Triste reaparición la mía. Ayer murió Alexander Solzhenitsin(desconozco las normas de trascripción, en la prensa anglosajona aparece como Aleksandr Solzhenitsyn, me imagino que así será). Se me dan muy mal los obituarios. Y como en las próximas horas tendremos buenas semblanzas, comentarios literarios espléndidos y unas necrológicas que harán llorar, poco podré añadir.
Sin embargo no quería dejar pasar la oportunidad para comentar algunos aspectos que quizá no tengan el suficiente tratamiento informativo. Podremos leer sobre sus dos obras más conocidas:Archipiélago Gulag y Un día en la vida de Iván Denísovich. Obras sobre las que se pueden escribir incluso novelas —el primer manuscrito de Archipiélago Gulag se «perdió» en manos del KGB; su guardiana, la secretaria de Solzhenitsin, se «suicidó» después de ser torturada—. Pocos dirán (sobre todo en la prensa progre) que constituye la mejor denuncia del socialismo real. Su lectura es el antídoto ideal para cualquier tentación socialista. Una descripción perfecta de los métodos para conseguir la «igualdad»; concepción de la igualdad que sólo puede conseguirse cercenando la libertad. Por cierto, una concepción de la igualdad como la que tiene nuestro presidente; y unos métodos, que, aunque todavía no sangrientos, podemos reconocer en las 227 historias que dan lugar al libro. Os sentiréis identificados.
Pero la libertad de Solzhenitsin no es una deidad, es la libertad de los hijos de Dios. Creo —espero equivocarme— que no encontraremos muchas referencias a las críticas del ruso al liberalismo, tanto al político como al filosófico. Solzhenitsin no era un liberal, su amor por la libertad y la igualdad no es a la de Jean-François Revel. Su vivencia y lucha por la libertad le lleva a la conversión (en su juventud fue un modélico comunista, un «ateo científico»), a entender la igualdad como un medio, no como un fin; a entender la libertad también como un medio, no como un fin.
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