El "centro político", gran sueño del demo-cristianismo, es una ilusión que puede mantener la sombra de una realidad sólo con tal de que la derecha y la izquierda se neutralizen el uno por el otro. Cuando el radicalismo de la derecha, el nazismo, se apoderó de Alemania en 1932, el partido demo-cristiano, el famoso Zentrum votó en el parlamento alemán, Das Reichstag, en favor de su propia desaparición. Cuando el radicalismo de la izquierda estaba aterrorizando España, las masas de Gil Robles ("¡Estos son mis poderes!") abandonaron la CEDA para incorporarse al Requeté, a la Falange, o al Ejército. Como tales demo-cristianos no lucharon. Los seguidores de Luigi Sturzo, fundador del partido demo-cristiano en Italia, eran incapaces de enfrentarse ni con el marxismo, ni con el fascismo. Como veremos más tarde, hoy en día en Italia, la crisis perpetua del partido demo-cristiano se debe a que una minoría tiende a desaparecer en la derecha liberal, mientras que una mayoría se inclina hacia el socialismo.
Presumiendo de ser un "centro", el demo-cristianismo tiene que darse cuenta de que cualquier "centro" tiene sentido solamente a la luz de sus extremos.Un "centro" político, como tal, carece de personalidad propia. Es un punto medio hecho posible por una oposición dentro de un cuadro aceptado por los dos polos de la oposición; concretamente, el cuadro de la lucha de los partidos. Si aquella lucha desapareciese, también desaparecería el "centro". Por todo esto, se puede ver fácilmente que el demo-cristianismo sólo tiene futuro hasta que la oposición entre derecha e izquierda haya desaparecido. La conclusión es inevitable para cualquier hombre que desee un orden social cristiano. El demo-cristianismo puede seguir existiendo sólo con tal de que un orden cristiano no tenga existencia real, sólo con tal que el caos de las derechas y de las izquierdas siga en pie. Lógicamente, el demo-cristianismo tendrá que desaparecer o en el liberalismo derechista, rechazando así su doctrina social católica, o en el socialismo, negando su catolicismo. Si quieren mantener su énfasis sobre la justicia social, así como su fidelidad a la fe, los demo-cristianos tienen que buscar no solamente una nueva doctrina política, sino un ambiente político igualmente nuevo, un ambiente que deje atrás el círculo vicioso de la lucha de los partidos producido por el liberalismo y su propia respuesta: el marxismo. No queda otra solución. Aunque aquí no queremos detenernos en un ánalisis de este ambiente nuevo, el lector puede ver claramente que tal ambiente se identificaría con la sociedad predicada por todos los Papas, desde León XIII hasta Juan XXIII, a través de sus encíclicas sociales, la sociedad defendida y afirmada por lo que aquí en España se llama, simplemente, la Tradición o el Carlismo y lo que se llama en todo el occidente la cristiandad clásica de nuestra herencia católica.
Federeico D. Wilhelmsen. El problema de occidente y los cristianos
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