Mis leales consejeros:
He visto con gran atención los distintos informes que se han concretado en la ponencia que me acabáis de leer y he oído con verdadera emoción.
Comprendo perfectamente vuestras ansias. Son ya dieciséis años casi, desde que me nombró Regente nuestro llorado Rey Don Alfonso Carlos (q.s.g.h.) y desde que juré ante su cadáver cumplir esta tan gloriosa y difícil misión de mantener enhiesta la Bandera Carlista, nobilísima.
Entonces, en 1936, teníamos derecho a esperar que la victoria nuestra contra la revolución roja diera paso a la Regencia legítima. Los acontecimientos han sido contrarios. Vosotros, mi querido Jefe Delegado puesto por el Rey hace dieciocho años, y vosotros los miembros de la Junta, los Jefes regionales y provinciales, los Consejeros nacionales y todos los que formáis nuestros cuadros sabéis bien de los heroicos sacrificios con que me habéis asistido en este largo y duro período del interregno.
Os profeso el mayor agradecimiento y guardo en mi alma la admiración a vuestra acrisolada lealtad.
Hoy, aquí reunidos en la capital del principado, en este magnífico Congreso Eucarístico, unidos en Comunión con Nuestro Señor Sacramentado, quiero hablaros con todo el sentido de mi responsabilidad.
La autoridad soberana requiere para su ejercicio, cuanto más para su instauración, la concurrencia de la sociedad y la colaboración de sus hombres representativos.
Huérfanos los pueblos de legítima autoridad, acaban por ignorar su propio bien, cuando no lo rechazan a la manera de aquel que pedía cayera sobre sus cabezas la sangre del Justo.
La Comunión Tradicionalista, la genuina representación ideal de España, por lo mismo que cifra la salvación de nuestra sociedad en la restauración de la dinastía titular de la Monarquía legítima, tiene el claro concepto de lo que significa la proclamación del Rey; Rey de derecho. Rey de derecho no es la frívola significación de lo que el vulgo llama Pretendiente. Rey de derecho es una bandera de justicia, un programa de reivindicación, un paladín de causa noble, una promesa de salvación. Pero además es un ejemplo y una vida de hondos sacrificios, totales renunciadores, línea y camino, de padres a hijos, de servicios y trabajos.
Mientras, la victoria inicia rutas de superación de todas esas abnegaciones.
Hasta entonces Yo no paso de ser, pues que así lo pedís y así lo impone mi deber jurado, más que Rey de los Carlistas, Rey de la representación ideal de España, Rey de la Monarquía ideal.
Fijaos bien que al aceptar la Realeza de Derecho de España no hago sino radicar en Mí la suma copiosa de deberes sagrados que a mis mayores unió a esta noble nación.
Las revoluciones han borrado de las conciencias el concepto de la realeza legítima y de las obligaciones del pueblo. Sin oportunas circunstancias y preparación adecuada, una proclamación de derechos al trono puede ser inoperante cuando no contraproducente. Esa es vuestra labor. Como tarea Mía, ultimar trámites que estimo necesarios. Quedan de este modo diferenciados estos dos momentos: Mi resolución a vuestro ruego de asumir el Derecho Real vacante y el de su promulgación oficial y juramento con mi hijo, llamado a heredarme, y que ahora está impedido de concernir.
Para el mismo escribo una carta de la que haga depósito en manos de Mi Jefe Delegado, que es ya el documento auténtico de Mi acuerdo; suficiente, él sólo, para asegurar la sucesión legítima de nuestra Monarquía si durante estos trámites, no obstante que sean breves, Dios Nuestro Señor quisiera cortar mi vida que a Él, en su Divina Realeza, ofrezco en holocausto por esta Su Causa.
Con el corazón repleto de emociones que vuestra lealtad me causa, como Rey vuestro y en camino, tan penoso como sea menester, para serlo de todos los españoles, os invito a laborar sin desaliento hasta la victoria y la salvación.
Barcelona, 31 de mayo de 1952
Francisco Javier de Borbón
DISCURSO DE ACEPTACIÓN DE LA CORONA DE LAS ESPAÑAS, POR SMC DON JAVIER I DE BORBÓ.
TOMADO DEL PORTAL "AVANT" DE NUESTROS VALIENTES CARLISTAS VALENCIANOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario