“Todo poder personal suele adornar sus Instituciones con gotitas de discrepancia. La objeción es una droga espabilante que agradecen en pequeñas dosis los políticos y toleran, en grandes dosis, los filósofos. [...] La Dictadura [de Primo de Rivera] había nombrado consejero de Estado, a Largo Caballero, socialista casi leninista: que se oponía radicalmente a todos los actos de la Dictadura, menos -claro está- a su nombramiento. Por su parte los radicales de Lerroux albergaban en el seno del partido a un cura gallego, cojo y tempestuoso, que se llamaba Basilio Álvarez.
Éste conservaba bajo su aparcamiento político de republicano radical un último fondo inexpugnable de fe celtibérica. [...] Don Basilio no había sido privado de sus licencias eclesiásticas: y decía Misa todas las mañanas, a menudo después de una noche tormentosa y florecida por los siete pecados capitales. Le pinchaba Guerra del Río:
-¿Cómo nos vas a hacer creer, Basilio, que cuando tú dices unas palabras misteriosas en el altar, Dios te obedece y baja al Pan y al Vino?
Don Basilio dio un puñetazo en el velador, haciendo temblar tazas y cucharillas, y contestó con violenta seguridad:
-¡Pues se fastidia, y baja!
No hay comentarios:
Publicar un comentario