El historiador marxista Ramos Oliveira concreta mucho más la identidad de España: asegura que dicho país es menos individualista que comunitario. Este es el caso de numerosos pueblos. Pero la comunidad a la cual cada español se siente ligado es una comunidad original, natural; no es la de los Estados, ni la de las administraciones o de los poderes públicos. Entre estos dos tipos de comunidad se organiza el gran debate español, del cual el carlismo representa una de sus formas paroxísticas, al igual que el anarquismo.
Los españoles antes que someterse a la idea nacional prefieren obedecer a las ideas generales. La Reforma protestante vino a estrellarse contra el reducto ibérico, desde donde se lanzó , a continuación la Contrarreforma. Este rasgo es muy significativo: ¿No es cierto que un reflejo elemental, quizás apenas consciente, daba preferencia a la unidad de la comunidad natural, que era la del Catolicismo, frente a los gérmenes de comunidades nacionales, y por lo tanto artificiales y posteriores que la Reforma traía consigo?
En estos pueblos de España está enraizada la convicción de la justicia humana, espontánea, natural, afectiva y generosa, que aventaja a las frías máquinas jurídicas y a las leyes escritas. Entre el aparato técnico y burocrático de la justicia de los Estados y la equidad natural a todo ser humano, la elección de España es inmediata y constante: las reglas del corazón anulan las de la razón.
Ese campesinado que ve en el Rey Legítimo y la institución monárquica tradicional la misión de gobierno, coincidente con la del pastor, encargado, no tanto de distribuir órdenes o sanciones, como de hacer reinar la concordia, expresado entonces por el principio de subsidiaridad. Una Corona capaz de vertebrar la diversidad de los Pueblos de España, mediante la Confederación de Reinos, Señoríos y Principados Hispánicos con escrupuloso respeto del significado de las diversas Nacionalidades Históricas Ibéricas, sus lenguas españolas, sus variantes dialectales, sus Cortes y Fueros particulares, que consolidan el autogobierno jurado por el Rey Legítimo.
El clero de España desarrolló en los siglos XVI y XVII, y aún en el siglo XVIII, una crítica tosca y violenta, contra el capitalismo. Este clero, tanto en el reinado de Felipe II como en el de Carlos III, es muy numeroso: no hay una sola escena de la vida española por donde no pase la figura negra y polvorienta de un cura, o la capucha de un fraile mendicante -franciscano, dominico o capuchino. Los conventos viven en simbiosis con el país que les rodea. Los curas aman y comprenden al pueblo insignificante. Comparten sus esperanzas y sus penas, y también sus rebeldías, de la misma manera que los humildes están ligados a la Iglesia militante. Estas íntimas relaciones perduran incluso durante uno de los episodios más dolorosos de la historia de España, la época de la Inquisición; incluso se fortalecen más. No es por casualidad que la cólera de los inquisidores se cierne sobre cualquier hereje sin importar su rango social, y nivel adquisitivo.
Así, en el seno de este pueblo ascético e indefenso, apasionadamente comunitario y rebelde a toda organización autoritaria o estatal, los frailes y monjes proponen una especie de modelo ideal, casi utópico, de sociedad, hablando de "democracia frailuna", expresión que se emplea para designar la democracia por la que se rigen los monjes. El historiador inglés Eric J. Hobsbawn reproduce estas palabras recogidas de un viejo aragonés cuyo hijo era fraile en un convento: "Son comunistas, sabe usted. Todo lo poseen en común y cada uno toma lo que necesita para vivir". No es de extrañar que los frailes y sacerdotes hayan comprendido durante largo tiempo y además sostenido las luchas de esta población en medio de la cual se desenvolvían.
Sin embargo, se operan algunos cambios en las estructuras, asistiendo a brotes de industrialización, y un fenómeno capital: la venta de los bienes de la Iglesia y de los municipios gracias a dos leyes promulgadas en 1837 y en 1855, eran las leyes de la "desamortización". Estas ventas provocaron efectos desastrosos en el equilibrio económico, sobre todo en Andalucía, Navarra, País Vasco y Catalunya, núcleos importantes de las rebeliones anarquista y carlista respectivamente, territorios forales donde se había concretado históricamente la propiedad minifundista, pequeña propiedad campesina, y las tierras comunales de los municipios, sustento y forma de vida campesina que fue violentada por la revolución liberal burguesa al hacer desaparecer las instituciones populares de Antiguo Régimen, instituciones que imposibilitaban la creación y vertebración de un mercado nacional, que necesitaban los liberales burgueses por la pérdida colonial de ultramar. Esa burguesía colonial, pasaría de ser amiga a enemiga de la institución monárquica, y sólo pactará con ella cuando esa institución le consienta desamortizar los bienes y tierras de manos muertas. Con ello la clase campesina y jornalera se pondrán de parte del carlismo y posteriormente del anarquismo. El campesinado empobrecido por las medidas desamortizadoras formará parte del voluntariado carlista en las tres guerras. El jornalero quien jamás había alcanzado un nivel socio-económico semejante al campesino carlista, ante la llegada de la desamortización revolucionaria liberal burguesa, protestó en muchos casos combatiendo junto a los carlistas, porque eran gentes con hambre de tierras, sin embargo ese jornalero iría avanzando hacia el anarquismo en el sentido en que este le aseguraba, conseguiría tierras que cultivar y trabajar para su autosustento y autosuficiencia.
El campesinado carlista vinculado a los fueros protesta contra la revolución liberal burguesa porque esta impone la desamortización que beneficia a los grandes propietarios y a la burguesía y oligarquía terrateniente, y perjudica sobremanera la histórica propiedad minifundista y pequeña propiedad, así como el comunal de los municipios. Por ello en las filas carlistas habrán numerosos campesinos empobrecidos por la revolución liberal burguesa. En Andalucía, los jornaleros no se habían percatado de lo que significaba el triunfo de la revolución liberal burguesa, aunque algunos también formarían parte de las filas voluntarias de Don Carlos, por las promesas carlistas del reparto equitativo de tierras y de llevar a cabo un proyecto de reforma agraria semejante al minifundismo agrícola del que habían disfrutado los habitantes vasco-navarros desde tiempos inmemoriales con arreglo a sus distintos Fueros.
La burguesía luchará contra el campesinado carlista y posteriormente contra los jornaleros anarquistas, estos últimos poco satisfechos por el escaso rendimiento de lo que significaba la presencia jornalera dentro del carlismo, debido a la ineptitud de ciertos dirigentes carlistas que procuraban otros objetivos distintos a los legítimos derechos del pueblo y masa campesina y jornalera. No obstante la burguesía lucharía contra los carlistas y los anarquistas, en nombre de la libertad, el individualismo y los intereses económico-financieros-capitalistas, dando un golpe de estado, derribando la monarquía tradicional, y aupando otra, liberal-capitalista, antipopular y antitradicional. La casta oligarquico-burguesa que se forma gracias a la desamortización de la revolución liberal burguesa aupa y defiende el trono de Isabel "II" y sus descendientes a sangre y fuego; la institución monárquica se convertirá en instrumento de la clase dominante. Sin embargo, el carlismo pretendía formar una clase media de pequeños propietarios agrícolas y de defensores del comunal de los municipios que apoyaran el trono legítimo de Don Carlos de Borbón, Carlos V de las Españas y sus descendientes.
La burguesía lucha contra ellos, contra los campesinos, los llama despectivamente, reaccionarios, sin embargo, al comienzo de la revolución liberal burguesa no dudó en utilizar el descontento de la masa campesina para con las estructuras e instituciones de antiguo régimen, y utilizarlas como ariete, para su propio provecho. El descontento campesino para con las instituciones de antiguo régimen viene formulado por la crisis agraria, y las contribuciones para la guerra de independencia Norte-americana. Las reformas agrarias de los ministros ilustrados dio comienzo a las primeras desamortizaciones, criticadas por los campesinos y por la Iglesia, dentro de la cual los Jesuitas fueron máximo exponente, ganándose el destierro ilustrado de manos de Carlos III de España, por la política procolonial y proburguesa. Reformas que con los liberales llegarían más lejos, pues se acusaría que las tierras de la Iglesia eran de manos muertas e improductivas, cuando servían para la atosuficiencia y autogestión de hospitales, leproserías, hospicios y horfanatos, para el sustento de los curas y de la Iglesia en general. La venta de los bienes de la Iglesia y del comunal de los municipios al mejor postor, aunó intereses legítimos de curas y campesinos, quienes se sumaron al carlismo. Los principios cristianos de la Iglesia Católica y sus fieles hijos campesinos iban de la mano contra la opresión oligarquico-liberal-burguesa que imponía el capitalismo como modelo económico en España. La actitud de la Iglesia Jerárquica que se puso de parte del trono de Isabel "II" y su casta caciquil, puso de rodillas a la Iglesia Católica al permitir la usurpación conservadora de los bienes de la Iglesia, a cambio de los sucesivos Concordatos y parte del presupuesto del Estado. La jerarquía consentía venderse a la fuerza capitalista a cambio de unas rentas burguesas, de forma que la Iglesia Católica o mejor dicho gran parte de sus dirigentes jerarquicos se ponían de parte de los poderosos, dejando de lado al débil, a los que sufren.
La desamortización, es decir, la venta de los bienes de la Iglesia y de las municipalidades, trastornará la existencia de los campesinos, porque estos traspasos de propiedad son lentos en esa parte del país.
La tierra, reconquistada a los moros tardíamente, fue distribuida ampliamente por los reyes de Castilla a las órdenes militares y a las comunidades. Las leyes de desamortización conceden extensiones de tierra mucho más vastas en Andalucía que en Navarra o en Asturias por ejemplo, regiones en las cuales se había formado, desde hacía tiempo, una población de pequeños propietarios campesinos, sus descendientes herederos serían los carlistas.
Debemos hacer un esfuerzo de imaginación si queremos comprender la transacción económica y psicológica que traen consigo las ventas de los bienes comunales.
Juega un gran papel en la insurrección andaluza de Loja, de 1861, Pérez del Álamo, quien nos ha dejado al final de su vida un testimonio de estos hechos; nos habla de las tierras comunales que aún existían en su pueblo cuando tenía dieciséis años:
"Los pobres podían sembrarlas. Se ocupaban de los bosques y de la leña. Podían cazar perdices, liebres y cualquier otro tipo de caza. De tal manera que, si bien eran pobres, no sabían lo que era el hambre. Hoy, todas estas tierras no son más que dominios privados y el pobre que no tiene trabajo muere de hambre y si se hace con algo que no le pertenece, va a la carcel o es asesinado de un tiro por el nuevo rico propietario."
Los campesinos perdían en el cambio que significaba la incorporación del nuevo régimen liberal burgués nacido de la ilustración y del liberalismo revolucionario. Los nuevos propietarios ejercían sus derechos con más vigilancia y más dureza que sus predecesores, simplemente se lo creían más, se creían nobles y aristócratas, ese era el pecado del nuevo rico. Aparecen los guardias jurados al servicio de los propietarios. Al mismo tiempo, el Estado liberal burgués crea el cuerpo de la guardia civil con la misión de hacer respetar e imponer el orden en los pueblos y villas carlistas.
Los guardias civiles acompañarán de ahora en adelante y hasta nuestros días toda la vida política española. Su silueta está íntimamente ligada al horizonte del país. Patrullan en parejas por todas las carreteras y caminos del país, a pie o a caballo, y su eficacia se vuelve legendaria. Establecidos en cada pueblo, viven al margen de la población, reclutados siempre en provincias distintas de aquella en la que actúan, jugarán un papel destacado en la lucha que el poder lleva a cabo contra los carlistas, anarquistas y contra otros movimientos revolucionarios.
Desde este momento los campesinos sueñan con el reparto, una nueva desamortización contra los conservadores de los bienes usurpados a la Iglesia y a los campesinos. Los carlistas consideraran un insulto que se les denomine conservadores, ellos jamás conservarán bienes robados. Entre 1845 y 1850 empieza a difundirse la palabra socialismo. El reparto de tierras no representa simplemente una apropiación colectivista de las tierras, sino además el acceso al estatuto de los pequeños propietarios. Así la ilusión socialista embarcada dentro del tradicionalismo carlista alimentará las esperanzas de los humildes y de los oprimidos y al mismo tiempo hará brotar el terror en los nuevos ricos, en los ladrones conservadores, en los propietarios.
La desamortización tiene otras consecuencias; la Iglesia Católica se transformará en la Iglesia de los ricos, de los poderosos, en la Iglesia del poder. Por el concordato firmado en 1851, abandona sus bienes y pretensiones legitimistas a cambio de un modesto sueldo que el Estado liberal burgués garantiza a los sacerdotes. He aquí cómo la Iglesia se convierte en la Iglesia del Estado, al servicio de la patronal liberal-oligárquica-burguesa, y aunque su vanguardia y sus bases entre los que estaban y estan los carlistas tengan, tengamos, valores y principios dignos, cristianos y legítimos para llevar a cabo el ser caritativo, cristiano y evangelico de la religión, por otra parte la Iglesia deja de ser una institución independiente, y por tanto crítica contra el poder establecido. Desde el carlismo se denunciaría este hecho, al observar a la jerarquía de la Iglesia Católica del lado del trono de Isabel"II", y en contra de Don Carlos de Borbón y la Causa Carlista. Esa connivencia entre patronal e Iglesia Jerárquica la han sabido señalar y denunciar por otra parte las huestes izquierdistas revolucionarias y ateas, sin que esto signifique pretender estar de acuerdo con las acciones de estos izquierdistas anticlericales. El anticlericalismo es el resultado de la dejadez de la Iglesia Jerárquica por la Causa del débil, del humilde, es el resultado de la alianza y connivencia entre patronal y jerarquía eclesiastica, esta última pretendía justificar lo injustificable, legitimar a aquellos que les habían robado, a cambio de unas rentas miserables.
El carlismo tradicionalmente cristiano denunciaría estos hechos desde el primer momento, al vislumbrar la falta de apoyos jerarquicos de la Iglesia Católica con respecto a la Causa Carlista, sin embargo a causa de los ataques de las huestes anticlericales, encontraremos a los carlistas en el denominado bando nacional, por defender la Fe Cristiana Católica para las Españas, cuando precisamente quienes se encontraban en aquel bando históricamente, habían sido sus opresores, los verdugos del carlismo.
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