miércoles, 15 de junio de 2011

Antifascismo carlista en los años 1930

Martin Blinkhorn [Carlismo y contrarrevolución en España. 1931-1939, Barcelona, Ed. Crítica, 1979].

El Carlismo, incluso durante la etapa integrista, siempre se caracterizó por un rechazo del estatalismo centralista, del autoritarismo burocrático, del racismo y del aparato coercitivo propios del totalitarismo:

A diferencia de la izquierda española e incluso de gran parte de la derecha, los carlistas eran extremadamente cuidadosos en la aplicación del término «fascismo».  Mientras (…) los derechistas como Calvo Sotelo, Goicochea y los portavoces de las JAP admitían con indiferencia que se les aplicase, los carlistas se negaron firmemente a aceptar la etiqueta (…) Dentro del ancho y variado espectro de la política de la derecha, el fascismo se distinguía de todas las formas de corporativismo católico por un secularismo y sobre todo por su adoración «hegeliana» del Estado todopoderoso, idea que los carlistas rechazaban considerándola una especie de desviación socialista [p. 234]. El Pensamiento Navarro (…) calificaba al neopaganismo nazi de cómplice del ateísmo soviético en un ataque envolvente a la cristiandad católica. Los carlistas de ningún modo aprobaban el racismo nazi, al que condenaban categóricamente como blasfemia. Emilio Ruiz Muñoz (…) indicaba que nadie más que un lunático podría creerse miembro de una raza superior y que lo único que se probaba en los escritos racistas era la inferioridad de los supuestos intelectuales responsables de ellos [p. 237]. En 1933 se empezó a tomar en serio al «fascismo español» y los carlistas lo atacaron en seguida como una innecesaria importación extranjera, además doctrinalmente dudosa [p. 238]. Tan inquietante debía parecer, que tanto Fernando Contreras como Marcelino Oreja concluían que sería difícil escoger entre vivir bajo el fascismo o bajo el comunismo, ya que ambos sistemas eran igualmente despóticos [p. 239] Allí donde el carlismo defendía la delegación de poderes, el fascismo se proponía la «totemización» del Estado y la absorción de las corporaciones, de las regiones y de los individuos [p. 240] Si, por otro lado, se toma el término «fascismo» refiriéndolo a una forma específica de organización nacionalista, antiliberal y antisocialista, caracterizada sobre todo por una inclinación hacia la centralización del poder, la glorificación del Estado y la probable dictadura de un líder carismático, entonces las negativas carlistas estaban plenamente justificadas [p. 251].

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