sociedad ¿son castigados en esta vida o en la otra?
La justicia de Dios tiene reservados, para los individuos, premios para las buenas obras, como castigos para los pecados. Mas los pueblos y naciones que no pueden perdurar más allá de la vida, menester es que en la tierra lleven el merecido de sus obras. Podrá ser que, por justos juicios de Dios, pues no hay pueblo alguno que no tenga algo de laudable, a algún pueblo prevaricador le salgan bien sus empresas; pero es ley firmemente establecida que para que la suerte de un pueblo sea próspera, importa el que por el pueblo se rinda culto a la virtud y en particular a la justicia, madre de todas las otras. “La justicia levanta a la nación, más el pecado hace miserables a los pueblos”.
14. ¿Qué humano remedio hay para la regeneración de España?
Por lo que estamos viendo y palpando, no hay otro remedio que la Monarquía Tradicional. Debemos creer que España esté destinada si no a morir, a sepultarse en el caos. Cuestión de tiempo y de acción continua nuestra. Los verdaderos tradicionalistas no necesitamos de esperanzas ni ilusiones lisonjeras para seguir constantes en la empresa comenzada hace 100 años; pues los grandes caracteres y los corazones hidalgos, antes que el aliciente del triunfo atienden al cumplimiento del deber. SI no queremos ser indignos de nuestros padres, ya sabemos cual ha de ser nuestra conducta.
REY
15. ¿Qué y cómo se entiende por Rey, tercer lema de la bandera carlista?
Rey por la Gracia de Dios. Porque por lo que hace a la autoridad la Iglesia enseña con razón que viene de Dios, mientras que el liberalismo afirma que de la soberanía nacional emana todo poder, negando por consiguiente que la autoridad es de origen divino.
16. Y haciendo dimanar de Dios la autoridad, ¿no parece menoscabar la supremacía del que la ejerce, sea Rey o su equivalente?
No es así; antes bien, dando a la autoridad ese origen divino, se refuerza el poder civil y su ejercicio y se le da una mayor dignidad y un mayor respeto de los ciudadanos.
17. ¿De qué defecto adolece la tan sobada “soberanía popular”?
Del que al negar a la autoridad todo origen divino, se abre la puerta a toda corrupción. Armada la multitud con la creencia de su propia y única soberanía, se precipita fácilmente a promover turbulencias y sediciones; y quitados los frenos del deber y de la conciencia, solo queda la fuerza, que raras veces puede contener los apetitos de las muchedumbres, formadas siempre de los menos cultos y los menos aptos.
18. ¿Y qué es esto del sistema de mayorías?
No es más que una triste comedia liberal; siendo, por otra parte, un disfrazado derecho de la fuerza, una… dictadura de los más.
19. ¿Y qué me dice del sufragio universal?
Que, generalmente, es una farsa, una mentira. Y si fuese una verdad, constituiría el monopolio de la ignorancia, o el monopolio de la riqueza.
20. ¿Qué es la Ley?
La Ley no es otra cosa que “el dictamen de la recta razón promulgada por la potestad legítima para el bien común”.
21. ¿Somos libres para obedecer o no las leyes?
Justa y obligatoria es la observancia de las leyes, no por la fuerza o amenaza, sino por la persuasión de que se cumplen como un deber. Esto es lo cristiano y lo lógico… Pero si están en abierta oposición con el derecho divino, con el derecho natural y contra la conciencia del buen ciudadano, entonces la resistencia a esas leyes es un deber.
22. ¿Debe el Rey sujetarse a las leyes como cualquier ciudadano?
Claro que sí. Los Reyes de Aragón no tomaban nombre de Rey hasta después de haber jurado en Cortes la observancia de las leyes del Reino. Carlos II, disponiendo en su testamento que Felipe V fuera reconocido por Rey legítimo, añadía: “… Y se le dé luego sin dilación la posesión… precediendo el juramento que debe hacer de observar las leyes, Fueros y costumbres de dichos mis Reinos y Señoríos”. Y así hicieron los Reyes de nuestra Dinastía en las guerras carlistas.
FUEROS
23. ¿Son los Fueros parte integrante de nuestro programa?
Son parte esencial de nuestro sistema político. El regionalismo ha sido defendido siempre por nuestra Comunión desde que vino a la vida. La restauración de los antiguos Fueros y libertades, atemperándolos a las necesidades de los modernos tiempos, ha sido firme voluntad de nuestros Reyes y los carlistas.
24. ¿No limitan los Fueros el poder del Rey?
No ha sido jamás el Tradicionalismo defensor del poder absoluto, es decir, favorable a una monarquía cesarista. El poder del Rey, primeramente, está limitado por sus deberes para con Dios, y por sus deberes para con sus súbditos. En segundo lugar, tiene una limitación general que abraza mil casos particulares, pues antes que Rey es padre de los pueblos que Dios le ha confiado, y como Rey y como padre debe querer todo el bien posible a su pueblo, y alejar de él en lo posible todo mal.
25. El regionalismo ¿no engendra, como dicen los separatistas el separatismo?
De ninguna manera, como no sea en los que tengan albergado en su corazón el fermento del antiespañolismo. Somos nosotros los tradicionalistas, fervorosos amigos de la unidad de la Patria española, pero asimismo decididos defensores de todas aquellas libertades municipales y regionales que la revolución ha ido destruyendo en todas partes. Nuestra monarquía sería llamada federal, si esa palabra no fuese algunas veces desnaturalizada. Digamos, pues, que es representativa por oposición a la parlamentaria, de la que abominamos por el mal que ha hecho a España.
26. Los Fueros ¿son favorables o no a la libertad?
La ínclita Castilla fue libre, las heroicas Navarra y Vascongadas y el nobilísimo Reino de Aragón fueron los pueblos más libres del mundo con las grandes prerrogativas de que gozaron. Lo mismo lo serían una vez restaurados sus Fueros y sus libertades.
Juan María Romá. Barcelona. 1934
jueves, 15 de octubre de 2009
Ágora: Hipatia
sábado, 10 de octubre de 2009
Unamuno habla de carlismo a Joaquín Costa
lunes, 28 de septiembre de 2009
Cuando se inicia la vida empieza el derecho: las evidencias científicas del Siglo XXI
- El Genoma humano una vez constituido nunca cambiará; será el mismo desde el momento en que la vida humana se inicia hasta que termina.
- El Genoma del ser humano se conforma en el momento de la concepción –fecundación - fertilización (unión óvulo – espermatozoide o estadio de cigoto); NO SE TERMINA DE FORMAR, NI SE MODIFICA DESPUÉS. Dicho en otros términos, se confirma que lo humano es humano desde el momento inicial, y que ese momento inicial para la vida humana como tal, es el momento de la concepción – fecundación - fertilización (unión óvulo espermatozoide o estadio de cigoto; véase gráfico adjunto).
- Lo que cambia a lo largo de las horas, días, semanas, meses o años posteriores a ese momento de nuestra existencia como seres humanos únicos e irrepetibles, son nuestras células, tejidos y órganos que en conjunto nos conforman: crecerán, se especializarán, se multiplicarán, envejecerán y morirán (y nosotros con ellas).
- Los seres humanos son tales desde la concepción (estadío de cigoto), evento que ocurre 7 a 10 días antes de la implantación (en estadío de blastocisto). Por eso es que para las ciencias médicas el estudio del ser humano se inicia con el estudio del embrión unicelular o cigoto, 7 días antes de ser implantado.
- “El embarazo humano comienza con la fusión de un óvulo y un espermatozoide”. “El óvulo fertilizado, ahora apropiadamente llamado un embrión…” (Bruce M. Carlson, MD, PhD, Profesor y Jefe del Departamento de Anatomía y Biología Celular de la Escuela de Medicina de la Universidad de Michigan, Ann Arbor; en su obra Human Embryology and Developmental Biology).
- Cigoto (Gr. zygotos): esta célula resulta de la unión de un óvulo con un espermatozoide. Un cigoto es el comienzo de un nuevo ser humano (i.e . un embrión)”. (Keith L. Moore, PhD, Profesor Emérito de Anatomía y Biología Celular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Toronto, Ontario, Canadá, y T.V.N. Persaud, MD, PhD, Profesor y ex Jefe del Departamento de Anatomía y Ciencia Celular, Profesor de Pediatría y Salud Infantil, Profesor de Obstetricia, Ginecología y Ciencias Reproductivas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Manitoba, Canadá, en su obra The Developing Human: Clinically Oriented Embryology).
- Aborto (L. aboriri, abortar). Este término significa un prematuro detenimiento del desarrollo y se refiere a la expulsión prematura de un conceptus del útero o expulsión de un embrión o feto antes que sea viable–capaz de vivir fuera del útero”. (Keith L. Moore y T.V.N. Persaud, en la obra citada previamente en el numeral ).
- El período embrionario propiamente, durante el cual la gran mayoría de las llamadas estructuras del cuerpo aparecen, ocupa las primeras ocho semanas post ovulatorias.” (Ronan O´Rahilly, MD, y Fabiola Müller, de los Laboratorios Carnegie de Embriología de la Universidad de California en Davis, California, EE.UU., en su obra Human Embryology & Teratology).
- El momento de la formación del cigoto puede ser considerado como el inicio o punto tiempo cero” del desarrollo del embrión.” (Ronan O´Rahilly, MD, y Fabiola Müller, en la obra citada previamente en el numeral ).
martes, 22 de septiembre de 2009
Conflictos entre la Ley Natural y la Ley Positiva
José Ramón Recuero