domingo, 8 de abril de 2012

Feliz Pascua de Resurrección



Secuencia de Pascua de Resurrección

Victimæ Paschalis Laudes

El Misal Romano del Concilio de Trento, indicaba el canto de cuatro Secuencias a lo largo de todo el Año litúrgico: Victimæ Paschalis Laudes (Secuencia del Domingo de Pascua), Veni Sancte Spiritus (Secuencia de Pentecostés), Lauda Sion Salvatorem (Secuencia de Corpus Christi) y Dies Iræ (Secuencia en las misas de requiem). Más adelante se incorporó la Stabat Mater , en la memoria de los Dolores de la Santísima Virgen María.

La secuencia se debe cantar (o leer) inmediatamente antes del santo Evangelio correspondiente, y de aquí su nombre que significa "continuación". Recordar que hasta la última reforma litúrgica, al comenzar la lectura del Evangelio, el celebrante decía: "Secuencia (continuación) del Santo Evangelio según....

Se cree que la secuencia de Pascua ha sido compuesta alrededor de 1050 por Wipon de Burgundia, capellán de la corte de Conrado II, emperador de Sacro Imperio Romano Germánico, y de su sucesor Enrique III.

Victimae paschali laudesimmolent Christiani. Agnus redemit oves:Christus innocens Patrireconciliavit peccatores.

Mors et vita duello
conflixere mirando:
dux vitae mortuus,
regnat vivus. Dic nobis Maria,quid vidisti in via?

Sepulcrum Christi viventis,
et gloriam vidi resurgentis:

Angelicos testes,
sudarium, et vestes.

Surrexit Christus spes mea:praecedet suos in Galilaeam. Scimus Christum surrexissea mortuis vere:tu nobis, victor Rex, miserere.
Amen. Aleluya

A la Víctima pascual
consagren los cristianos las debidas alabanzas.
El Cordero redimió a las ovejas:
Cristo inocente reconcilió a los pecadores con su Padre.

La muerte y la Vida se trabaron
en imponente duelo:
El Autor de la Vida, aunque murió,
ahora reina vivo.

Dinos, María, ¿qué has visto en el camino?

Vi el sepulcro de Cristo viviente,
y la gloria del que resucitó.
Vi por testigos a los ángeles;
y vi su sudario y sus vestidos.

Resucitó Cristo, mi esperanza;
precederá en Galilea a los suyos.

Sabemos que Cristo verdaderamente
resucitó de entre los muertos:
Y por lo tanto, Tú Rey victorioso,
ten piedad de nosotros.

Amen. Aleluya.

MENSAJE URBI ET ORBI DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Domingo de Pascua, 2012

8 de abril de 2012

Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero:

«Surrexit Christus, spes mea» – «Resucitó Cristo, mi esperanza» (Secuencia pascual).

Llegue a todos vosotros la voz exultante de la Iglesia, con las palabras que el antiguo himno pone en labios de María Magdalena, la primera en encontrar en la maña de Pascua a Jesús resucitado. Ella corrió hacia los otros discípulos y, con el corazón sobrecogido, les anunció: «He visto al Señor» (Jn 20,18). También nosotros, que hemos atravesado el desierto de la Cuaresma y los días dolorosos de la Pasión, hoy abrimos las puertas al grito de victoria: «¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!».

Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que cambia la vida: el encuentro con un hombre único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad. He aquí porqué la Magdalena llama a Jesús «mi esperanza»: porque ha sido Él quien la ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal. «Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad.

Pero María Magdalena, como los otros discípulos, han tenido que ver a Jesús rechazado por los jefes del pueblo, capturado, flagelado, condenado a muerte y crucificado. Debe haber sido insoportable ver la Bondad en persona sometida a la maldad humana, la Verdad escarnecida por la mentira, la Misericordia injuriada por la venganza. Con la muerte de Jesús, parecía fracasar la esperanza de cuantos confiaron en Él. Pero aquella fe nunca dejó de faltar completamente: sobre todo en el corazón de la Virgen María, la madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza también en la oscuridad de la noche. En este mundo, la esperanza no puede dejar de hacer cuentas con la dureza del mal. No es solamente el muro de la muerte lo que la obstaculiza, sino más aún las puntas aguzadas de la envidia y el orgullo, de la mentira y de la violencia. Jesús ha pasado por esta trama mortal, para abrirnos el paso hacia el reino de la vida. Hubo un momento en el que Jesús aparecía derrotado: las tinieblas habían invadido la tierra, el silencio de Dios era total, la esperanza una palabra que ya parecía vana.

Y he aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra el sepulcro vacío. Después, Jesús se manifiesta a la Magdalena, a las otras mujeres, a los discípulos. La fe renace más viva y más fuerte que nunca, ya invencible, porque fundada en una experiencia decisiva: «Lucharon vida y muerte / en singular batalla, / y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta». Las señales de la resurrección testimonian la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la misericordia sobre la venganza: «Mi Señor glorioso, / la tumba abandonada, / los ángeles testigos, / sudarios y mortaja».

Queridos hermanos y hermanas: si Jesús ha resucitado, entonces – y sólo entonces – ha ocurrido algo realmente nuevo, que cambia la condición del hombre y del mundo. Entonces Él, Jesús, es alguien del que podemos fiarnos de modo absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente en Él, porque el resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy, vivo. Cristo es esperanza y consuelo de modo particular para las comunidades cristianas que más pruebas padecen a causa de la fe, por discriminaciones y persecuciones. Y está presente como fuerza de esperanza a través de su Iglesia, cercano a cada situación humana de sufrimiento e injusticia.

Que Cristo resucitado otorgue esperanza a Oriente Próximo, para que todos los componentes étnicos, culturales y religiosos de esa Región colaboren en favor del bien común y el respeto de los derechos humanos. En particular, que en Siria cese el derramamiento de sangre y se emprenda sin demora la vía del respeto, del diálogo y de la reconciliación, como auspicia también la comunidad internacional. Y que los numerosos prófugos provenientes de ese país y necesitados de asistencia humanitaria, encuentren la acogida y solidaridad que alivien sus penosos sufrimientos. Que la victoria pascual aliente al pueblo iraquí a no escatimar ningún esfuerzo para avanzar en el camino de la estabilidad y del desarrollo. Y, en Tierra Santa, que israelíes y palestinos reemprendan el proceso de paz.

Que el Señor, vencedor del mal y de la muerte, sustente a las comunidades cristianas del Continente africano, las dé esperanza para afrontar las dificultades y las haga agentes de paz y artífices del desarrollo de las sociedades a las que pertenecen.

Que Jesús resucitado reconforte a las poblaciones del Cuerno de África y favorezca su reconciliación; que ayude a la Región de los Grandes Lagos, a Sudán y Sudán del Sur, concediendo a sus respectivos habitantes la fuerza del perdón. Y que a Malí, que atraviesa un momento político delicado, Cristo glorioso le dé paz y estabilidad. Que a Nigeria, teatro en los últimos tiempos de sangrientos atentados terroristas, la alegría pascual le infunda las energías necesarias para recomenzar a construir una sociedad pacífica y respetuosa de la libertad religiosa de todos sus ciudadanos.

Feliz Pascua a todos.

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