Es imposible que un pueblo pueda desarrollarse en lo económico, si en él surgen tensiones sociales fuertes. Es también imposible que pueda avanzar con soltura en actividades productivas competitivas, la nación que ofrezca una población cada vez más envejecida. He aquí que sobre ambas cuestiones se ha pronunciado, en su reciente viaje a España Benedicto XVI. La oportunidad de leer sus palabras desde el marco de la economía parece bastante necesario.
En primer lugar, en el vuelo hacia España, después de elogiar que «el renacimiento del catolicismo en la época moderna se produjo, sobre todo, gracias a España», con figuras como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús y San Juan de Ávila, agregó: «Pero también es verdad que en España nacieron una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo, como pudimos ver en los años treinta. Esta disputa, más aun este enfrentamiento ha vuelto a reproducirse de nuevo en la España actual».
Entonces, a partir de 1931 —recordemos la expulsión de los jesuitas por un Azaña que rechazó, como prueba en su «Diario» la mano tendida por Angel Herrera para impedirlo, y no digamos la quema de iglesias y conventos— se provocó una tensión social muy fuerte que se encuentra entre las causas, no sólo de la caída de la peseta, sino de las inversiones. Basta recordar lo que precisamente sobre enlaces entre tensión social e inversión había señalado para siempre Flores de Lemus en su artículo «Cambio y precios» publicado en «Revista Nacional de Economía», marzo-abril 1929. O, en otro sentido, tengamos presente la fuga de capitales que provocó la política anticlerical francesa sobre todo tras la aparición de valoraciones de los bienes de las congregaciones religiosas francesas en el «Bulletin hebdomaire des travaux de la Maçonnerie en France», de 29 de abril de 1898. La imitación actual de lo sucedido en Francia, que tan bien le vino a España al recibir fondos que hubieran de otro modo permanecido en el país vecino, resalta si se lee el apartado «L’ assaut contre l’ Église et l’ armée», en el volumen III del libro espléndido de Pierre Chevallier, «Histoire de la Franc-Maçonnerie française» (Fayard, 1975). El PIB español por habitante, en declive desde 1929, acompaña a estas tensiones. Generar un enfrentamiento agresivo por motivos laicistas en un país católico, por fuerza hace repetir lo que ya experimentamos hace casi setenta años, y como corolario, facilitar la salida de capitales de España y dificultar la llegada de fondos foráneos, lo que complica las posibilidades de salida de la crisis de un país altamente endeudado en el exterior como está hoy España.
El segundo mensaje tuvo lugar en la consagración de la Basílica de la Sagrada Familia en Barcelona. Planteó Benedicto XVI la necesidad de ampliar nuestro Estado de Bienestar y de favorecer la natalidad. Estas fueron sus palabras: «No podemos contentarnos con esos progresos —los que se contemplan en los ámbitos técnicos, sociales y culturales—. Junto a ellos deben estar siempre los progresos morales como la atención, protección y ayuda a la familia... Por eso la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente».
No es preciso insistir. Antonio de Mendoza Casas, en su artículo publicado en «Verbo», enero-febrero 2010, «Futuro demográfico de España y de la Iglesia en España» había advertido, con un cálculo realmente bien hecho, que el número de mujeres en edad fértil, esto es capaces de procrear, descendía de 7.669.800 en 1980 a 3.163.793 en 2010. Alejandro Macarrón Larumbe, en su artículo «Una economía con plomo demográfico en las alas», señaló en «Expansión», 26 de abril de 2010, como en «el segmento de edad de 25 a 35 años, de vital importancia para la productividad de las empresas, el consumo o la compra de viviendas hay un 15% menos de españoles que en el año 2000 y cada año, hasta 2020, habrá de media un 3% menos que el año anterior. No serán ellos quienes impulsen de nuevo el crecimiento o la recuperación del mercado de la vivienda en España». La política seguida, sobre todo últimamente, fomentará esto. Desde el Estado de Bienestar a la productividad, o sea, todo el entramado socioeconómico español, está en peligro.
No escuchar la palabra de Benedicto XVI, también desde el punto de vista de la Economía será, sencillamente, irresponsable.
Juan Velarde Fuertes|ABC
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