jueves, 23 de febrero de 2012

Los abertzales tienen miedo, ahora sabemos por qué odian


Llevábamos unas semanas sorprendidos por la extrema sensibilidad de los batasunos y limítrofes a todo lo que se refiriese al vascuence. No era lo de siempre, el insulto y la agresión contra cualquier idea que no aceptase el dogma nacionalista de una lengua que no es la común de estas provincias convertida en símbolo de una nación que jamás ha existido y en anticipo de un Estado (soviético o no) que nunca nacerá. Había en su actitud, en todos los medios de comunicación, en las campañas de publicidad, en las respuestas a las entrevistas, en la movilización de sus bases y de sus cargos públicos, una extraña sensación de emergencia: estaban más insultantes y agresivos que nunca, tenían prisa y parecían sentirse incómodos.

Sin tener más datos, parecía claro -más claro que nunca, perdón- que los manipuladores y politizadores del euskera estaban llegando al límite de su complejo de inferioridad. No se entendía si no que dos veces en la misma semana Maite Soroa dedicase a este periódico y a este blog su columna en Gara (el 8 y el 10 de febrero: ya saben, el periódico que sucedió al etarra Egin); total, sólo porque nos unimos a la denuncia de cómo la Diputación de Guipúzcoa, en manos batasunas, usa el dinero de los contribuyentes para financiar una ikastola privada en Navarra, que no se sostiene por sus medios.

Qué le vamos a hacer, era y es la verdad, y la confirmación de lo que en marzo de 2009 denuncié y al mismo Gara no le gustó: “en lo que hoy es Navarra, y desde hace muchos siglos, la lengua común que nos permite comunicarnos a todos es el español, con sus precedentes romances y antes de ellos el latín. Para una inmensa mayoría de navarros el español -el castellano- es además la lengua materna; para todos es una lengua propia, que en una minoría convive sin dificultades con el correspondiente dialecto navarro del eusquera, lengua materna en su casa“. ¿Pero por qué les dolía tanto?

Las ikastolas van a menos, y el nacionalismo tiembla por la base

Recordemos cómo empezó la reconstrucción del abertzalismo durante el franquismo: por un lado la ETA aportó violencia y marxismo, por otro el PNV la inestimable colaboración del clero y del capital, y por detrás se realizó una ingente obra de propaganda identificando vascuence y nacionalismo y creando una enseñanza no ya de euskera sino en euskera, que en muchos casos ha significado, como se quería, un giro político junto al cultural. Por eso el modelo educativo es tan importante para ellos, y por eso sus mayores triunfos en la Transición fueron las concesiones y regalos recibidos en ese frente, que siempre buscan consolidar y ampliar (como si fuesen auténticos Evangelios). Y por eso les duele tanto que se señalen sus vergüenzas por ese lado.

Pero nuestra admiradora Maite Soroa, y todo su entorno, parece que sabían ya entonces algo que nosotros sabemos sólo ahora, y que explica su extraordinaria agresividad. Resulta que estos días se ha estado realizando la preinscripción de nuevos alumnos en los centros educativos de Navarra, y como ha informado Navarra Confidencial “las preinscripciones han caído un 6,7% en las ikastolas públicas y un 9,9% en las ikastolas concertadas“, según las propias fuentes de los centros vascófonos. Desde la Transición, existe en Navarra un modelo educativo público (el D) en el que la lengua vehicular es el euskera, y el castellano es estudiado como segundo idioma, como lo son el inglés o el francés. Hay centros públicos, con docentes funcionarios, que ofrecen así una enseñanza enteramente en vascuence en las zonas vascoparlantes o bilingües de Navarra, y también centros privados, concertados con el Gobierno foral. Por ideología, por moda, por presión, por muchas razones no todas ellas inconfesables durante muchos años muchas familias totalmente ajenas al vascuence matriculaban a sus hijos en el modelo D, y los abertzales lo consideraban un triunfo -político también- del que estaban orgullosos.

Creían que era una victoria política (irreversible además), y proclamándola terminaron de politizar el euskera -cuando durante mucho tiempo ni la mayoría de vascoparlantes ha sido nacionalista… ni la mayoría de votantes nacionalistas sabía euskera, ni por supuesto lo usaban como lengua habitual-. Bien. Si aquello fue una victoria, esto será una derrota: “continúan su ascenso imparable son los modelos TIL y “British”, limitados menos por la demanda que por la oferta de profesores“. O sea, que el modelo “euskera prioritario”, el promovido por los abertzales con dinero público, aquél cuyo avance se veía como un triunfo, el que estuvo en la base del nuevo nacionalismo, no retrocede por caída de la natalidad, sino porque las familias prefieren otros modelos educativos, en y con otros idiomas… y aún habría más si hubiese más profesores y maestros titulados para impartirlos.

Curiosamente, ningún centro educativo que enseñe o use el inglés ha necesitado una subvención del Gobierno británico ni del estadounidense. No entendía yo el enfado de Maite, acusándome de un miedo que no siento y de un odio que no puedo sentir. Esta noticia explica qué pasa: son ellos los que odian, son ellos los que tienen miedo, y es que sienten un abrumador complejo de inferioridad. Tienen que reinventar una de sus tradicionales bazas, y de momento se limitan a improvisar y a insultar. Tampoco esperábamos nada mucho más versallesco, viniendo de Gara. Con mis mejores saludos a todos sus lectores, claro.

Pascual Tamburri | El semanal digital

martes, 21 de febrero de 2012

Movimiento Imperial Ruso


El Profesor José Miguel Gambra, Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, recibió el pasado jueves 16 de febrero al periodista Dimitri Sawin, representante del Movimiento Imperial Ruso.

El señor Sawin expuso al profesor Gambra el ideario y actividades de su movimiento, así como su constante lucha contrarrevolucionaria y la persecución que por este motivo padecen sus miembros.

Durante la reunión, que tuvo lugar en un ambiente agradable y una atmósfera de entendimiento mutuo, se discutieron aspectos prácticos e ideológicos de ambas instituciones, así como la situación política en España y Rusia. 

Dimitri Sawin habló sobre los principios ideológicos del Movimiento Imperial Ruso, la posición de los rusos en la Rusia moderna, el papel destructivo de Putin, y su régimen genocida, y el papel de los monárquicos rusos en la resistencia rusa moderna.

Por su parte, el profesor Gambra describió brevemente los principios fundamentales del movimiento carlista, con especial énfasis en las diferencias fundamentales entre la ideología de los tradicionalistas españoles frente a Franco y los nazis. El profesor Gambra, asistido por Eduardo Corchero, explicó al visitante el ideario carlista y la historia y actividades presentes de la Causa, entregándole diversos materiales al respecto. Se habló de la ya vieja colaboración de los monárquicos rusos con el Carlismo, ya desde la Primera Guerra en 1833, pasando por la condición de oficial de la Guardia Imperial Rusa del Rey Don Jaime III (1909-1931) y la participación de rusos blancos en la Cruzada española de 1936, casi todos en las filas del Requeté.

Después de las conversaciones, ambas partes señalaron la similitud de la plataforma ideológica del Movimiento Tradicionalista Imperial de Rusia y los tradicionalistas carlistas. También se acordó, en principio, a la posibilidad de la cooperación de los monárquicos rusos y españoles en los ámbitos político, cultural y educativo. Ambas partes expresaron el deseo de que esa cooperación se convierta en colaboración permanente y activa.

Agencia FARO

sábado, 18 de febrero de 2012

Breve Historia del Carlismo: desde sus Orígenes a la Guerra Civil (Década de 1820-1936)

Nota Legal: El autor ha autorizado expresamente la publicación del texto únicamente a Tradición Viva. La copia, enlace o uso indebido por terceras personas sin la debida autorización del autor y su citación, no está permitida.

Es necesario que dediquemos unas cuantas páginas a relatar el origen del Carlismo pues si no, difícilmente entenderemos las aguas de las que bebe a la altura del año 1939. Hablar de su origen significa referirnos al contexto político e histórico que atraviesa España a lo largo del siglo XIX. Decir una fecha clara como hito del nacimiento de este movimiento es complejo, pues lo cierto es que sus fundamentos se fueron gestando a lo largo de los avatares del citado siglo.

Conocer más

 

Reproducimos con autorización del autor el Primer Capítulo de la obra: Historia Reciente del Carlismo 1939-2010.
Si desea adquirir la obra completa puede pulsar aquí. 
Los orígenes de este movimiento político y social se encuentran en la crisis del Antiguo Régimen. Aunque siempre se nos ha planteado el Carlismo como el resultado de una lucha dinástica, desde este prisma hemos de entender que es algo mucho más complejo. Sus bases ideológicas surgen entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Ante la Revolución Francesa de 1789, aparece en España una corriente contrarrevolucionaria y antiliberal, liderada por intelectuales eclesiásticos, temerosos de la política anticlerical de los gobiernos de corte revolucionario. 

En nuestro país, las consecuencias de la Revolución llegan en 1808 con el periodo de la Guerra de Independencia.  Fruto de aquella experiencia nace el primer liberalismo español y la elaboración de la Constitución de 1812.  Tras estos sustanciales cambios se produce una división política en la sociedad española entre liberales y realistas en pos del Absolutismo (una de cuyas tendencias es la madre de los Carlistas). 



Los realistas procedían de todas las capas sociales  aunque al frente de los mismos estaban los grupos privilegiados. Tal heterogeneidad trae una gran disparidad de motivaciones y objetivos, aunque por encima de todo, les unía la lucha contra el liberalismo y una serie de valores comunes como la crítica de la desamortización, la decadencia de valores tradicionales... Será en el periodo de la Década Absolutista del rey Fernando VII (1823-1833), cuando el realismo se divida en dos corrientes: una moderada y otra ultrarrealista. Problemas internos como el no reconocimiento de los grados de muchos realistas o una represión antiliberal que no satisfizo a una parte de los absolutistas, fraguan esta separación.  Las tensiones entre ambas corrientes serán constantes.

 

 

Promulgación Fernando VII como ley del Reino la Pragmática Sanción (año 1830)


No es de extrañar, ante el panorama dibujado, que la problemática descendencia de Fernando VII fuese un elemento aglutinador de tales tensiones, punta de un iceberg afilada y peligrosa. 

El 18 de mayo de 1829 falleció su tercera esposa  sin haberle dado descendencia. Era de vital importancia un nuevo casamiento para albergar la posibilidad de continuar su línea sucesoria. De no conseguirlo el trono pasaría a su hermano el Infante don Carlos María Isidro , apoyado por los ultrarrealistas. Así se llega al cuarto matrimonio de Fernando, con la princesa María Cristina de Nápoles , que le da una niña: Isabel . 

La legalidad dinástica vigente, procedía de la Ley Sálica  implantada en España por Felipe V, que primaba la descendencia directa por línea de varón, aunque las hembras tuvieran mayor derecho para tal sucesión.  En Marzo de 1830 Fernando VII publica la Pragmática Sanción, por la cual las hijas del rey recuperan la prioridad en la sucesión respecto a su tío. Ello asestó un duro golpe a las pretensiones de don Carlos de acceder al poder. El último rayo de luz para el pretendiente al trono fue la decisión de su enfermo hermano en 1832 de derogar la Pragmática Sanción para evitar a su muerte una lucha fratricida en el país. Pese a ello, ante una mejoría del rey Fernando, se restablece la Pragmática y se eliminarán del ministerio todos los elementos subversivos ultrarrealistas, instaurando un gabinete de realistas moderados.  Los Sucesos de la Granja de 1832 evidencian la falta de apoyos de la opción de Carlos   y a lo largo de 1833 los Voluntarios Realistas, claro apoyo de Carlos, serán depurados. 

 
 
Partidas numerosas alzanse al grito de ¡Viva Carlos V!

En este contexto el rey don Fernando muere el 29 de septiembre de 1833, con la expectación de su hermano que no había dado por acabada aquella lucha. 

El 1 de Octubre don Carlos esgrime el Manifiesto de Abrantes , en la ciudad Portuguesa que da nombre a tal manifiesto, por el cual se autoproclama rey de España .

Como acto simbólico del inicio de las hostilidades y que refrenda el apoyo a don Carlos, en la noche del 2 de Octubre de 1833 el Comandante de los Voluntarios Realistas proclamó en Talavera de la Reina a Carlos V como rey de España. El levantamiento tuvo escaso calado en la zona  .
   
Aunque me he detenido en el inicio de las tensiones que engendran el Carlismo como un movimiento de hondo calado, intentaré ser más breve en lo que resta de este periodo. Fruto de tal contexto se producirán tres guerras  entre las fuerzas que apoyan a la Regencia de María Cristina e Isabel II, y por otro las fuerzas seguidoras del autoproclamado Carlos V y sus sucesores inmediatos: Carlos VI (1845-1861) , Juan III (1961-1868)  y Carlos VII (1868-1909) . Caeríamos en un grave error si viéramos las guerras carlistas como un mero conflicto dinástico. Las reclamaciones forales, los problemas económicos del campesinado fruto de las desamortizaciones, el recorte de las libertades religiosas, serán el acicate que llevará a los carlistas a revelarse reiteradamente. No podemos olvidar que para la gran masa campesina que seguía a la dinastía carlista, el Antiguo Régimen les había ofrecido más que las nuevas libertades, procedentes de la Constitución de 1812. 
   
 

 

Levantamiento de nuevas partidas carlistas (año 1872)


El nuevo periodo que se abre tras el año 1876, supone el fin de cuatro décadas en las que el carlismo fue el aglutinador de una de las dos Españas enfrentadas. Fue aquel un periodo de guerras fratricidas intercaladas con breves periodos de treguas y paces.  
   
Con la instauración y posterior consolidación del régimen de la Restauración , finaliza una etapa de la Historia de España, la cual estuvo regida por las tensiones entre la opción liberal y la opción carlista (el binomio liberalismo - contrarrevolución). A lo largo del último cuarto del siglo XIX esta lucha se desvanece. A fines de Febrero de 1876 Carlos VII  cruzó la frontera hacia Francia, para no volver.
   
Entre 1876 y 1936 el Carlismo verá profanada su unidad interna al producirse en su seno una serie de escisiones: escisión mellista  y la integrista . Asimismo se produce una constante sangría de las filas carlistas hacia las filas alfonsinas. En el plano militar intentarán varios levantamientos, circunscritos a la pequeña área de los Pirineos, aunque serán desbaratados, sin excepción. 
   
A inicios del siglo XX la ideología carlista (ya madura) se puede resumir en una serie de postulados fundamentales: La tradición apostólica, la corona como símbolo de unidad, la concepción de España como una suma de regionalismos y de respeto al foralismo. Además, tienen una concepción democrática de España, al reclamar la soberanía para la sociedad a través de lo que consideran sus organizaciones de tipo natural: la familia, el municipio y la región. Las causas principales de las escisiones anteriormente referidas serán: La ideología católica radical de muchos dirigentes y su concepción unitaria de España, frente a la línea oficial del carlismo. 
   
El carlismo en este periodo (1876 - 1936) se erige como una maquinaria dirigida a ejecutar planes subversivos para acabar con el gobierno. No lograrán tal fin hasta el año de 1936, en el que comienza la sangrienta Guerra Civil.  

Antes de entrar en el conflictivo, convulso e interesante periodo de la actuación carlista en la Guerra Civil conviene decir unas pocas palabras respecto a las tres primeras décadas del siglo XX. 
   
 
 
Vázquez de Mella
La escisión mellista de 1919, antes referida, fue la versión carlista de la crisis de la Restauración. Los múltiples cambios en el gobierno de España son comparables a los cambios en la dirección del carlismo español.  La llegada de la dictadura en 1923 de Primo de Rivera trajo gran expectación en sus filas. Ponía fin a un sistema en el cual el carlismo había ido perdiendo todas sus fuerzas. Traía la autoridad y el orden en un ambiente revolucionario . La llegada al gobierno del general Primo de Rivera fue bien vista por amplias capas de la población . El apoyo del carlismo al dictador duró tan solo año y medio, tras el cual volvió a su posición de crítica del gobierno. 
   
La crisis económica mundial  de 1929 y el fracaso de la institucionalización del nuevo régimen, lleva a Primo de Rivera a dejar su cargo en enero de 1930 , dejando una situación de vacío de poder bastante confusa.  Es curiosa la situación que trajo la Segunda República Española (1931-1936) . Con la caída efectiva de la monarquía las dos ramas de los borbones se encontraron en el exilio y la República se convirtió en un enemigo común de ambas casas.  

Para los carlistas se abría la posibilidad de reinar en un futuro y el 12 de septiembre de 1931 se produce el famoso ``Pacto de Territet ´´ en el cual Alfonso XIII y don Jaime  realizaban un acercamiento para un posible pacto de familia que devolviera la monarquía a España, en el cual se aplazaban las tensiones familiares.  
   
 
 
Alfonso Carlos I
El 2 de octubre de 1931 muere en París don Jaime de Borbón, sucediéndole automáticamente su tío don Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este, de 82 años, casado con Doña María de la Nieves de Braganza de la que no tenía descendencia. Frente a la posición de tolerancia con la República de buena parte del sector católico, el carlismo iba a pasar inmediatamente a la oposición, defendiendo el derecho de resistencia ante los poderes ilegítimos. 
   
Respecto a la cuestión dinástica, si don Jaime se mostró reticente a una unión familiar en la figura de don Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII, el anciano Alfonso Carlos parecía más proclive a tal acercamiento. En junio de 1932 se crea una primera Junta Suprema del Carlismo, bajo la dirección del marqués de Villores. Se acepta en sus filas a los integrantes de las escisiones mellista e integrista y se cambia el nombre de Partido Carlista por el de Comunión Tradicionalista, con connotaciones derechistas.  A la muerte de Villores, don Alfonso Carlos I nombra una nueva junta, al mando del conde de Rodezno.  
   
 
 
La intervención del requeté fue decisiva en la guerra del 36
Manuel Fal Conde, gran figura dentro del carlismo andaluz, será designado por el pretendiente carlista el 3 de marzo de 1934, jefe-delegado de la Comunión Tradicionalista.  
   
La oposición al gobierno también se ejerció desde el plano militar. En 1935 funcionaba ya el requeté, organización de sus unidades militares, debidamente armado y pertrechado, dispuesto a entrar en acción cuando así fuese requerido. Su financiación venía de grandes fortunas preocupadas por el devenir de la política nacional.  

En 1936 don Alfonso Carlos consciente de lo avanzado de su edad, y tras largos preparativos, nombra como sucesor en una regencia a su sobrino don Francisco Javier de Borbón Parma y Braganza. El futuro líder del carlismo pasó a trabajar estrechamente con su tío en las tareas de gobierno y se trasladó a la frontera vascofrancesa. Allí trabajará, con Fal Conde, en los preparativos del alzamiento que se preveía.  


  1. Es recomendable, para una visión general del periodo de la Historia Carlista que abarca desde fines del Antiguo Régimen (inicios siglo XIX) al fin de la Guerra Civil (1939) y completar mi modesta exposición, el libro: Oyarzun, Román. Historia del Carlismo, Alianza Editorial. Madrid, 1969.
  2.   Moral Roncal. Antonio M. ``Los Carlistas ´´, en Cuadernos de Historia, 96. Arco/Libros. S.L. Madrid. 2002. p.9.
  3.   Para una visión general del conflicto la Guerra de Independencia y la transición a la Edad Contemporánea en España, véase: Martín de la Guardia, Ricardo M. `` España y Austria al final del Antiguo Régimen ´´, en Cuadernos de historia contemporánea, Nº Extra 1, 2003 (Ejemplar dedicado a: Homenaje al Profesor José Urbano Martínez Carreras), pp. 127-135.
  4.   Al respecto de la Constitución de 1812 es interesante el artículo: Ruiz de Azúa, Estíbaliz. ``La Constitución de Cádiz (1812) y Discurso preliminar a la Constitución ´´, en Cuadernos de historia contemporánea, Nº 25, 2003, pp. 338-341.
  5.   Campesinos, jornaleros, artesanos, clero rural, militares… (Moral Roncal, Antonio M. Op. cit. p.10.).
  6.   Ibídem. pp 10-11.
  7.   Doña María Josefa Amalia de Sajonia.
  8.   Para un completo análisis de la figura del Infante don Carlos, véase: Moral Roncal, Antonio Manuel. ``Carlos V de Borbón (1788-1855) ´´, en San Sebastián de los Reyes (Madrid): Actas, 1999.
  9.   Montes Gutiérrez, Rafael. ``Cuestión Sucesoria de Fernando VII ´´, en Contraclave, 2006. p.1.
  10.   La futura reina de España, Isabel II (Madrid, 1830 – París, 1904).
  11.   Calvo Poyato, José. `` Historia azul: La ley sálica: De Felipe V a... ¿Felipe VI? ´´, en Clío: Revista de historia, Nº. 28, 2004, pp. 68 -75.
  12.   Montes Gutiérrez, Rafael: Op. cit. p. 2.
  13.   Moral Roncal, Antonio M. Op. cit. p.12.
  14.   Suárez Verdeguer, F. ``El Golpe de Estado de la Granja ´´, en Revista de estudios políticos, Nº 35-36, 1947, pp. 63-126. y ``Sobre los sucesos de la Granja ´´, en Homenaje a D. José Luis Comellas. 2000. pp. 59-73.
  15.   Véase, Pérez Garzón, Sisinio. ``Absolutismo y clases sociales, los voluntarios realistas de Madrid (1823-1833) ´´, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, Nº. 15, 1978, pp. 295-310.
  16.   Canal, Jordi: Op. cit. p. 59.
  17.   Transcribo el breve texto del citado manifiesto: ``No ambiciono el trono; estoy lejos de codiciar bienes caducos; pero la religión, la observancia y cumplimiento de la ley fundamental de sucesión y la singular obligación de defender los derechos imprescriptibles de mis hijos... me esfuerzan a sostener y defender la corona de España del violento despojo que de ella me ha causado una sanción tan ilegal como destructora de la ley que legítimamente y sin alteración debe ser perpetuada.Desde el fatal instante en que murió mi caro hermano (que Santa Gloria haya), creí se habrían dictado en mi defensa las providencias oportunas para mi reconocimiento; y si hasta aquel momento habría sido traidor el que lo hubiese intentado, ahora será el que no jure mis banderas, a los cuales, especialmente a los generales, gobernadores y demás autoridades civiles y militares, haré los debidos cargos, cuando la misericordia de Dios me lleve al seno de mi amada Patria, a la cabeza de los que me sean fieles. Encargo encarecidamente la unión, la paz y la perfecta caridad. No padezco yo el sentimiento de que los católicos españoles que me aman, maten, injurien, roben ni cometan el más mínimo exceso...´´ (Texto procedente de: Sección de documentos históricos del Carlismo, en http://www.carlistes.org/).
  18.   Montes Gutiérrez, Rafael: Op. cit. p. 6.
  19.   Canal, Jordi: Op. cit. pp. 59 - 62.
  20.   Conocidas como Guerras Carlistas: 1º (1833-1840). 2º (1846-1849). 3º (1872-1876). Para su mejor entendimiento es recomendable el libro de: Carles Clemente, Joseph. Las Guerras Carlistas. Sarpe, D.L. Madrid, 1986.
  21.   Don Carlos Luis de Borbón y Braganza, conde de Montemolín.
  22.   Don Juan Carlos de Borbón y Braganza, conde de Montizón.
  23.   Don Carlos María de los Dolores de Borbón y Austria-Este, duque de Madrid. Don Carlos VII ha sido uno de los pretendientes carlistas con más halo romántico, en palabras de Valle-Inclán en su Sonata de Invierno dibujó una imagen muy evocadora del rey: ``La arrogancia y brío de su persona parecía reclamar una rica armadura cincelada por milanés orfebre y un palabrén guerrero paramentado de malla. Su vivo y aguileño mirar hubiera fulgurado magnífico bajo la visera del casco adornado por crestada corona y largos lambrequines. Don Carlos de Borbón y de Este es el único príncipe soberano que podría arrastrar dignamente el manto de armiño, empuñar el cetro de oro y ceñir la corona recamada de pedrería, con que se representa a los reyes en los viejos códices´´. A esta bucólica imagen del pretendiente ayudó una intensa campaña de propaganda con la difusión de su retrato, llegándose a repartir en la primavera de 1869, 70.000 fotografías. (Seco Serrano, Carlos. Triptico Carlista. Ariel,  Barcelona, 1973. p. 125.)
  24.   El cambio que trae la Constitución del 12 era pasar de depender de las tierras de la Iglesia, a la cual seguían fielmente, a caer bajo la dependencia de unos terratenientes que la única relación que tenían con ellos era el pago de un dinero por la renta de tales tierras. Aquello deshumanizaba unas relaciones que para ellos trascendían de lo económico. (Tesis Doctoral dirigida por García Rodríguez, Lourdes. Pérez-Nievas Borderas, Fermín. La evolución ideológica del Carlismo. Análisis de su origen y de su desarrollo durante los siglos XIX y XX. Universidad de Salamanca, 1995. p. 126.).
  25.   Canal, Jordi: Op. cit. p. 211.
  26.   Véase: Cando Samoano, María José. ``Principios fundamentales de la Restauración y principios de la Constitución de 1876 ´´, en Una polémica y una generación: razón histórica de 1898: actas del Congreso "1898: Pensamiento Político, Jurídico y Filosófico. Balance de un Centenario": León, 10-13 de noviembre de 1998 / coord. por Javier Zamora Bonilla, Salvador Rus Rufino, 1999, pp. 227-242.
  27.   Carlos María de los Dolores de Borbón (1848-1909). Tercer pretendiente, de la dinastía carlista, al trono de España.
  28.   Liderada por Juan Vázquez de Mella, asturiano que sistematizaría el foralismo popular y federal en un regionalismo reticente a las soluciones drásticas (Clemente, Joseph Carles. Raros, heterodoxos, disidentes y viñetas del carlismo. Editorial Fundamentos. Madrid, 1995. p.93.) en el año 1919, surgida por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Ante el estallido de la citada guerra en 1914 los carlistas entre una posición neutral (abanderada por el pretendiente don Jaime, hijo de don Carlos VII) y una posición pro-germanófila (apoyada, entre otros, por el dirigente Vázquez de Mella) optan por el apoyo a los alemanes. Con la derrota del bando alemán ello llevará a una crisis interna en el seno carlista y la separación de Vázquez de Mella. Tampoco se puede olvidar que desde 1909 hubo fuertes tensiones entre Jaime y Mella por el personalismo que generaba este segundo y que quitaba parte de la autoridad tradicional al pretendiente don Jaime. (Canal, Jordi: Op. cit. pp. 269-261).
  29.   El integrismo fue un movimiento que tuvo cierta importancia en toda Europa. En España fue acaudillado por Ramón Nocedal y Romea. Los fallos del integrismo en España serán: minimización de la razón y del derecho natural, división de la humanidad entre el bien y el mal, falseamiento de la Historia de España, enemigo de los partidos políticos, ideología ultraconservadora… Todo ello lo hace colisionar con el Carlismo. El choque con el legitimismo carlista, más dinástico y federalista, hay que situarlo en la figura de Ramón Nocedal en el año 1888, año en el cual acusará a don Carlos de liberal. En 1889, fruto de la escisión se fundó el Partido Integrista. (Clemente, Josep Carles. Raros y heterodoxos. pp.89-91.).
  30.   Alots Gezuraga, Errigoiti Nabarra. El Carlismo en el siglo XX. 2008. pp.1-2.
  31.   Resulta magistral para este periodo la obra de: Clemente, Josep Carles. El Carlismo en el novecientos español (1876-1936). Huerga y Fierro Editores. S.L. Madrid. 1999.
  32.   Canal, Jordi: Op. cit. pp.272 -283.
  33.   La falta de hostilidad con que fue recibido Primo de Rivera se vio favorecida por varias circunstancias: una buena cosecha de trigo en 1923, que trajo el abaratamiento de las subsistencias, la neutralidad mostrada por la Unión General de Trabajadores y una populista manifestación del dictador contraria a la inestabilidad de la moneda y a la libre disposición de los caudales públicos por parte de los gobernantes. (S.A. `La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) ´´, en  Bolsa: revista mensual de bolsas y mercados españoles, Nº. 157, 2006, p.49.)
  34.   Canal, Jordi: Op. cit. p.284.
  35.   Moral Roncal, Antonio M. Op. cit. p.57.
  36.   Tuñón de Lara, Manuel. ``La coyuntura histórica española de 1930-1931 ´´, en Revista de estudios políticos, Nº 31-32, 1983 (Ejemplar dedicado a: La Segunda República Española). p.39.
  37.   Para este periodo, véase: Lizarza Iribarren, Antonio. Memorias de la Conspiración 1931-1936. Editorial Gómez de Pamplona, 1954.
  38.   Canal, Jordi: Op. cit. p. 291.
  39.   Jaime de Borbón y Borbón-Parma, duque de Madrid. (Jaime III).
  40.   Rodríguez Prada, Julio,. ``El Fénix que siempre renace. El carlismo ourensano (1894-1936) ´´, en Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, t. 17, 2005, p. 129
  41.   Ayuso Torres, Miguel. ``El Carlismo en la Conspiración y Guerra de España ´´, en Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada. Nº. 12, 2006. p.168.
  42.   Clemente, Josep Carles. Raros y heterodoxos. pp.130-131.
  43.   Clemente, Josep Carles. El Carlismo. Historia de una disidencia social (1933-1976). Ariel. Barcelona 1990. p.111.
  44.   Clemente, Josep Carles. Raros y heterodoxos. p.131.
  45.   Ayuso Torres, Miguel: Op. cit. p.168.
  46.   Clemente, Josep Carles. El Carlismo. Historia de una disidencia. pp.114-115.


A los 85 años estaba en visperas

Yo sabía que en Lequeitio existían los carlistas más viejos de España. Los tenía anotados hace tiempo en mi carnet para hacerles una información. Cada año que pasaba me los iba dejando más en sazón, más viejecitos.
Y ahora, cuando los rojos estaban en Lequeitio, me acordaba yo con angustia de mis viejos carlistas. ¿Me los habrán matado esos bárbaros?.
No, no me los han matado. Al llegar a Lequeitio he buscado a Víctor Arroita y le he encontrado en Vísperas, ¡Tiene ochenta y cinco años y estaba en Vísperas¡. ¿En Vísperas de qué?. Otras personas, a los ochenta y cinco años solo están en Vísperas de morirse. Es lo contrario de lo que le ocurre a este viejo carlista de Lequeitio. Toda la vida de Víctor Arroita no ha sido más que la víspera de estos días de plenitud, que está viviendo ahora. Porque Dios le ha dejado llegar a ellos y ver esta primavera de boinas rojas, estaba hoy alabándole con los salmos de las Vísperas.
- ¿Estuvo usted siempre seguro de que llegaría este triunfo?
- Cada día estaba más convencido, sobre todo desde que he visto a los otros de cerca. Esa gente no puede ir a ninguna parte. España dejaría de ser España, para que ellos fueran los amos.
- ¿Qué guerra le parece a usted más dura, ¿ésta o la que ustedes hacían?
- Los medios de combate que hay ahora son terribles. El estar una hora tendido en el suelo aguantando la metralla de los aeroplanos, tiene que ser peor que estar en el infierno. ¡Y esa vida de las trincheras inmóviles los soldados días enteros, con el agua, hasta las rodillas ¡. Eso es terrible. A mí la guerra así no me gusta. La nuestra era más bonita.
- ¿En qué combates intervino usted?
- ¡En tantos intervine! Yo estuve en el sitio de Bilbao, el año mil ochocientas setenta y tres.

Cuando la guerra termine seremos siempre amigos

En la parroquia han terminado las vísperas.
- Mire Usted -me dice Arroita- aquel señor que sale de la Iglesia con los dos curas estuvo también en la guerra carlista. Si quiere usted le llamo.
- Con mucho gusto le saludaré.
Arroita me ha presentado a don José Félix Eguileor. Este viejecillo pulcro, enfundado en un gabán negro, tiene ochenta y seis años y fue en la guerra carlista del 73 al 76, abanderado del batallón Marquina, el tercero de los de Vizcaya. También estuvo en el sitio de Bilbao, pero tiene ya las fechas y los sucesos un poco revueltos en la cabeza.
Tratando de ponerlos un poco en orden de estado mientras Arroita ha ido hasta casa para traer las cruces y medallas,.. que conserva orgullosamente ganadas en otras tantas acciones de guerra. Cuando regresa, hacemos a los dos viejos luchadores unas fotografías entre los pequeños flechas y requetés que les oyes embobados, contar sus hazañas.
Los dos conservan muy bien la vista y la agilidad de las piernas, especialmente Arroita, a pesar de que es cojo y tiene que andar apoyándose en un bastón.
-¿Esa cojera es de una herida de la campaña, don Víctor?
- De la campaña precisamente no; pero algo tiene que ver con ella- y Arroita nos cuenta un episodio que por la fruición con que la recuerda, bien se ve que ha sido culminante en su vida.
- Yo -dice- fui uno de los que tomaron la casa Delmás en el campo Volantín. Fui yo mismo el que la puse fuego. Este episodio del sitio de Bilbao ya casi nadie lo recuerda, pero tuvo entonces mucha resonancia.
- En Churdínaga, cuando ya se había levantado el sitio, tomé con mis hombres otra casa. Yo era sargento. Dentro de la casa hicimos prisioneros a veinticinco soldados del regimiento de Valencia, con un alférez graduado de teniente. Para cogerlos tuvimos que hacer un agujero en la pared, y por allí, los fuimos sacando uno a uno. Entre ellos había dos voluntarios vascos. Cuando estábamos sacando a los que faltaban, los dos voluntarios, en un descuido nuestro, hicieron fuego sobre nosotros y por poco nos matan. Mis soldados querían fusilarlos a todos allí mismo. No hubiéramos tenido ninguna responsabilidad, puesto que nos habían agredido, pero yo me opuse, porque no todos tenían la culpa. Entonces el alférez se adelantó y me estrechó la mano.
- Eres un caballero -me dijo-. Quisiera poder agradecerte algún día con un gran favor este rasgo generoso. Me llamo Francisco Amayas Díaz, y pertenezco a una familia muy bien relacionada en Madrid. No te olvides de mi nombre y búscame si alguna vez me necesitas.
- Don Francisco -continua Arroita- era un muchacho de mi misma edad. El tenía 18 años y yo, 19. Se veía luego que era de mucha nobleza aunque no tuviera una complexión tan fuerte como la mía.
- Aunque ahora estamos en campos distintos -acabó diciéndome- yo quisiera que cuando termine la guerra fuéramos siempre amigos.

¡Corta cuarenta palos bien recios!

Arroita continúa su historia:
- Llevamos a los prisioneros a Galdácano, donde tenía su cuartel el marqués de Valdespina. A los dos voluntarios les condenaron a morir en la plaza de Amorebieta. Yo mismo fui el encargado de llevarlos; Cuando llegamos al pueblo, el capitán Villachica me dijo bien alto, para que lo oyeran las prisioneros.
- Arroita, corta cuarenta palos bien recios y avisa el alcalde que mañana se ejecutará a los reos.
- ¿Los van a matar a palos? -pregunté.
- Esa es la sentencia.
Yo no dije nada, pero me pareció algo fuerte. A la mañana siguiente estaba ya todo el pueblo en la plaza para presenciar la ejecución, cuando llegó un ordenanza del general, con un pliego mandando suspenderla. Todo había sido una simulación y los reos quedaron indultados. A los otros prisioneros supe que los habían llevado a Peñaplata, en los confines de Guipúzcoa y Navarra. Los tuvieron allí un año y sirvieron luego para el primer canje de prisioneros que hubo en la guerra. Tuvo lugar en el alto de Banderas, cerca de Bilbao. Entre los canjeados estaba el alférez don Francisco Amayas.

No quería morirme sin volverte a dar un abrazo

- Cuando terminó la guerra -dice Arroita- yo me casé y me fui a vivir a Abadiano. Pasaron muchos años sin saber nada del alférez. Un día me dijeron que había entrado en la Guardia Civil y que era Capitán en Bilbao. También supe luego que varias veces había preguntado por mí a viejos conocidos. Como ninguno pudo darle noticias mías, pensaba que habría muerto en la guerra.Pasó después mucho tiempo. Treinta y siete años habían transcurrido desde el día aquel cuando cogí prisionero en Churdínaga al alférez Amayas. El había hecho buena carrera. Era ya en Madrid jefe de la Guardia Civil de toda España.
- ¿Director general?
- Eso debía de ser.
- Yo seguía siendo carlista, como siempre, sin perder las esperanzas. Se hablaba por aquellos días de otro levantamiento y yo fui a engrasar mis fusiles. Tenía varios centenares de ellos escondidos en una grieta muy profunda del monte, adonde nadie bajaría por capricho. Yo bajaba y subía ya fácilmente. Pero aquel día lo hice con tan mala suerte, que rodé hasta el fondo. Allí me hubiera quedado por toda la eternidad, si uno de los amigos del mismo pueblo, que conmigo estaba en secreto, no se hubiese alarmado al ver que tardaba tanto en volver. Fue allá y me trajo a casa medio muerto. Varios días estuve entre la muerte y la vida. Hicimos correr la voz de que me había caído de un árbol trabajando en la huerta; pero fueron pocos los que lo creyeron. No faltó alguien que viera cómo mi amigo me bajaba del monte. Se encontraron las armas. Me iban a fusilar, seguramente ...
Pero pasaron días y más días y nadie me molestaba. Salí ya curado a la calle, cojeando un poco, y pude ver que ya apenas se hablaba del suceso. Noté también en los periódicos atrasados que pude leer, que en lo que de él se había hablado ni siquiera una vez se había escrito mi nombre. No podía yo explicarme aquel misterio. Estaba ya tan lejano de aquello de Churdínaga, que me costó mucho caer en la cuenta de que el director general de la Guardia Civil era ahora aquel joven alférez ...
Poco tiempo después vino don Francisco Amayas a Lequeitio, en un viaje oficial, con toda su plana mayor. Se hospedó en la fonda de Beitia, que estaba en aquel bar que hay allí enfrente, cerca del puerto. En cuanto supe que había llegado fui a saludarle y a darle las gracias. Había salido y en la calle me lo encontré luego, ahí junto a la iglesia. Me adelanté hacia él con la boina en la mano.
- Supongo que eres Víctor Arroita aunque no te he vuelto a ver desde aquel día – me dijo al verme llegar-.
- Si, señor; soy Arroita y vengo a darle las gracias;
- No me trates de usted ni me des las gracias de nada. Somos viejos amigos y no hubiera querido morir sin volver a darte un abrazo.
Y el público que presenciaba la escena se quedó haciendo cruces al ver cómo el director general de la Guardia Civil abrazaba cordialísimamente a aquel peligroso carlista al que pocos días antes iban a fusilar.

Texto publicado en la revista Fotos nº 12 (15-05-1937)

Breves notas sobre el proceso al General Zaratiegui

 Autor: Carlos Mª Pérez- Roldán y Suanzes
 
Sin duda alguna, Zaratiegui es uno de los generales carlistas de la Primera Guerra más conocidos. A sus glorias militares unió su contribución a la difusión de los acontecimientos por los que pasó España en la primera carlistada, pues a su pluma se debe la esencial obra “Vida y hechos de don Tomás de Zumalacárregui (Madrid-París, 1845)”, no en vano fue secretario y ayudante del más glorioso de los generales de don Carlos V de Borbón.

El General Zaratiegui

Juan Antonio de Zaratiegui y Celigüeta, navarro de origen (Oliete 1804- Utrera 1872), como todo buen carlista de la primera guerra, mostró su clara filiación realista al ingresar a las órdenes del general Quesada en una partida realista con la que hace la campaña de 1820 a 1823 contra el golpista gobierno constitucional. Tras la victoria realista, permanece en el ejército y hasta 1832  sirve como capitán en Madrid y Zaragoza, en el regimiento del que era coronel Tomás de Zumalacárregui y como secretario del general Santos Ladrón de Cegama.

A la muerte de Fernando VII, fiel a sus antecedentes realistas, sin dudarlo se incorpora a la partida carlista de Huralde en Los Arcos (Navarra) y es destinado poco después como ayudante general de Zumalacárregui.  Del brillante general aprende las dotes militares que le convertirán en uno de los más prestigiosos generales carlista.

Tras la muerte del Zumalacárregui debida a la herida de bala recibida en el sitio de Bilbao en 1835, toma parte en las acciones de Puente la Reina y Mendigorría y es ascendido a brigadier, confiándosele la Segunda Comandancia de Navarra. La guerra continua y su brillante actuación en varias acciones le valen honores y condecoraciones, es nombrado mariscal de campo por la victoria de Larraga. Fue comandante general interino de Navarra sustituyendo al general Francisco García. En julio de 1837, el Capitán General de Vascongadas, Uranga, confía a Zaratiegui el mando de una expedición auxiliar a Castilla para intentar coger a Espartero, entonces en Aragón, entre dos fuegos. Parte el 20 de julio de Galbarín con seis batallones (2 navarros, 2 guipuzcoanos, un valenciano y un castellano) y con dos escuadrones de caballería. Tras vencer a la Legión portuguesa en Zambrana entrando en Castilla por La Rioja y Burgos, uniéndose allí a la expedición procedente de Vizcaya al mando del brigadier Goiri. A pesar del hostigamiento liberal al comenzar agosto, triunfante en Roa y Peñafiel, entra en Segovia asaltando la ciudad y consiguiendo la rendición del alcázar, que se había hecho fuerte. Allí emite moneda con la efigie de D. Carlos y organiza el batallón de Cazadores de Segovia. Entra posteriormente en La Granja y se paseó triunfalmente por Burgos, Aranda, Salas de los Infantes, Lerma, entrando en Valladolid, Tordesillas, Dueñas, llegando a Medina del Campo.

Es en ese año de 1837 cuando Zaratiegui realiza su contribución más decisiva a los ejércitos de don Carlos V, que son capaces de cercar Madrid, anunciando lo que parecía la inminente caída de la capital española. El general cristino Espartero, nos describe así la intensa actividad desarrollada desde julio de ese año:


“Los carlistas, con otra expedición al mando del general Zaratiegui, se habían desparramado por la llanura castellana, y en los primeros días de agosto tomaron Segovia, donde se rearmaron y avituallaron, aunque hubieron de abandonar la ciudad por la aproximación de nuestras columnas.

Pero los facciosos parecían empeñados, y desde La Granja continuaron avanzando hasta el pueblo de Torrelodones, desde el que se contempla la capital a tres leguas de distancia.

Hubo refriega, pero en esos días llegué a Madrid y se cortó la progresión de Zaratiegui en Las Rozas, donde nuestra fuerza, al mando del general Méndez Vigo, estaba atrincherada.

-Ni un paso atrás -le dije al general.

Vigo efectuó un avance que expulsó de Torrelodones a los carlistas y cuidó de que se vigilaran por la noche los montes de El Pardo, por si los facciosos, en marcha oculta, se infiltraban en Madrid o se dirigían a la provincia de Guadalajara a incorporarse a la Expedición del Pretendiente.

La posición de los carlistas, que no pudieron superar Las Rozas, era crítica, y aunque atacamos, pudieron retirarse con orden, a pesar del intenso fuego, en formaciones cerradas, y continuaron el camino hacia Segovia contentos de haber salvado el peligro.

Los carlistas concentrados en esa ciudad eran más de cinco mil, y aunque sus deseos de defensa eran vehementes, convinieron en abandonarla por falta de recursos y subsistencias.

A esa decisión llegaron tras mucha discusión entre ellos, pero enterados de que una columna liberal se acercaba desde el puerto de Navacerrada y La Granja con gran tren de artillería, Zaratiegui se resolvió a dejar la ciudad con celeridad, sin que nuestra caballería pudiera causar daños de consideración a su retaguardia por haberse retardado demasiado.

La Primera Guerra Carlista


Por esta razón, los carlistas pudieron rebasar el Duero sin sufrir bajas, y se acantonaron en Peñaranda.

Pero Zaratiegui pronto se dio cuenta de que las tropas liberales no pasaban de Aranda, y, aprovechando esa inacción, se decidió a imponer el pendón de su rey en aquellas partes de Castilla la Vieja que nos veíamos obligados a abandonar por defender Madrid.

Eso dio a los carlistas más voluntarios y nuevos prosélitos captados en los pueblos de la Ribera del Duero, que se unían a Zaratiegui en una ola imprevista de entusiasmo por la misma causa que, hasta entonces, habían combatido.

Pero España y los españoles somos así, y no voy a descubrirlo ahora: hoy blanco, mañana negro y pasado mañana gris, porque nuestros amores alternan con los odios y las indiferencias, como las mareas.

La audacia de Zaratiegui le llevó a caer sobre Valladolid y entrar en esa ciudad, donde el ayuntamiento y el obispo se pusieron a sus órdenes, aunque la guarnición del fuerte de San Benito resistió dignamente y se negó a rendirse.

Estando allí, Zaratiegui recibió orden del rey carlista -que aún no sabía que su general había tomado Valladolid- de doblar la cordillera por Almazán y Sigüenza para unirse a la Expedición facciosa que se hallaba en las inmediaciones de Guadalajara y se acercaba a Madrid.

La polémica acción de Nebreda.

Eso debió de ser a mediados de agosto, que fue cuando yo entré en Guadalajara con la caballería y la vanguardia, poco antes de que, a medianoche, lo hiciera el grueso de la fuerza, que llevaba ese día en los pies más de once leguas de marcha con el estómago casi vacío.

Al poco de llegar, recibí instrucciones del subsecretario de la guerra, Pedro Chacón, para que, por orden de María Cristina, acudiese con rapidez a la corte, dadas las críticas circunstancias que se vivían.

Así lo hice, y cuando entré en Madrid acudí al instante a palacio, donde encontré muy abatida y asustada a la regente, a la que tuve que animar hasta que recuperó la esperanza.

Para infundirle más ánimo, hice desfilar a la brigada de la Guardia delante del Alcázar, y ella presenció el desfile desde un balcón acompañada de las infantas.

Esa misma tropa fue en la que poco después, estando acantonada en Aravaca y Pozuelo, se sublevaron los oficiales, lo que casi hunde toda resistencia.

Por ventura, a última hora el gobierno cayó y -mostrando la prudencia que el momento exigía- pude acabar el motín a tiempo de impedir el zarpazo decisivo de la infame facción.

El dilema que se me presentó no era fácil, pues, por una parte, no se podía dejar sin castigo, pero por otra, estando el enemigo en puertas, un exceso de represión podía dejar a muchas unidades de primera línea sin mandos, lo que hubiera sido funesto para la defensa de Madrid.

Por no comprometer mi autoridad en ese dilema, dejé el asunto en manos de María Cristina, que era hábil en ese tipo de manejos y estaba influida por Van- Halen, que era general de mi confianza.

La regente instó al gobierno para que, en previsión de evitar males mayores, fuese indulgente con los que faltaron al orden y la disciplina, dada la urgencia del momento.

Eliminado ese problema, proseguí con las operaciones, y avisado de que los carlistas estaban en Almazán, salí de Torrelaguna hacia Cogolludo, donde a finales de agosto emití una proclama a la tropa.

En ella, sin morderme la lengua, acusé a los partidos, que con diferentes formas aspiran al poder, de querer desunir al ejército para colmar su ambición, aunque eso supusiera convertirse en agentes del cabecilla rebelde. Terminé pidiéndoles lealtad a la divisa que habíamos jurado defender.

Después de dar un respiro a las unidades, agotadas por el calor y la escasa ración, proseguí hasta Daroca, donde me reuní con Oráa.

Allí supe que el rey carlista se hallaba en Calamocha con diecisiete batallones, más de mil caballos y artillería.

Inmediatamente, precedido de las tropas de Oráa, decidí lanzarme sobre el cuartel general rebelde, aunque carecíamos absolutamente de recursos para impulsar las operaciones, y las tropas estaban descalzas, en estado deplorable de desnudez, pues la última remesa de zapatos era de calidad detestable y pequeños para los soldados de la división de la Guardia.

Pero no era momento para titubeos ni quejas. Había que marchar contra el enemigo, y lo hicimos. De los generales carlistas, sólo Cabrera, ese tigre sarnoso, me preocupaba, porque le creía capaz de todo.

¡Cómo me hubiera gustado apresarle para hacerle pagar de una vez sus crímenes!

Es cierto que, miserablemente, Mina y Nogueras autorizaron el fusilamiento de su madre, pero luego él ha rebasado con creces cualquier medida de humana venganza con los prisioneros, e incluso con mujeres y niños que han tenido la desgracia de caer en sus manos.

Es un fanático rencoroso, retrógrado y miserable, aunque reconozco su sagacidad táctica y su conocimiento del terreno, lo que hace muy difícil batirle.

Pero nunca le consideré un militar, y no puedo tratarle como tal. Si le cogiera vivo, lo encerraría en una jaula, igual que hicieron los absolutistas con el pobre Empecinado, para exhibirle como la fiera que es por toda España antes de ahorcarle.”

Pero con todo, Madrid no pudo ser tomada a pesar de la cercanía de las tropas carlitas. Zaratiegui detuvo su avance en las Rozas, el rey don Carlos residió en Arganda, y el General Cabrera llegó hasta los muros del retiro, con el gobierno isabelino en franca descomposición la victoria parecía segura pero, ¿qué pasó?. Todo lleva a pensar que los desarreglos internos de las tropas carlistas impidieron la victoria. El hecho cierto es que las tropas carlistas inician su retirada hacía los bastiones del norte.

La retirada de Madrid supuso un duro golpe para los voluntarios carlistas, que veían escapada la oportunidad de entrar victoriosos en Madrid.

Zaratiegui por su parte, trata de cubrir la retirada de las tropas carlistas, no obstante, a principios de octubre sufre la derrota de Retuerta, al ocupar los liberales Lorenzo y Crandolet las alturas que avanzan entre Retuerta y Quintanilla.

Para conocer más.

- Un episodio de la Guerra Civil en el Ejercito de Carlos V, por D. Clemente Madrazo Escalera, París, 1840. Se puede consultar la edición digital pulsando aquí.
- Fondo del General Zaratiegui. El fondo fue cedido desinteresadamente a la Diputación Foral en 1966 por don Pedro Armero, Conde de Bustillo, quien lo poseía tras el fallecimiento de su prima doña Beatriz Manjón Zaratiegui, Marquesa de Méritos, última descendiente del General. Para consultar pulse aquí.
- Manifiesto de Arciniega, pulseaquí.
El 26 de octubre, Carlos V llegó a tierras vascongadas con el firme propósito de realizar profundos cambios en el gobierno carlista. En Arciniega, el 29 de Octubre de 1837, emite el famoso manifiesto de Arciniega, que en decir de Don Clemente Madrazo fue “el origen de todos nuestros males y verdadera caja de Pandora abierta por el inexperto y atolondrado Arias Teijeiro.”

Efectivamente, la proclama de Arciniega tendrá una vital importancia para Zaratiegui, dado que tras la misma es detenido en Urkiola y encarcelado varios meses. La proclama resumía con gran optimismo los éxitos alcanzados durante la Expedición Real, prometiendo con aún mayor euforia el futuro que esperaba a sus soldados que se verían coronados de laureles. Sin embargo, contenía  unas oscuras palabras que pocos entendieron y que decían: «Causas que nos son extrañas, causas conocidas que van a desaparecer para siempre, han dilatado por poco tiempo más los males de la patria. Pero el ensayo está hecho; se ha visto a cuanto puede aspirarse y las medidas que voy a adoptar llenarán vuestros deseos.» Quería decir que pocos días después comenzaría a destituir a los militares más eminentes con los que contaba su ejército, llegando incluso a encarcelar a algunos de ellos, entre ellos a Zaratiegui y Elio. No obstante, esas causas conocidas no fueron compartidas por todos, así el Príncipe Lichnowsky llegó a decir: "Una negligencia imperdonable, una inercia increíble que presidió todas las operaciones de aquel tiempo, he aquí la causa de nuestras pérdidas y no Zaratiegui y Elío, indignamente calumniados y encarcelados injustamente cuando volvimos a las provincias vascongadas".

Así, en 1838 Juan Antonio Zaratiegui es juzgado por un tribunal militar, correspondiendo su defensa al brigadier Don Clemente Madrazo Escalera. Los cargos que se hacen a Zaratiegui son numerosos, pero sin duda destacan la supuesta violencia ejercida en la población tras la ocupación de Segovia, la supuesta negligencia en la conquista del fuerte de San Benito en la ciudad de Valladolid, su supuesta desobediencia a los ordenes reales en el bloqueo de Madrid, y por último su escasa destreza militar en la acción de Retuerta.

En su alegato de defensa, el brigadier Madrazo manifestó lo que todo el campo carlistas sabía: el procesamiento de Zaratiegui no se debía a un verdadero ánimo justiciero, si no que era más bien una manifestación más de las rencillas entre los líderes carlistas. De hecho,  su abogado defensor no dudo en responsabilizar de todo el proceso a Arias Teijeiro,  que a la sazón ocupaba el ministerio de la guerra y la cartera de Estado. La venganza y la justificación llegó a tanto, que el propio abogado defensor no dudo en manifestar los numerosos errores procesales en la causa de Zaratiegui.

El General en sus últimos años.

Efectivamente, actuó como secretario del Consejo de Guerra don José María Álvarez Arias, que no siendo oficial no podía haber desempeñado dicho cargo, y que además no realizó el juramente de obrar con fidelidad en lo actuado. Con todo, el mayor inconveniente del abogado defensor fue el no poder hablar con su defendido, pues preso en Arciniega, nunca pudo conferenciar con él, dándosele además escaso días para preparar la defensa, e impidiéndole el acceso a toda la documentación necesaria.

Así que la defensa se tuvo que preparar con la simple lectura de los autos, sin que ni siquiera se aceptaran las testificales propuestas por la defensa. De los cargos, todos resultaban banales e infundados, pues nada tuvo que ver Zaratiegui en el comportamiento de sus soldados, ni se acreditó falta de pericia en sus maniobras militares, ni incumplió en ningún momento las órdenes emitidas por don Carlos.

Como explica el príncipe Lichnowsky, Zaratiegui y Elio fueron indignamente calumniados e injustamente encarcelados porque:“si Zaratiegui y Elio hubieran tenido noticia de la proximidad de las fuerzas del Rey, hubieran defendido a toda costa sus posiciones en Madrid”.

Si injuriosos fueron los cargos contra el general, injurioso fue todo el proceso lleno de trabas, trampas y testigos falso y contradictorios. No obstante, su defensa aunque no logró evitar la condena, si logró la exculpación de los cargos más importantes. De cualquier forma, tras su condena Zaratiegui fue liberado en 1839 y nombrado ayudante de campo de don Carlos con el que, tras el Convenio de Vergara, marchó al exilio francés.

Firma del general

Vuelto en 1849  a España, le son reconocidos los grados obtenidos en el campo carlista. En 1868 es ascendido a Teniente General y nombrado Director General de la Guardia Civil. Tras la revolución "Gloriosa" de septiembre de 1868, ya anciano, ofrece sus servicios a Carlos VII quien le encarga del levantamiento de Andalucía como Capitán General de Sevilla y Granada, muriendo antes de conseguirlo.