Desde que los librepensadores del siglo XIX empezaron a rechazar los sacramentos y los auxilios espirituales, se crearon los registros civiles. No todos los librepensadores eran ateos, pero muchos de ellos no querían tratos con la Iglesia, porque, decían, en una expresión algo contradictoria, creer en Dios pero no en los curas. Los más puros decían no creer en nada y se enfrentaban a preguntas encantadoras de sus hijos: "Papá, ¿Dios sabe que no creemos en Él?" Ante situaciones reales las autoridades civiles buscan salida y, como digo, se crearon registros civiles municipales en el decenio de 1830, que pasaron, si no recuerdo mal, en 1870 a los juzgados. Se registraban nacimientos, matrimonios y defunciones que, con anterioridad, sólo constaban en los registros parroquiales creados en el siglo XV. Era suficiente. Quienes no quisieran bautizar a sus hijos, no casarse por la Iglesia o morir ateos contaban con su reflejo documental.
Para los demás sacramentos no hacía falta registro. Los prohombres, aunque fueran librepensadores, del siglo XIX tenían un acusado sentido del ridículo y no se les pasó por la cabeza, ni se lo demandó nadie, ampliar los libros de registro a los siete sacramentos, no por respeto a la Iglesia sino porque no hacían falta. El poder civil puede quitarle el sentido de lo sagrado a ciertas ceremonias tradicionales de la vida, pero no puede crear sacramentos laicos y civiles simplemente porque es una ridiculez, una contradicción y un imposible. Durante la Segunda República se perdió un poco el sentido de la dignidad civil y se hicieron ceremonias para tirar las tapias separadoras de los cementerios católicos y civiles, que, en muchos casos, no existían, sino una calle, un camino dentro del cementerio. Se construyeron tapias a la carrera para que al día siguiente fuera la autoridad civil a derribarlas todavía con la mezcla fresca.
Con los cementerios había una doctrina: todos los muertos son iguales; pero, ¿se sabe para qué sirve un bautismo o una primera comunión civiles si no es para no renunciar a la fiesta? Unos amigos míos de los tiempos perdidos de la progresía no querían bautizar a sus hijos ni que hicieran la primera comunión hasta que ellos de mayores decidieran qué hacer. Con el bautismo no tuvieron problema porque un recién nacido no lo pide, pero con la primera comunión sí. Como estaba claro que la niña en cuestión no quería ser distinta de sus compañeras, vestirse con traje de ceremonia y dar una fiesta, le compraron un traje bonito, invitaron a sus amigos a la fiesta de la 'no primera comunión' y le hicieron regalos. Quedó muy contenta. Todas las extravagancias que los políticos hagan para agraviar a los creyentes les quitará crédito y los pondrá en ridículo, porque el sentido de lo sagrado es tan natural en el hombre que ningún régimen ha podido desterrarlo.
Francisco Bejarano|Diario de Jerez
Para los demás sacramentos no hacía falta registro. Los prohombres, aunque fueran librepensadores, del siglo XIX tenían un acusado sentido del ridículo y no se les pasó por la cabeza, ni se lo demandó nadie, ampliar los libros de registro a los siete sacramentos, no por respeto a la Iglesia sino porque no hacían falta. El poder civil puede quitarle el sentido de lo sagrado a ciertas ceremonias tradicionales de la vida, pero no puede crear sacramentos laicos y civiles simplemente porque es una ridiculez, una contradicción y un imposible. Durante la Segunda República se perdió un poco el sentido de la dignidad civil y se hicieron ceremonias para tirar las tapias separadoras de los cementerios católicos y civiles, que, en muchos casos, no existían, sino una calle, un camino dentro del cementerio. Se construyeron tapias a la carrera para que al día siguiente fuera la autoridad civil a derribarlas todavía con la mezcla fresca.
Con los cementerios había una doctrina: todos los muertos son iguales; pero, ¿se sabe para qué sirve un bautismo o una primera comunión civiles si no es para no renunciar a la fiesta? Unos amigos míos de los tiempos perdidos de la progresía no querían bautizar a sus hijos ni que hicieran la primera comunión hasta que ellos de mayores decidieran qué hacer. Con el bautismo no tuvieron problema porque un recién nacido no lo pide, pero con la primera comunión sí. Como estaba claro que la niña en cuestión no quería ser distinta de sus compañeras, vestirse con traje de ceremonia y dar una fiesta, le compraron un traje bonito, invitaron a sus amigos a la fiesta de la 'no primera comunión' y le hicieron regalos. Quedó muy contenta. Todas las extravagancias que los políticos hagan para agraviar a los creyentes les quitará crédito y los pondrá en ridículo, porque el sentido de lo sagrado es tan natural en el hombre que ningún régimen ha podido desterrarlo.
Francisco Bejarano|Diario de Jerez
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