viernes, 12 de octubre de 2012

El legitimismo en la esencia del carlismo: Aviso a navegantes


Bajo el título de tradicionalismo hay mucho turbio y equívoco, hasta el extremo de cobijar los que, si en su día fueron secuaces de la buena Causa, hoy andan perdidos por laberintos de liberalismo.

Sobre todo por haber olvidado que la legitimidad es la garantía del contenido ideal, algo así como el tapón precintado del vino de marca. Ya se sabe: salta el tapón y no hay quien responda del vino. Lo más natural  es que se corrompa. Carlismo, pues, de pura legitimidad, pues sin ella las ideas se corrompen. Por algo el posibilismo, que cierra los ojos a las exigencias de la legitimidad, suele ser el peor enemigo de la Causa

(Álvaro d' Ors. Revista Montejurra nº22)

“La monarquía, como una esperanza remota, porque antes hará falta un gobierno fuerte, provisional, que reconstruya el país y que establezca una constitución para que pueda venir el rey”. Es decir, que la monarquía no es salvación, sino náufrago al que se ha de salvar. Los salvadores son ellos, un gobierno cualquiera, los más acreditados del demos, una república, el mando de muchos para restablecer la vida pública. Luego, esperanza remota…, cuando ya todo está construido, se pone como remate el adorno de un rey. ¡No sirve para otra cosa! Ese es el rey del régimen democrático constitucional y los que así piensan son revolucionarios hasta la médula aunque no lo sepan

(Luis Hernando de Larramendi  ‘Cristiandad, Tradición, Realeza’)

El carlismo tuvo arraigo popular gracias a su legitimismo dinástico, de tal modo que sin este hecho difícilmente hubiera aparecido en la historia española un movimiento político semejante, aunque su principal y más profunda motivación fuera religiosa. Podríamos encontrar semejanzas con otros movimientos antirrevolucionarios como la Vendée, los tiroleses de Austria o los cristeros de México. Pero estos casos, después de haber fracasado su levantamiento militar desaparecen como movimientos políticos. El carlismo, por el contrario, reaparece en la vida política española tras varias derrotas militares y largos períodos de paz en que se afirma que ha perdido toda su virtualidad. Se explica esta diferencia por el hecho de que la defensa de los principios político y religioso está íntimamente unida con la causa dinástica. Por ello Cuadrado puede afirmar que si ésta desapareciera su presencia se refugiaría “en las regiones inofensivas del pensamiento”.
Si se tratara de encontrar el medio para que desapareciera definitivamente el carlismo de la escena política española, habría que seguir aquella política que se propone desde El Conciliador.Hacer que desaparezcan las motivaciones dinásticas y de este modo se habrá conseguido que el carlismo no represente un permanente peligro de desestabilización política”.

(José Mª Alsina Roca. El Tradicionalismo Filosófico en España)

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