jueves, 15 de diciembre de 2011

La sordera moral respecto al aborto es hoy en día la ley educativa de Occidente


La desaparición de la piedad es una noticia que supera la crisis del euro y cualquiera otra noticia. Una chica de dieciséis años ha abortado, esto es, se ha liberado, aniquilándola, de una criatura humana concebida en su seno, después y a causa de una campaña orquestada con las mejores intenciones por sus padres en nombre de un valor social sordo a cualquier rémora de tipo ético (de buenas intenciones está empedrado… etcétera). Padre y madre han pedido también una orden judicial para obligarla a abortar, sin obtenerla por el momento, y llegando al mismo objetivo mediante la persuasión y conduciendo de la mano al patíbulo de la vida a una niña recalcitrante. En tiempo litúrgico, como dirían los católicos y como dice la tradición cristiana, de Adviento. La historia la ha explicado Cinzia Sasso, periodista de la Repubblica y first lady de la Milán progresista y acomodada. Es una maldita y simple historia.
El sexo de los adolescentes, protegido o no protegido desde el punto de vista sanitario y conceptivo, es un dato de hecho aceptado y finalmente protegido en un amigable rechazo de las inhibiciones por parte de las familias, de la mayoría de los profesores, de las amigas o amigas mayores y de cualquier otra pálida autoridad superviviente. Si tienes dieciséis años, si eres inquieta y estás enamorada o simplemente eres aventurera y decidida, y los sentimientos o las pulsiones te ordenan seguir sin demasiados problemas las tormentas hormonales de tu edad, entonces la máxima sugerencia cautelar que la escuela, la familia o el estado sanitario te ofrecen es el de garantizarte un preservativo […]. Pero las consecuencias del amor no prevén el laico y fatalista «haz lo que debas hacer y que pase lo que daba pasar», y menos aún el agustiniano «ama (dilige) y haz lo que quieras»; no, la regla ética moderna y despiadada dice que estás autorizado a hacer lo que quieras, porque eres un sujeto libre, siempre que evites el riesgo de las consecuencias de aquello que haces, incluso si entre las consecuencias se encuentra la vida humana inocente de un ser concebido para la libertad de nacer y de existir. Ésta es la atroz lección transmitida a la chiquilla.
La sordera moral respecto al aborto es hoy en día la ley educativa de Occidente […]. Lo es hasta el punto que el tribunal familiar llama en su ayuda al tribunal civil, porque la cultura prevaleciente es la de Obama, que llama “incidente” y “riesgo” al hipotético embarazo de una de sus hijas, es la hoy en día difundida en las consideraciones de los hombres y mujeres comunes: las chicas y los chicos deben ser comprendidos, apoyados y educados según los principios de crítica y deconstrucción de toda posible autoridad o prohibición, pero entre tanto libertarismo surge la idea de que deben ser obligados a defenderse de la agresión de una criatura nueva, del evento patológico del parto, criatura y parto que finalmente, apoyándose en la ley, es totalmente lícito impedir en nombre de una vida que sería golpeada y devastada por una maternidad precoz. Como si la interrupción precoz de la maternidad no fuese una devastación de conciencia y de espíritu infinitamente superior a cualquier síndrome post parto. Como si no contase nada, y no cuenta nada, el respeto hacia el tercero incómodo, hacia el embrión formado, único e irrepetible destinado a sucumbir por el peso de una toma de posición ideológica o sociológica.
Incluso los hombres de iglesia se sienten obligados a sociologizar el problema, a presentarse, como el director del periódico católico [Avvenire] llamado a comentar la historia, «entristecido» por un aborto que no se puede aceptar, pero lleno de comprensión por las ansias de los padres y por la situación en la que se ha encontrada la muchachita. La comprensión para quien puede decidir desde su posición de fortaleza la existencia del débil es sólo la otra cara del trato despiadado infligido a la víctima de una inversión de todos los valores de la vida y del amor. Que no me molesten más estos católicos comprensivos con su querido tema del amor y la solidaridad. Quédense con esas palabras falsamente religiosas y déjenme una laica y sagrada piedad.
Giuliano Ferrara|Il Foglio

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