No ha de admitirse que sea el individuo suelto, disgregado, el punto de arranque de la sociedad, porque el individuo es ser sociable, pero no social, hasta que no se asocie, constituyendo la familia. No es el individuo, sino la familia la primera célula social. Es la familia la que contrae las primeras obligaciones, los primeros deberes; por eso le corresponden derechos. El individuo solo no es nada, y de la nada, nada sale. No es concebible el hombre aislado, y en cuanto, por inclinación o por necesidad, abandona su aislamiento, ya es ser social, porque de algún modo se ha asociado, al relacionarse, y toda relación es referencia, trato, enlace, concordancia. La sociedad, por tanto, la Nación ha de fundamentarse sobre núcleos vivos y efectivos, que son los núcleos sociales, los que, con acción social, deben y pueden influir y actuar en su propia atmósfera, en la sociedad nacional.
El voto aislado, el voto suelto, el voto universal inorgánico es contrario a la naturaleza del hombre pensante, porque se deja en cierto modo a la casualidad, a lo que salga; el voto corporativo, por gremios, por profesiones, por clases, por organismos, que tienen, cada uno, su ser y su razón de ser, su interés, su aspiración, es un voto lógico y consciente, además de ser natural, porque resulta conforme con la naturaleza de la sociedad, que es un conjunto de grupos sociales, con causas y efectos propios.
Tomado de: Melchor Ferrer. Historia del tradicionalismo español. Tomo 1
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